Iván Sierra

En mi artículo anterior había citado a Joseph Pulitzer: “Una prensa cínica, mercenaria y demagógica producirá un pueblo cínico, mercenario y demagógico”. Lo hice porque la lapidaria sentencia es de inevitable viabilidad y sus efectos son espantosos. Una prensa de esa calaña es germen del lumpenestado en el que nos estamos convirtiendo. 

La reciente exclusión de la cadena Telesur de la parrilla de canales de CNT es una muestra más de la agresiva voluntad del gobierno de Moreno de eliminar toda forma de voz crítica para llevarnos a la distopía del pensamiento único que se forja “validado por el noticiero de las ocho, o por el diario de la mañana, [así] la sociedad construye una conciencia colectiva a fuerza de repetir lo que ve/escucha en la TV, o lo que lee en el diario.” (Andrés Seminario, La Sociedad Karaoke)

Telesur se está convirtiendo en un incómodo interlocutor, en especial a partir de los programas de Orlando Pérez, quien le aporta a la cadena internacional un buen portafolio de contenidos de la realidad política ecuatoriana. Excluir a Telesur de la parrilla de CNT es una forma de censura a uno de los pocos espacios que la resistencia conserva en tiempos del gobierno de todos, del reino del diálogo y del buenismo macabro

¿Tan influyente es Telesur? ¿Tan amplio es su alcance? Las respuestas no son relevantes. Lo realmente importante es que en el afán de lograr una espiral de silencio en la sociedad, todas las voces de los medios de comunicación deben sonar en coro, sin disonancia alguna; la idea es adormecer, evitar la criticidad y silenciar como quien valida a aquel profesor de antaño que nos decía “99% de silencio no es silencio”

Estas ideas no son de Michelena ni de Moreno, faltaba más; esto viene como franquicias de otros lares. En Estados Unidos está ocurriendo algo muy interesante en ese sentido: Sinclair Group se ha convertido en los últimos años en el mayor holding de medios de comunicación con 173 cadenas de televisión locales. 

Lo impresionante no es el número, sino su condición de ser canales locales, ya que la televisión local goza de la confianza del 85% de la ciudadanía, según un estudio de la firma independiente Pew Research Center; aquello lo han logrado gracias a que las noticias se centran en los problemas de la comunidad y no en la política nacional ni en los conflictos internacionales. 

La trampa viene en que Sinclair Group, oculto tras la imagen candorosa y confiable de sus canales de alcance local, ha venido incorporando sutilmente contenidos a favor de Donald Trump, desde que era candidato. Sus audiencias, por tanto, han consumido información pro Trump casi sin percatarse y la han consumido todos por igual porque los niveles de homogenización de los titulares y los discursos es impresionante.  ¿No me creen? Las y los invito, a riesgo de que no regresen a terminar de leerme, a ver este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=_fHfgU8oMSo

Volvamos al naciente lumpenestado ecuatoriano. El Sinclairgate local no está dado por la compra de televisoras sino por el acuerdo colusorio y mercenario de los sátrapas criollos de la comunicación, el Gobierno y la (lumpen)burguesía que lo dirige. Ellos deciden con cinismo qué se publica y qué no, por tanto están decidiendo con cuáles elementos formamos nuestro criterio. Así, por ejemplo, omiten investigar sobre GEA o los muebles del presidente mientras invisibilizan los logros del gobierno anterior o las humillaciones y atropellos sufridos por Jorge Glas en prisión; así también le dan amplia cabida en pantalla a los detractores de Correa y retiran a Telesur de la programación de CNT. Es la esencia del buenismo macabro que define al gobierno de Moreno. 

Al igual que Sinclair Group, que se agazapa y luego inserta en la sociedad un discurso político subcutáneo, el chaulafán de medios coludidos en el naciente lumpenestado ecuatoriano se nos presenta con rostros y plumas ‘políticamente correctos’, se nos presenta también en el tono apacible de un hombre que convoca demagógicamente al diálogo, pero por detrás -y por debajo- envenenan el alma del pueblo (o la adormecen, que es peor) con sonsonetes rococós tan fáciles de repetir como de recordar. 

Parece que todos ellos fueran inofensivos, como pudieran también parecerlo Annabelle o Chucky, simples muñecos. Así es el buenismo macabro. Quienes ahora nos gobiernan saben mucho de eso. 

    

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