Por Daniel Kersffeld

Antes que el triunfo de la izquierda, la principal consecuencia de las elecciones del 29 de mayo es el presunto agotamiento del ciclo político del uribismo, fundado por el ex presidente Álvaro Uribe con su llegada al gobierno en 2002 y constituido, luego de dos décadas, en el principal eje de la política interna y externa de Colombia.

En este sentido, por primera vez acceden al ballottage dos candidatos, Gustavo Petro y Rodolfo Hernández, no identificados con el uribismo, cuyo representante oficial, Federico “Fico” Gutiérrez apenas alcanzó el tercer lugar con el 24%. Se trata de la peor derrota del partido gobernante y del actual presidente Iván Duque, quien no logra así asegurar su continuidad en las urnas.

La “errónea” defensa de Adolf Hitler cuando pretendía exaltar la figura de Albert Einstein, las críticas sobre el papel de la mujer en la política y en la vida cotidiana, la violencia verbal (e incluso física) contra opositores, etc. alimentaron la controversia y la visibilidad pública de Hernández, hasta hace un mes un personaje periférico en la política colombiana y cuyo nivel de preferencias comenzó a aumentar a medida que se detenía el ascenso del oficialista Gutiérrez.

Sin embargo, sería reduccionista caracterizar a Hernández simplemente como “populista”. En todo caso, lo fundamental aquí es su pensamiento conservador (y en varios puntos reaccionario) frente a la actual agenda política de Colombia. Con fuerte anclaje en medios y redes sociales, el ahora denominado “Trump colombiano” podría triunfar, en principio, sumando los votos de su ex rival Gutiérrez, convirtiéndose así en el candidato oficial del establishment (lo que al mismo tiempo podría debilitarlo al situarlo como representante de la clase política de la que él dice ser crítico).

Por su parte, Gustavo Petro logró lo que ningún otro candidato de la izquierda había alcanzado en toda la historia de Colombia: convertirse en un referente político excluyente, cuyo atractivo va más allá de una tradicional clase obrera o campesina y que, en cambio, interpela a la sociedad movilizada en las protestas de los últimos años.

Su apuesta para triunfar en la segunda vuelta es sin duda más compleja que la de Hernández: frente a las dificultades para sumar votos provenientes de los otros candidatos, y como garantía del éxito, plantea la posibilidad de un millón más de votantes respecto a los que hubo el 29 de mayo.

Sin ser “antisistemas” (un término con el que se pretende mal calificar a ambos candidatos), lo que en realidad estará en juego en la segunda vuelta será el tipo de confrontación elegida frente al establishment, plenamente identificado con un uribismo que, en la derrota electoral, busque la manera de fortalecerse y de perdurar ante los cambios que se avecinan.

Si Hernández buscará la ampliación y la incorporación se sectores periféricos como los que él representa, Petro en cambio será quien deba asumir mayores desafíos frente a las élites y las oligarquías regionales.

Tres preguntas como conclusión:

¿Qué capacidad tendrá el uribismo de reconfigurarse en una nueva etapa de la vida política colombiana en la que en principio, ya se sabe que no accederá al gobierno ningún representante de esta corriente?

En este sentido, cabe imaginar que el uribismo vuelva a situarse en la oposición (como ocurrió durante el gobierno de Santos, sobre todo, desde la firma de los Acuerdos de Paz), aunque podemos imaginar que existirá un fluido diálogo en caso de que Hernández llegue al gobierno.

En caso de que Petro gane la segunda vuelta, ¿cómo se planteará una política exterior que, desde hace más de un siglo fue establecida a partir del alineamiento incondicional con los Estados Unidos?

Sin duda, se abren interrogantes, en principio, en torno a la pertenencia de Colombia a la OTAN, al multimillonario apoyo económico desde Washington para la lucha contra el narcotráfico, etc.

En caso de que gane Hernández, ¿cómo podrá asegurar su propia gobernabilidad frente a un 40% que apostó por un cambio radical en la política colombiana, y cuya institucionalidad fue puesta a prueba en las pasadas protestas de 2020 y, especialmente, 2021?

Gane quien gane en las elecciones del 19 de junio, resulta claro que, frente a un escenario altamente polarizado, las contradicciones que atraviesan a la sociedad colombiana intensificarán los escenarios conflictivos frente a dos candidatos cuyo triunfo dependerá del miedo causado por la eventual llegada del rival al gobierno.

Tomado de página 12

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