Por Santiago Rivadeneira Aguirre

Bajo la forma fetichizada de una “democracia ordenada”, la ultraderecha totalitaria ecuatoriana estaría a punto de triunfar otra vez. Han sido cinco largos años de un trabajo sistemático y metódico para desarmar cualquier posibilidad de que se puedan construir alternativas distintas. La era  correista y la llegada de Alianza País al gobierno que se inicia en 2006, fue para la derecha -y cierta izquierda menopaúsica-, un estado de excepción que el neoliberalismo, enseguida, aprovechó para considerar este específico período histórico como un ‘suceso inesperado’ al que se le debía vaciar de contenido.

Descorreizar (salir del correismo) fue el apotegma canalla que el octogenario Julio César Trujillo, al frente del Consejo de Participación Ciudadana, transitorio, urdió para destruir la economía y la institucionalidad, con el apoyo de la derecha y de la prensa mercantil. Y también fue el comienzo del retroceso social y cultural, respecto del camino que se inició en enero de 2007 con el primer gobierno de Correa.

Los gobiernos de Moreno y el actual del banquero Lasso, por una continuidad esperpéntica, solo buscan el afianzamiento de una democracia antidemocrática y capitalista, cuyos matices más significativos son la prolongación del poder económico y financiero para el reacomodo de las élites. En el Ecuador de hoy imperan la pacatería moralista y moralizante de la derecha, y una clase media que desestima cualquier proceso que pudiera crear una gran síntesis histórica, en la que se reconcilien el producto de la reflexión y la práctica con la participación ciudadana.

¿Es posible vislumbrar la existencia en el Ecuador de una ‘razón neoliberal’, responsable de los ‘sentimientos antidemocráticos’ y el individualismo de los ciudadanos, que inclinan cada vez la balanza electoral a favor de las tesis de la derecha y desechan los planteamientos de cambio o de transformación del sistema? Lo otro: ¿es posible constatar la presencia del neoliberalismo con sus extensas particularidades y matices, como lo vemos en Chile, por ejemplo, o apenas enfrentamos una suerte de ‘economización de la política’ como la llamó Wendy Brown? Lo claro es que la derecha de los banqueros y empresarios viene por más poder. Vienen por todo el poder y sin miramientos o concesiones, a ver si estamos entendiendo las intenciones de Lasso y sus secuaces del PSC, la ID y el entreguismo de una parte de la Asamblea Nacional con la presidente Guadalupe Yori a la cabeza.

Al menos hasta el momento, el gobierno del banquero Lasso y la derecha, pueden exhibir algunos puntos a su favor, que no pasan solamente por la aprobación de la Ley tributaria por obra y gracia de las absurdas abstenciones de última hora de los asambleístas de UNES, las falsas estrategias de Pachakutik, junto a la desembozada participación de la Izquierda Democrática. Ese hecho -la aprobación de la ley- es la consecuencia de algunos escenarios previos o anteriores, incluso al 24 de mayo, día de la ascensión al poder de Guillermo Lasso Mendoza.

Hay un punto de giro que se produce a partir de la consulta popular de 2018, mañosa e ilegal, convocada por Lenín Moreno, señalado en ese momento como el ‘traidor’ del proceso que vivió el país los 10 años anteriores. Por supuesto que dentro de la Revolución Ciudadana nadie se atrevió a hacerse cargo del desacierto político que fue haberle designado como candidato para las elecciones presidenciales de 2017. Al menos no se reconoció el error hasta que los hechos demostraron lo contrario. (“Este sujeto nos va traicionar a los 15 minutos”) Valdría la pena entender qué podría haber significado “hacerse cargo” desde la perspectiva del electorado y la militancia, que tardaron en asimilar la felonía de Moreno. (En los buenos y malos momentos de la historia siempre hay un traidor).

El Ecuador vive una permanente crisis política y de representación, prácticamente desde el retorno a la democracia en 1979. La secuela antidemocrática de la derecha se inició con el “accidente” de aviación en el que fallece el presidente Jaime Roldós Aguilera, su esposa Martha y la comitiva que le acompañaba.  Y la crisis (la política de ajustes y la modernización burguesa) se impone en los gobiernos neoliberales de Hurtado, autor confeso de la ‘sucretización’ y de las firmas de las ‘cartas de intención’ con el FMI; de León Febres Cordero, un totalitario socialcristiano malicioso y astuto; de Sixto Durán Ballén, de ‘flores y miel’, mentor de las medidas económicas que anticiparon el feriado bancario y la quiebra del sistema financiero. Y de Mahuad y Noboa, los responsables del descalabro económico que permitió el latrocinio de los banqueros contra los ecuatorianos, entre ellos Lasso, cada uno subsidiario de una misma línea política e ideológica que defendía el libre mercado, la reducción del Estado, las desregulaciones, el asistencialismo, la injerencia de las trasnacionales en la economía y las privatizaciones.

Las caídas de Bucaram y Gutiérrez apenas fueron los interregnos idiosincráticos de una democracia sin fuerza ideológica. Así reverdeció el populismo oligárquico, palmariamente conservador. Desconfianza y resignación que develaban la supremacía de la derecha que  sostenía la teoría del desarrollo ‘desigual y combinado pero realista’, que nos iba a ubicar como un país de crecimiento y progreso, para dejarnos en las vísperas de las formas nuevas del capitalismo neoliberal, que el banquero Lasso traduce ahora como ‘más Ecuador en el mundo y más mundo en Ecuador’. Es decir, alentar la especulación, la evasión tributaria y la ‘monetización’ de los activos del Estado.

Rafael Correa Delgado, un economista de pensamiento crítico y liberal, con un discurso distinto, se desprendió del libreto de la derecha y la oligarquía para provocar una tensión y un conflicto entre las antiguas facciones en pugna que, sin embargo, alcanzó para definir ese  momento histórico del país. El escenario electoral e ideológico cambia con el aparecimiento de un movimiento progresista llamado Alianza País, que tiene la virtud de aglutinar al centro y a la izquierda variopinta del Ecuador. Las lógicas políticas y económicas que habían persistido hasta entonces, agrupadas en la derecha, no alcanzaron a reaccionar frente a la inminente ‘toma del palacio de invierno’. Mientras tanto, la izquierda ortodoxa, sorprendida por el remezón, sintió que no tenía cabida en ese espacio diferente, muy distinto al de sus prácticas políticas anteriores.

En lo fundamental, el proyecto político de Alianza País le propuso al electorado el riesgo de una cambio estructural para limitar esa perversa lógica del mercado que defiende la derecha, la construcción de una racionalidad política que le permita a la mayoría establecer otras relaciones de fuerza (sociales, culturales, electorales, simbólicas) y cambiar las reglas del juego democrático en términos de representación y participación. Y lo más importante: una sensibilización por los problemas sociales, es decir, la recuperación del Estado para una política de redistribución de la riqueza basada más en el trabajo que en el capital, demandas que están debidamente contempladas en la Carta Magna que se elaboró democráticamente en Montecristi en el 2008.

¿Existen las condiciones para actualizar este proyecto histórico, restablecer los momentos de unidad y ampliar las bases ideológicas de todos los sectores progresistas y de izquierda del país, para trazar una democracia más participativa sin ninguna neutralidad valorativa, frente al temprano fracaso del gobierno del banquero Lasso?

Por Editor