Felipe Pérez

Transcurrido un tiempo significativo tras la salida de Rafael Correa y su gabinete de gobierno, considero posible, tal vez necesario, retomar el tema de la corrupción sin que la sangre caliente nos lleve a despotricar contra la política, los políticos, el socialismo, los ‘mismos de siempre’ o cualquier personificación, Lasso, Satanás o el Che Guevara, sobre lo cual hallamos colocado el polo negativo de nuestra brújula moral. Hoy quiero escribir sobre la corrupción sin cuerpo, sin voluntad personal. No sobre la que se conceptualiza en las acciones mal encaradas de unos cuantos, ni en las prácticas cotidianas de los estudiantes sin ética, no sobre la que se vuelve concreta. Si no, sobre la que es evidencia, la que nos grita y que de una forma muy particular, quizá ridícula, me da esperanza.

No se pretende realizar una apología a la corrupción, mucho menos defender un partido, movimiento o bandera en específico buscando su redención, todo lo contrario, el primer paso será tacharlos de corruptos a todos ellos y también a usted que lee y a mí que escribo estas palabras. No se alarme ni se ofenda, si bien esto no es una defensa, tampoco es una denuncia, mucho menos una sentencia. Permítame explicarle.

Leía, por recomendación de un profesor de Sociología de la Universidad Central del Ecuador, una serie de reflexiones presentadas en lo que se denominó “el primer encuentro filosófico de los pobres”, editadas en un libro llamado Mi amigo es el enemigo más cercano, dos de ellas llamaron particularmente mi atención y son la base de esta reflexión: “De ignorares y sabios” y “Yo amo la corrupción”

Quiero partir de la siguiente afirmación: “somos capitalistas hermanos, culturalmente capitalistas explotadores y explotados” (Colectivo, De Ignorares y Sabios, 2012). Y por eso creo y les digo, somos corruptos, culturalmente corruptos. No porque seamos personas inmorales o nos falten valores familiares, tampoco por alejarnos de Dios, su familia y el espíritu santo, somos corruptos porque vivimos en el Capitalismo, y eso quiere decir que sus lógicas, sus dinámicas, sus fundamentos nos atraviesan todo el cuerpo, sedimentan los sistemas de valores y los esquemas conceptuales a partir de los cuales nos enfrentamos a nuestra cotidianeidad, y en ese proceso dan forma a nuestra realidad.

En este escenario, en el Capitalismo, la producción de la vida está subordinada a la producción de plusvalía, la vida humana se vuelve un instrumento para la reproducción exponencialmente ampliada del Capital, está viciada, se ha corrompido: “Desde que nacemos nos van llenando de cosas inconexas, que todas nos conducen a trabajar y a consumir, pareciéndonos lo más natural, pero la realidad es que ese proceso, no nos permite ver con claridad los fenómenos de principio a fin y sacar conclusiones acertadas”, (Colectivo, Yo amo la corrupción, 2012). La vida humana se ordena y se produce conforme a la necesidad que presenta el sistema capitalista y no lo hace de forma violenta, sus procesos de reproducción se solidifican al naturalizarse como actividades cotidianas, normales y racionales del ser humano, generando, no solo instituciones y espacios para la actividad humana, sino también construyendo los sistemas conceptuales que van a regir esa actividad. A eso me refiero con que somos corruptos, a que estamos corrompidos por el capitalismo, y que “esa es la pelea que tenemos, de bolas que somos ignorantes en otra cultura y somos sabios extremados en esta”. (Colectivo, De Ignorares y Sabios, 2012)

La moral, la política, el derecho, la economía y así sucesivamente todas, absolutamente todas las esferas de actividad humana están permeadas por eso que se llama capitalismo. Nada se le escapa. Y entonces el Estado que vemos, los políticos que nos representan, nosotros que votamos, somos capitalistas. Y la corrupción también lo es, por eso creo que es necesario rescatar el concepto de corrupción del pantano moral en el que se lo ha sumergido en la relación entre instituciones públicas y empresariado, o de las carnes y huesos particulares en los que se lo ha encerrado, porque nos encuentro a todos acusando al sistema jurídico y a una moral impotente de no ser suficientes y “no vemos al sistema Capitalista, quien se basa fundamentalmente, en la apropiación de plusvalía producida por la mano de obra, el sistema se sostiene en el robo, de él depende, nada podría ser sin el robo, la acumulación de riqueza sería imposible sin el robo inicial de la plusvalía”. (Colectivo, Yo amo la corrupción, 2012).

Cuando nos permite evidenciar la necesidad, no solo de reestructurar un gabinete de gobierno, sino de replantearnos la totalidad de la vida social, de la corrupción germinan nuevas ideas, nuevas voluntades y la lucha puede tomar un sentido diferente y combatir las dinámicas de fondo que organizan la vida en capitalismo. Si es así, después de un largo proceso de descomposición, tal vez tengamos suelo fértil y encuentren lógica y razón las siguientes palabras: “Quiero decir a todos, que amo la corrupción, me gusta la corrupción, defiendo la corrupción, porque sin ella, no es posible un acto revolucionario, no hay manera de que ocurra una revolución.” (Colectivo, Yo amo la corrupción, 2012).

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