Por Carol Murillo Ruiz

1.

Una de las cosas que más se repetía en conversaciones y en los espacios mediáticos diligentes con los ires y venires de la política, hace tiempo, es que había una crisis de representación en el Ecuador, pues los gobernantes no respondían al interés común de cada sociedad sino a parcelas de poder. Hoy ya casi no se habla de eso; porque a pocos les inquieta desvelar qué consecuencias tiene que un banquero llegue, vía elecciones, al gobierno en plena crisis económica, de salud y de forzadas migraciones locales -; además de que sus naturales aliados parecen distanciarse de un presidente que solo sabe jugar póker. Pero esa crisis de representación, sí debe ser tomada en cuenta como una de las razones del desastre nacional y/o la ingobernabilidad de nuestro país. Además, porque actualmente esa crisis de representación no es una simple retórica. Ahí están, evidenciados con lujo de detalles y sin pudor, los desajustes estructurales del sistema político (y económico) aquí, en América latina y Europa, expresados en la degradación de la democracia como el súmmum de la ley y la libertad heredados en parte del siglo XIX.

El siglo XX, ya lo sabemos, fue el siglo de la muerte en Occidente. El aparente triunfo de la razón se hizo añicos cuando las dos guerras mutilaron los cerebros de quienes creían haber descubierto un nuevo orden mundial de acuerdo al deseo máximo de democratizar cada territorio envuelto en llamas o envuelto en sueños como la América latina de mediados de ese siglo. Hoy, a veintitrés años del siglo XXI, los tambores del apocalipsis parecen sonar en nuestro país y en otros lares. Por ejemplo, una guerra -la de Ucrania- que intenta mover fronteras, mientras, al mismo tiempo, agita la geopolítica global y regional, es decir, lejos de las zonas bombardeadas.

Esos factores no están allí gratuitamente. Estimulan el tambaleo de viejos conceptos y lógicas hegemónicas. Hagámonos las siguientes preguntas: ¿Los que están en guerra son los auténticos representantes de los intereses ‘nacionales y soberanos’ de sus respectivos países? ¿Pueden ellos legitimar, a vuelta de tuerca, hoy, que los valores occidentales son buenos-y-malos según la conveniencia de un imperio y varias potencias que basan su poder precisamente en ideas como democracia y libertad? ¿Se juega el neo diseño de un mapa que instale otra vez afanes imperiales?

Pues sí, la “crisis de representación”, en el marco de una guerra extraña parece más importante a nivel global, pero por el momento es revelador lo que ocurre en lo local; porque queramos o no, aquí vivimos y luchamos, y porque aquí el juego de fuerzas políticas siempre es útil para los relámpagos de afuera.

2.

Es imperativo pensar en lo local. Ciertamente el presidente actual encarna como nadie la crisis de representación, lo cual permite entender por qué su mandato puede pender de un hilo si algunas de esas fuerzas políticas se le venden sin escrúpulos. ¿A quién o quiénes representa el presidente en Carondelet? ¿A los pobres, a los movimientos sociales, a un partido-empresa electoral, a la bancocracia con el hambre más voraz de la tierra, a la oligarquía principalmente guayaquileña?

Muchos creen que no representa a nadie en concreto sino al capital financiero que hace puente con los flujos invisibles de la usura internacional.

Pero si lo anterior refleja esa crisis de representación es que fallan muchas cosas en nuestro sistema político. Primero: porque el presidente ignora la fuerza de la historia (económica) nacional al comprar su cargo (y a ahora rematándolo en la Asamblea a través de maletines); y, segundo: porque semejante situación no nos hace observar el papel de la democracia y los alcances del Estado en un país raptado por unas elites que viven del subdesarrollo, el rentismo y, ahora, de la más pura especulación y/o el dinero fácil.

Seamos pedagógicos: una vez escuché decir a alguien que las mujeres que ejercen la prostitución lo hacen porque buscan dinero fácil. En esos tiempos, de manera general, la prostitución no era concebida como un “trabajo” (que ahora por cierto tanto defienden las feministas liberales), sino que su labor tiene más que ver con la vagancia que con la dignidad o virtud.

Entonces, haciendo una analogía: una persona, un joven, acaso un niño, que se dedica a vender pocos gramos de droga en zonas pauperizadas o calles especiales, es alguien a quien le gusta el dinero fácil. Esto incluso lo señalan algunos funcionarios del actual gobierno y mucha gente en las redes sociales.

Los unos (en el tema de la prostitución) y los otros (en el tema del microtráfico) olvidan el meollo de unos problemas que van más allá de la vagancia y el dinero fácil.

Llevamos quizás más de una década -viendo novelas de narcos- en las que la premisa del dinero fácil, por fuera de los trabajos legales y legítimos, se ha convertido en filosofía social y popular. No porque la gente deteste trabajar sino porque una de las elites -en el presente- derrama lujuria dineraria por los canales legales y también por los otros. La tinta que supuestamente mancha a la parentela presidencial es algo no menor, como tampoco lo de los narcogenerales o el amigo de varios militares ‘Don Naza’ que apareció muerto de modo muy extraño. Daría la impresión de que lo ilegal se acerca muchísimo a las instituciones más duras del país; por tanto, una economía dolarizada puede ser una pista para aeronaves repletas de dinero fácil…

La especulación financiera que aceita a los bancos permite decir, en la actualidad, que su función social -hacer préstamos para proyectos productivos, etc.- ha migrado, paralelamente, hacia otras rutas y esas rutas no siempre gozan de buena luz; ergo, su función social es plasmar algo que no se ve. Lavandería, le dicen. ¿Qué es una lavandería? Un lugar donde se lava ropa sucia usando bastante cloro. Ropa sucia que nunca había estado en casa, pero que ahora llegará bastante limpia. ¿Qué es eso entonces? Dinero fácil.

El dinero fácil se movería en las altas esferas del poder y esa realidad fortalece ‘el deseo’ de dinero fácil en las últimas e indefensas capas sociales de cualquier sociedad. Pero, ojo, esas capas sociales frágiles y casi desahuciadas lo hacen por privaciones totalmente distintas. No es acumulación; por el contrario, es una opción efímera obtener mínimas cantidades de dinero fácil.

3.

El capitalismo, en su faceta más nefasta, ha enseñado que la única manera de triunfar en la vida es trabajando. Sin embargo, ese mismo capitalismo crea cada día menos puestos de trabajo formales y más informales. Los Estados, sumisos instrumentos del capital privado, olvidan su rol y se empeñan en salvar las actividades económicas de empresarios y banqueros. Veamos una noticia reciente: “El Banco Central del Ecuador (BCE), a través de la Junta de Política y Regulación Monetaria, presentó una solicitud de incentivos tributarios para el sector privado, debido al elevado índice riesgo país”. “(…) Es decir, mientras más alto el indicador, los préstamos externos tendrán una tasa de interés más elevada para compensar el riesgo adicional asumido por los inversionistas o prestamistas(https://bit.ly/3MqefNv); por cierto, inversionistas y prestamistas, en este caso, ecuatorianos. ¿No es esto una muestra de que el Estado, con un gobierno que no representa el bien común, regala plata a quienes más tienen? ¿No son los “incentivos tributarios” más onerosos y parte del privilegio de las elites, que los subsidios para los combustibles que usamos los ciudadanos?

Por supuesto, las elites triunfan porque se matan trabajando. Y además cuentan con el dinero fácil de las arcas del Estado…

4.

No puedo terminar este artículo sin decir que las izquierdas locales son cómplices al pensar que la destitución del presidente desestabiliza la democracia. La democracia está en terapia intensiva desde que los irresponsables voceros de la política y los medios pretenden mantener en el gobierno a un sujeto que se comporta como oligarca en los asuntos públicos sin una pizca de rubor.

La violencia no solo viene del narcotráfico, de los sicarios, de las incipientes mafias de lo ilegal, o del delito común. La violencia también viene del Estado cuando éste cae en manos de presidentes que juegan al dinero fácil legal mientras el hambre busca el dinero fácil esporádico mediante la extorsión, el sicariato, la venta de drogas o el robo frecuente. La violencia es de doble vía. O las caras de una misma moneda.

La destitución no cambia un país de un día para otro, pero sí mueve las entrañas de un poder que ansía perpetuarse; no en un hombre sin atributos como el presidente enjuiciado, sino en un amplio proyecto autoritario que marcharía mejor con un Estado despojado de pueblo.

¿Es nuestro deber evitarlo? Por supuesto. La derecha es letal siempre.

Por RK