Toma tiempo advertir que hay personas capaces de cualquier cosa con tal de mantener su grande o pequeña cuota de poder, o de servir a quien tiene esa grande o pequeña cuota de poder, por miedo, por resentimiento o por lo que sea.
Sin embargo, a los que no andamos por ese territorio, ¿qué nos queda? Los poderes de la maldad parecen haber sobrepasado cualquier límite aceptable. En nuestro mismo país vemos con estupor y angustia cómo quienes están a cargo del mando en realidad lo que propician es una destrucción cada vez mayor, la desaparición de vidas humanas, el trato humillante a lo que queda de quienes dejaron este mundo, y la mentira sistemática, siempre con la acusación al ‘correísmo’ en la punta de la lengua.
No es fácil. No es simple ni sencillo comprender desde un espíritu que no ha sido devastado por tales niveles de odio, las actitudes de quienes hoy por hoy se encuentran a cargo de la destrucción del país, que no es otra cosa.
Sin embargo, ¿qué es lo que nos queda a quienes no participamos de tal inopia mora y espiritual? Lo primero, la solidaridad. Creen que con impedirnos abrazarnos y tocarnos nos están separando. Olvidan que estamos unidos por fuertes lazos que van de corazón a corazón. La solidaridad es el principal instrumento de unión y paz que podemos utilizar. Ver quién necesita de nosotros, y en qué podemos ayudar. Como dije en una crónica anterior: qué tenemos para dar. Y nadie es tan pobre que no tenga nada para compartir.
El estudioso y youtuber español Emilio Carrillo dice que en estos casos no importa el qué, sino el cómo, y entonces el terreno de la adversidad se vuelve tierra fértil para el crecimiento espiritual no solo de los individuos, sino de las comunidades. Quizá mientras quienes la vida nos ha puesto a la cabecera de la patria continuan con su agenda de odio, nosotros podamos marcar una clara diferencia. En este momento confrontarlos puede resultar suicida, pero sí podemos organizarnos, y si no confrontarles, por lo menos dejar de regir nuestras acciones y reacciones por su pervertida agenda.
Sigamos solamente las reglas de aislamiento de la vida cotidiana, pero no les demos el gusto de escuchar sus trasnochadas acusaciones a quien hace tres años ellos mismos se encargaron de acallar. No respondamos a sus trinos en twitter, que si de algo carecen es de creatividad. No sigamos sus cadenas más que para lo meramente operativo. Y hagamos lo que más podamos por darle un sentido a este momento difícil que vivimos.
Con los otros, que la vida haga su trabajo cuando y como tenga que ser.