La noche de ayer un conductor de ambulancia en la ciudad de Portoviejo divisó a una mujer joven que, junto con dos niñas pequeñas, pretendía arrojarse de un puente sobre el río. Quería morir y llevarse a sus hijitas porque no tenía ya medios de subsistencia para su familia.
En días anteriores, el nombrado vicepresidente Otto Sonnenholzner emitió un spot en donde acusaba a quienes salían a la calle y no se quedaban en casa de egoístas, inconscientes y un poco más de adjetivos malsonantes destinados a hacernos entender que los que salen de la casa son los malos y los que nos quedamos adentro somos los buenos.
Algo similar ocurre ahora, cuando los detenidos en el CDP de Pichincha reclaman por sus derechos debido a la presencia de infectados por COVID-19 en el Centro de Detención. Es un reclamo pacífico que consiste en una huelga de hambre. Incluso proponen que se donen los alimentos que no están consumiendo a quienes los necesiten. Pero la gente ‘buena’, ‘decente’ y muy moral de Quito dice, orondamente, que no se preste atención a sus peticiones, que los dejen morir ahí adentro. Que como son delincuentes no tienen derecho a nada. Incluso hay quienes afirman que se debe prender fuego al local con la gente adentro porque son unas lacras de la sociedad.
Veo, por otro lado, en grupos que se dicen ‘correístas’ de diversa calaña, a gente que se da un respiro de la política y comienza a enviar mensajes en donde afirman, muy orondos, y orondas, que el coronavirus es un castigo por la homosexualidad y por la probación del matrimonio igualitario. Por lo menos este virus, a diferencia del del Sida, no parece ‘discriminar’ por oprientación o conducta sexual, y eso resta argumentos. Pero no importa. Hay que dejar en claro dos cosas: que hay culpables, y que no somos nosotros.
En estos momentos en que un embate de la naturaleza o de la maldad de los verdaderos malos de la historia nos recuerda nuestra fragilidad y lo breve y lábil de nuestra existencia, no se trata de erigirnos en jueces de quien cumple las reglas, quien merece vivir o morir o a quién está castigando ese Dios sádico y cruel que se encarga de mandar las epidemias y los desastres.
Por primera vez en la vida se trata de que nos situemos en un plano de seres humanos que trascienden su sombra y sus proyecciones. Se trata de conectar con la especie y preguntarnos qué podemos hacer por los otros. Se trata de comprender que si alguien sale de su casa tal vez se deba a que quedarse puede significar la muerte de sus niños. Se trata de comprender que, más allá de sus acciones, quienes se encuentran prisioneros son tan humanos como nosotros; si la vida los llevó por otros derroteros con frecuencia no se debe a su maldad ni a nuestra bondad, sino, como dirían por ahí, a que’solo por la gracia de Dios’ tuvimos unas experiencias de vida que nos llevaron a otro tipo de conducta. Se trata de no intentar culpabilizar a otros de cualquier cosa que pase solamente porque llevan un estilo de vida diferente al nuestro.
Es en este momento cuando el embate de la pandemia nos llevará a demostrar exactamente de qué material estamos hechos. En lugar de juicios de valor trasnochados y soberbios, quizá sea el momento de pensar en organizar redes de apoyo para quienes no pueden trabajar, para quienes /por lo que haya sido, y muchas veces injustamente/ se encuentran privados de libertad, para quienes por la marginación social no cuentan con un techo ni un lugar donde quedarse.
Sabemos que de muchas de esas cosas deberían ocuparse los gobernantes, desde la prevención hasta la solución. Pero en estos momentos de anomia política y social, nos toca apostarle a la solidaridad, pues en el examen de grado como especie nadie se salvará solo, pero todos nos perderemos juntos, juntos con la polbación LGBTI que no tiene la culpa de nada, juntos con los presos que donan sus alimentos a gente más necesitada, juntos con la madre que no quiere vivir para ver el sufrimiento de sus hijas pequeñas. Recordando con humildad aquellas palabras del evangelio de las que nadie se quiere acordar, en donde el líder de los supuestamente buenos proclama: «Los publicanos (pecadores) y las prostitutas les llevarán la delantera en el Reino de los Cielos».