Mucho se repite aquello de que el peor mal del mundo no es la maldad de los malos, sino el silencio de los buenos. Esta sentencia se le atribuye a Gandhi, a Martin Luther King y a algún otro. En realidad no importa quién la dice, porque, como todo lo anónimo es muy cierto y profundo.
No pienso que la frase se refiere solamente al hecho de que los supuestamente buenos callen ante la maldad, aunque también. Aquellas personas que estudian los fenómenos estelares tal vez imaginarios de las visitas de seres del espacio exterior dicen que existen seres ‘positivos’ y ‘negativos’. Los negativos, dicen, son los que intervienen en la vida de la tierra: los reptiles que crean sus sectas y ponen sus gobiernos con cara de culebra. Entonces los niños que oyen el cuento preguntan: ¿y los positivos, por qué no intervienen? Y la respuesta es: «Es que los buenos no pueden interferir en el desarrollo de la consciencia de la humanidad».
Entonces resulta que el silencio de los buenos es un tema uiniversal. No solo los buenos terrícolas callan y miran para otro lado, silbando una tonada, sino también los buenos interplanetarios.
¿Pero por qué callan aquellos a quienes llamamos ‘buenos’? ¿Por qué, si los ‘malos’ utilizan todo tipo de recursos, sin fijarse en su legitimidad, procedencia o ética para conseguir sus objetivos, los ‘buenos’, terrícolas o no, prefieren ‘no intervenir’ y dejar que el pan se queme bien quemado en la puerta del horno o donde sea?
Sí, quizá puede deberse a que aquellos llamados ‘buenos’ no están tan dispuestos como los malos a romper ciertas normas de conducta que se consideran correctas. Entonces, mientras los malos van por ahí mintiendo, golpeando, insultando, haciendo malos chistes y expeliendo ventosidades y eructos, los ‘buenos’ comienzan a pedir por favor que no hagan tal destrozo, no sean tan malos, malos. Pórtense bien. Qué dirá la gente. ¡Cómo si a ellos les importara lo que va a decir la gente!
Otro motivo puede ser porque, mientras los malos vienen haciendo maldades desde hace tiempo, y se las saben todas para neutralizar a los buenos con cualquier método subrepticio o perverso, los buenos, a pesar de serlo, no han practicado su bondad tan bien como los malos su maldad. Y tampoco quieren arriesgarse, o aprender.
En tiempos como estos, vemos que hay gente que se solaza no solo en destruir vidas ajenas, sino en aprovechar la pandemia a ver si por fin convierten a su patria en lo que siempre han soñado: un Estado Fallido en donde puedan hacer y deshacer a su antojo. Los vemos obrar con la misma delicadeza de un elefante en una cristalería, y lo único que alcanzamos a hacer es a lamentarnos en redes sociales.
Y otra cosa: sabemos que los ‘malos ‘ son incapaces de un sentimiento de genuino amor o solidaridad, pero cuando de sus intereses se trata hasta se casan entre ellos y se unen con la tenacidad de la gavilla. En cambio los buenos, como gente sensible que son, se resienten cuando no les llaman por su nombre con diminutivo y ya no quieren ir a las reuniones para ver qué se hace. Algunos, hipersensibles, hasta se pasan al bando de los malos y ahí sí se quitan la piel de oveja par amostrarnos el lobo que siempre fueron.
¿No será de que los ‘buenos’, tímidos y silenciosos, aprendan algunas de las mañas de los malos para ver si alguna vez consiguen ganar el juego? Capaz si eso sucede, los malos también descubran, en algún resquicio de su endurecido orazón, algún resto de bondad que le sirva para algo a la humanidad