Siempre, desde los primeros días de junio del año 2017, me pregunté qué le había hecho el Ecuador a Lenin Moreno, porque tanto deseo de destrucción debe venir de un daño muy grande. Y me lo sigo preguntando día con día. Cada vez con menos sorpresa, pero siempre con igual desconcierto y asombro.
Como se ha dicho en varios lugares, es obvio que este gobierno y todos sus personeros siguen al milímetro (claro que a veces se pasan de comedidos, como en el caso Lady Patriot o algunas opiniones del mismo Moreno) un libreto escrito quién sabe si dentro de un polígono extranjero, y el libreto es el que dice la Biblia respecto de Satanás: robar, matar y destruir (Juan, 10:10). Robar, matar y destruir todo lo hecho por el gobierno anterior en beneficio de la población de este país.
Porque, bueno, no sería nada raro que Moreno (y un poco más de gente) envidie desde el fondo de sus entrañas a Rafael Correa. Como dijo alguna vez José Mujica: no nace un Rafael Correa todos los días. Pero… ¿y nosotros? ¿Y la gente del pueblo, los trabajadores, los niños y jóvenes de la educación pública, los usuarios de la salud ídem, los ecuatorianos y ecuatorianas en general… qué le hicimos? Y no tengo respuesta. Posiblemente la única verdad que ha dicho desde que nació sea esa de que a los que votamos por él nos está ‘comenzando a coger un poco de odio’. Pero eso también es mentira, porque no es que nos estaba ‘comenzando’ a tomar ‘un poco’ de odio. No. Siempre aborreció al país entero. Por eso destruye cualquier cosa que vaya en beneficio de la gente. Por eso nos estafó de tal manera. Por eso mató a once manifestantes en octubre. Por eso dejó tuertos a otros muchos. Y así…
Miremos por ejemplo ahora: ha dispuesto (él o su equipo, da lo mismo) la desaparición de los Infocentros. Lugares donde la gente, la población sencilla del país podía ir a utilizar nuevas tecnologías de acuerdo con sus requerimientos y necesidades. Les quita, entre muchas otras cosas, una oportunidad más de comunicarse, de aprender, de promocionar sus negocios y trabajos, de conectividad, tan necesaria para el desenvolvimiento en la vida diaria del mundo actual.
Lo hace al amparo de una crisis global de salud y con la excusa de la crisis económica que él y sus verdaderos mandantes provocaron. Lo hace con maldad, como la mayoría de cosas que ha hecho o dicho desde el 24 de mayo de 2017. Por pura maldad. Por quitarle a la gente sencilla del pueblo cualquier oportunidad de crecer o surgir, llámese escuela del milenio, hospital docente, universidad Yachay, Ikiam o Uniartes, desayuno escolar o Infocentro. En una dinámica del úselo y tírelo realmente espeluznante, además, porque hay que recordar que hasta hace muy poco empleaba los infocentros, creados con otros fines e intenciones, para trollear el apoyo a sus deleznables personeros llenando el twitter de alabanzas acartonadas a cualquier trino de María Paula Romo, Andrés Michelena e incluso él mismo, y para contrarrestar los cientos de comentarios en contra. Lo hace, además, dejando sin trabajo a todo el equipo que se encargaba de este gran servicio.
Pero no es eso lo más triste: la historia de la humanidad está llena de traidores que tarde o temprano se llevaron su merecido, aunque sea de un modo pírrico. Lo más triste es la impasividad con que la gente, nosotros, que tanto nos beneficiamos de tantas obras tangibles o intangibles del gobierno anterior, continuemos en un estado de choque postraumático, mirando impasibles o catatónicos cómo esta inmensa bola de demolición que es el neliberalismo morenista va arrasando con todo. Lo más triste es que sigamos dejándonos. Que no tengamos las agallas para detenerle, aunque sea un poco en la recta final. Que, ya que somos de clase media, continuemos dejándole hacer porque supuestamente ‘no nos afecta’. Que no hayamos aprendido nada después de diez años de vivir otra realidad, de tener otro país que solo la ingratitud y el arribismo nos impiden valorar y reconocer.