Desperté con una idea que era una pregunta, o más: ¿y si todo es
mentira? ¿si solamente están haciendo una prueba, a ver cuán fácil es
encerrarnos para poder hacer de las suyas sin que nadie les estorbe?
Incluso me tentó romper normas, saltarme los protocolos y salir a
caminar por la calle a ver si realmente me pasaba algo… Pero siempre
cabe la posibilidad de que sea cierto, y de que el virus esté ahí, acechando. Entonces decidí calmarme y tratar de olvidar ese segundo de locura y rebeldía.
Teletrabajé, con un poco de ansiedad, alternando con bajadas a la
cocina a ver cómo estaba la familia. Y en realidad, las cosas estaban
bien. Conversé con mi hija, con mi yerno. MI hijo decidió preparar una
pizza para el almuerzo, y entre estas y las otras comentó que en medio
de todo había logrado encontrar serenidad y calma. Le asusta que yo
tenga que salir, que me pueda contagiar.
A mí, anoche me dio
conjuntivitis, tal vez por maquillarme para el programa de radio,
entonces decidí comprar un colirio y otros medicamentos que hacían
falta… llamé a una farmacia en donde ni siquiera contestaban porque
daba ocupado todo el tiempo. Llamé a otra y me tocó después de veinte
llamadas, pero al fin contestaron, y no solamente eso, sino que, aunque
habían ofrecido traer mañana las medicinas, apenas se demoraron un par
de horas.
Más tarde escuché la entrevista a David Chavez
que he compartido un poco más abajo, y eso volvió a deprimirme: pensar
que estamos gobernados por una gavilla de delincuentes que si algo hace
bien es odiar al pueblo y odiar a quienes supieron gobernar mejor que
ellos. Arreglé algo más de la casa… estaba jugando con mi nieta, y
entonces recordé que había el concierto de Pedro Aznar por Facebook y me
conecté…
Y aquí estoy, con un nundo en la garganta, escuchándolo
cantar «Quebrado» a capella y recitar a Neruda. Escuchándolo decir que
nos unamos en contra de la maldad. Escuchándolo decir que si bien esto
no es lo que esperábamos de la era de Acuario ni del futuro, es lo que
tenemos, y que la luz de nuestro corazón será más grande si todos los
que podemos encenderla la compartimos.
Aquí estoy, sabiendo que
aunque seamos él y yo, y dos que tres más, urge que encendamos esa luz
interior, y mientras él se emociona al terminar, también yo me emociono
más aún al escucharlo, y recuerdo las palabras de Amaru ante las latas
que su padre había preparado saliendo del horno, y su alegría en medio
del encierro:
-¡Estoy emocionado por comerme la pizza que hizo mi papi, Mamilú!