Edison Hurtado
El reciente proceso político ecuatoriano se decanta por al menos tres características. Primero, por balancear el poder en torno al presidente Moreno, ubicado en el centro del campo magnético. Un presidente aparentemente fuerte, pero que en realidad es débil por sí mismo. Depende de muchas alianzas, todas con potencial de chantaje. Segundo, por agrupar actores tan disímiles en una plataforma común: el odio a Correa. Ahí están gremios corporativos, partidos y frentes de izquierda y de derecha, excorreístas hoy morenistas, correístas de otrora que fueron quedando marginados en el periodo anterior y que quieren recuperar protagonismo, etc. Todos han salido ganando en esta coyuntura, han tenido algún espacio de incidencia frente al presidente Moreno, pero a la vez todos acosan al sistema político con demandas particulares diversas y, en algunos casos, prebendarias. Por último, por funcionar casi obsesivamente con una agenda cortoplacista con el fin principal de disminuir el capital político del expresidente Correa. Así han operado un plató mediático, jurídico y político donde todos los males bíblicos son “culpa de Correa”.
En ese esquema de aglomeración política en torno a un centro débil (hay que ver el desplome de Moreno en las encuestas), el paso del tiempo es sumamente importante, porque el aspecto aglutinador (el odio a Correa) va dejando de ser efectivo a cada minuto, y en algunos casos hasta contraproducente cuando se maquinan y se orquestan persecuciones político-judiciales sin el respeto al debido proceso, o a punta de instancias transitorias ad hoc. Los réditos que se pueda sacar de una alianza anti-Correa son cada vez menores, así como los incentivos para permanecer juntos en torno a la figura de Moreno.
El paulatino desgajo de esta alineación de fuerzas es intrínseco, consustancial e inevitable, principalmente porque la suma de diversos intereses ya comienza a mostrarse incómoda. La salida de Augusto Barrera del gobierno no solo demuestra que se volvió incompatible -en su narrativa- un horizonte de continuidad progresista en lo social, a favor de una cesión ante los grupos económicos más poderosos del país, sino que ya no se puede ser parte de una alianza política únicamente “poscorreista”. En esa lógica, si ya no se vale pelear desde adentro, porque el cerco al Presidente aleja del poder a los que -en papel- deberían ser progresistas, habrá que salir del pacto plutocrático.
La propia derecha y los grupos empresariales, que se han encontrado con un presidente obsecuente, se siente incómoda con tener que ajustar sus ambiciones predatorias. Quieren más. Por ahora obtienen lo que pueden. Por ahora, “solo” han logrado unas millonarias remisiones tributarias, que benefician a los más ricos de los ricos, “solo” han conseguido más flexibilización laboral, “solo” han logrado encauzar la economía hacia un ajuste moderado, cortando gasto social, anunciado el fin de los subsidios y concentrando privilegios fiscales a nombre de “la competitividad” o de desregular el capital financiero para -eufemísticamente- “atraer capitales” que no nunca terminan de llegar como amagan y prometen.
Desde distintas voces de la propia derecha ya presionan para que el giro conservador sea más radical. ¡Cómo no quisieran tener un Macri criollo! Les encantaría, pese a todo lo que han conseguido de este gobierno, poder mercantilizar o privatizar el fondo de pensiones del IESS o, al menos, “flexibilizar” la jubilación, extendiendo la edad para el retiro o bajando sus costos (de hecho, ¡ya vienen por ello!)… Les relame la posibilidad de cortar más beneficios laborales (¡la eliminación del reparto de utilidades entre los trabajadores les parece poco!) y hacer más barata la mano de obra. Les incomoda que aún el Estado tenga alguna capacidad de gestión y redistribución, y quisieran minarlo, debilitarlo, acosarlo aún más… Por ahora, los sectores conservadores aprovechan el momento, ponen figuras en ministerios clave (economía, comercio, producción) y sacan prebendas millonarias. Otros frentes, muchos de ellos de izquierdas, se contentan con menos (o con poco), prebendas en forma de cargos, favores que los corporativizan, pero que a la vez les compran el silencio y la obsecuencia.
Los que piensan en cálculos políticos, sobre todo ahora que se vienen las elecciones seccionales en marzo de 2019, tampoco se sienten cómodos con el pacto plutocrático en torno a Moreno. Alianza PAIS va a dejar de ser un partido fuerte, por obvias razones: el principal capital político que tenían, Correa, ya no está en sus filas. Ahora las convenciones de AP necesitan de Photoshop.
CREO necesita posicionar a Guillermo Lasso a como de lugar. Siendo también un partido débil, que solo ha sabido aprovechar la ola de oposición a Correa, ahora cree que puede aglutinar en torno a Lasso. Tal estrategia tiene que distanciarse de Moreno a toda costa, como lo ha venido haciendo, para ser “la verdadera oposición” y tener alguna posibilidad en las siguientes elecciones presidenciales. A la vez, tal estrategia sigue siendo débil porque disputa un electorado con el PSC y con un Nebot ahora lanzado a la presidencia. Por su lado, Nebot, que ha operado como aliado abierto de Moreno en todo este periodo, sabe que necesita construir una plataforma propia más allá del cantón Guayaquil, lo cual ha sido su límite histórico en pasadas contiendas presidenciales.
Un frente de izquierdas, con alguna fuerza, por ahora parece improbable. Entre otros, los exMPD, Pachakutik y Socialistas, fragmentados como siempre, deambularán en las próximas elecciones entre acomodarse a la sombra de Moreno o condenarse a la marginalidad. ¿Habrá espacio para reconstituir un espacio político de izquierda no-correísta o anticorreísta? Para las próximas elecciones, casi imposible. Pensando más allá de marzo, habrá que ver.
Del lado correísta, golpeado y perseguido, los esfuerzos por reposicionarse pueden ser muchos y variados, pero ninguno tan efectivo como recurrir a la propia figura de Rafael Correa. Ese fue el gran capital político de la década pasada pero, a la vez, tal personalización ha sido una debilidad orgánica. El recambio con Moreno le salió por la culata. Si no logra encauzar una plataforma conectada con su electorado cautivo, podría ir también perdiendo su voto duro.
Es todo este escenario, lo que se viene es un desgajo por todos los frentes. Las fuerzas centrípetas (hacia el centro morenista) dependen del gas anti-Correa. Cuando este se desgasta, y cada vez es menos aglutinador, volvemos a dinámicas fragmentarias y amorfas propias de los noventa: cada quien para su molino. Ahí renacen las facetas más turbias de la política nacional: renacen los Bucaram y los Alvarito, pero sobre todo las lógicas predatorias y llenas de prebendas para beneficio particular. Un escenario para pescar a río revuelto. Por ahora, los que sacan tajadas más grandes son los nuevos amigos de Moreno: los empresarios que operan como gremio prebendario.