Por Juan Montaño Escobar
Por otra parte, la administraci6n cotidiana de
este aparato de poder coactivo tiende ahora a la
descentralizaci6n y la privatizaci6n: de ahí la aparición
de camarillas locales que aprovechan para
enriquecerse ilícitamente y ajustan cuentas personales .
Necropolítica, Achille Mbembe.
Escenificación del slum
Violencia insufrible en el Ecuador, pero son dos ciudades que aceleran el récord necrológico: Guayaquil y Esmeraldas. No es mala suerte ni astros desalineados. O algún germen alocado en el organismo de alguna gente esmeraldeña, por ahí se cargan con eso de nuestra “idiosincrasia” o que es “cultural”. Tienen rótulo autoritario de ‘analistas de no sé qué’ para cosechar grandilocuentes idioteces. Esa sociología cartomántica y de destino manifiesto solo pone folclor a la tragedia que padece la provincia de Esmeraldas, con su capital en el ranking de las ciudades a las cuales se recomienda pasar de largo y aprisa. Esta violencia social no comenzó de repente por un milagro al revés de las circunstancias geoeconómicas. Mientras en el 2021, se asesinaron unas 81 personas, en el transcurrir del 2022, ya son más de 430. Equivale a 48,79 por cada 100 000 habitantes. La media nacional está por los 15,48, es decir, creció tres veces más desde el 2017. Es violencia social en toda línea, lugar y desesperanza. La explicaciones de las autoridades gubernamentales dan para desencanto y pesimismo por toneladas; y el capítulo final será una pronta emigración masiva hacia no se sabe dónde. En la ciudad de Esmeraldas, los anuncios de coca cola o de cigarrillos perdieron ubicuidad frente a los anuncios de “se vende” o “se alquila”, están por todos lados. Gritan el desánimo con letras cambiadas. Las tiendas barriales, aparte de las rejas de barrotes de hierro de media pulgada, la atención tiene el sello de la desconfianza si eres cliente desconocido. El vaya con Dios suena a final premonitorio en las despedidas y las tardanzas ponen los nervios de punta. Las noches son de ruidosos motociclistas desaforados o de tiroteos anunciadores de las trágicas estadísticas. O es el aviso estrepitoso de los dueños del asfalto. Los barrios se quedan sin peloteros callejeros antes de las seis de la tarde y las conversas en las esquinas son de otros tiempos mejores. El resguardo obliga para no ser daño colateral. ¡Maldito eufemismo! Hasta las misas son a una hora más temprana y a ritmo medido para no fallar en el encierro obligado. A las siete de la noche la desolación urbana da para un alabao larguísimo y existencial. La rabia popular está entripada. Aún.
Slum en estos pésimos tiempos políticos
Son nuestras vidas que únicamente importan a quienes vivimos por acá, en Esmeraldas. Dolorosa hipérbole, pero ajustada a estos pésimos tiempos políticos del Ecuador. Yordano sugiere cantando: “Oye conciencia mejor te escondes con la paciencia”. Vale para Esmeraldas, porque joden los del poder cimero y joden los del poder slum. Parece un viaje interminable, en el cual cada mañana es el comienzo desde el mismo y repetido punto de partida. ¿Ninguna estructura estatal vio llegar esta violencia social? Si la respuesta es negativa, entonces se cumple la sentencia de barrio adentro: “sirven para maldita sea la cosa”. O sí sabían, pero razonaron: “es en Esmeraldas, tierra de negros y negras”. Entonces, tiene razón el epígrafe de Achille Mbembe. Allá (los que tienen el catalejo político al revés) creen que las siete plagas bíblicas es retórica descuidada. Una maldición de cumplimiento obligatorio, como predican en los parques esmeraldeños algunos asesinos de la fe cristiana. Pero hagamos la cuenta de los factores causales: desempleo como nunca antes, los resultados de aprovechamiento escolar son para la rabia o el desconsuelo lagrimeado, la inversión pública es goteo insignificante, el título de provincia marginal es una condena histórica, la clase política esmeraldeña (con las obvias excepciones) es inútil a la enésima potencia, Esmeraldas es la provincia de todos los extractivismos (incluya el económico en un país dolarizado), caída espectacular de la matrícula escolar (al menos 4 de cada 10 adolescentes no estudian el bachillerato). Ahora sí, la violencia social. La contabilidad no es consecutiva, pero si es combinación fenomenológica en diferentes proporciones dañinas que sostienen esta violencia. De 81 asesinatos en el 2021 a 430 de este octubre de 2022. Eso es necropolítica. Insisto. O asesinan por causas que muy pocos saben, salvo una que otra explicación policial que apenas satisface y más bien aumenta la incertidumbre. ¿Cómo pudo multiplicarse por cinco la cantidad de asesinados? La mayoría absoluta de los asesinados son jóvenes, muy jóvenes, de no más de veinte años. Muchos de aquellos son quienes faltaron al bachillerato. Y ya jamás volverán.
Malos cambios formaron este slum
La descripción musical de otras geografías sociales urbanas de las Américas, no por falta de nuestros propios y buenos análisis con frases y cifras, describen a Esmeraldas; a esas canciones, reminiscences of blues, se las escucha como complemento emocional o quizás como fastidioso pesimismo porque a esta ferocidad social la sentimos empautada y de complicadísimo retorno a los perdidos años de paz. Empacha la abundancia de razones, todas válidas y todas advertidas a los Gobiernos ecuatorianos hasta que ocurrió esta catástrofe social. Y ahora mismo se sufre con asesinatos a velocidad despiadada. Los límites, para respetar la vida de cualquiera de nosotros y nosotras, son lejanos. “Oiga señor si usted quiere su vida, evitar es mejor o la tiene perdida”, advierte Willie Colon, con la voz prestada de Héctor Lavoe, suena muy cercano y para ya mismo. Aunque el cabreo por el encierro preventivo se domestica escuchando Esto es América de Franco de Vita y este verso profético: “no es solo Beverly Hills y las estrellas de cine ni las películas de guerra que nos ponen a diario, esa película que abajo la tenemos en vivo, basta salir a la cancha a ver si regresas vivo”. Es melodía se titula: Esto es América. O sea slum antiguamente verde. O esta advertencia de Rubén Blades: cuida’o en el barrio, cuida’o en la acera, cuida’o en la calle, cuida’o donde quiera… Y así se continúa con Yordano, Gabylonia, Promedio 20 para quedarse con Herencia de Timbiquí. Estos versos aplican para la realidad colombiana y para la nuestra: “Y como consecuencia de esos malos cambios, en nuestro paraíso se acabó la paz”. La paz se consumió a tiro limpio. Tragedias en ambos lados de la raya (frontera colombo-ecuatoriana) fue el resultado de cambios desastrosos con el repetido discurso del progreso. El hermano Begner Vásquez Angulo describió la tragedia de las comunidades afrocolombianas y de rebote estético también describe aquella que padecen las nuestras. “Esos malos cambios” que acabaron con la paz ecuatoriana y esmeraldeña fueron empujados por el clan agrio que gobernó al Ecuador el último lustro y aún gobierna. Por desgracia, aún.
Beats mortales del slum
La violencia social perturba “la ternura de las cosas conocidas” , apreciadas y vividas, en estas geografías urbanas de todos los sentimientos. Son nuestras barriadas con sus antiguos nombres que resumen historias y beat cultural. La longitud ribereña del río Esmeraldas, totalmente urbanizada con nombres dispares como Arenal, Puerto Limón o Santa Martha (antes muy bien llamado El Pampón); o los barrios de las zonas altas: Mina de Piedra, Barrio Lindo o Guacharaca. La mayoría de sus habitantes son jovencísimos y el curso acelerado para ser tiguerón, chone-killer o gangster es impartido apelando a la subjetividad casi palpable del ‘futuro negado’ más el descalabro absoluto de todos los niveles (local, provincial y nacional) del Estado ecuatoriano. Futuro negado es cualquier explicación al destino de estas vidas jóvenes de rumbo desacertado y mortal en doble vía, para ellos y para la víctima circunstancial. Ausencia de Estado es el peso muerto del estancamiento desocupacional, educacional y emocional. Juventud underdog revirada a las difusas y bien publicitadas opciones, ofertadas en vano por las instituciones estatales; del nivel territorial que sean. La inteligencia emocional de estos jóvenes es artimaña para ser la fiera más temida del vecindario primero y de la ciudad en ruta criminal progresiva. Después ya se verá hasta donde alcanza la vida. La probabilidad del abuso físico en cualquier lugar público, para el despojo, desgasta el swing emocional cooperativo en nuestras comunidades urbanas esmeraldeñas, devolviendo las conversaciones a unas nostalgias que, por la intención del tono voz, parecería haber transcurrido una largura imprecisa de décadas. El pasado de pocas acciones dañinas se convierte en ideal: “¡antes esto no ocurría…!”. Frase que refuerza el descrédito y perjudica el buen deseo. El principal componente del ruido urbano es el petardeo incesante de las motocicletas, de noche crece el mal presagio. Jóvenes importadores, vía cinematografía basura, de costumbres de otras realidades convalidando hasta el menosprecio a la vida, no interesa si es la propia o la de los demás. Jóvenes sin revalidar su provenir, todo es ahora sin el nunca, porque siempre es el ‘ahora’. Por ahí andan, exhibiendo un poder otorgado por el temor y la preocupación ciudadanas. Son centenares (o quizás miles, en perspectiva) de jóvenes en sus ruidosas motocicletas, gorras de pelotero, bravuconería de malos del solar que, por una distorsión romántica, se convierten en buenos malvados. Mejor dicho sicarius. Ese es el genérico: sicario. Son respetados y odiados al braveo de la 9 mm o la mini uzi. También fusiles AR-15 o de otra signatura. Más actúan que exigen, en el desvalijamiento apresurado, la colaboración es la diferencia mínima entre un balazo mortal y el lamento resignado por la pérdida. ¿Quiénes son los jefes de estos jóvenes? ¿Cuándo comenzaron a organizar esta pesadilla? ¿Cuántos realmente son? Ni siquiera la Policía Nacional sabe algo de este entramado criminal, sus oficinas de ¿inteligencia? están tan desinteligenciadas que sirven para nada. ¡Qué fallo!
Agarrar al diablo por el rabo en el slum
Por ahora, hay más preguntas que respuestas. ¿Cuándo fue que esta juventud esmeraldeña agarró al diablo por el rabo? ¿Cuándo fue que la barriada juvenil pasó de estado chilling imperfecto al heat up funesto? Y de yerba buena a yerba mala, ¿en qué tiempo? No fue en 100 horas como la broma necia de aquel candidato e infortunado presidente de la República después. Ahora mismo, por cierto. La violencia no comenzó el 27 de enero de 2018, con el atentado en el cuartel de la policía, en San Lorenzo del Pailón; el asesinato de los periodistas de Diario El Comercio, en marzo del 2018; y el asesinato de tres militares ecuatorianos, en abril del 2018, en la zona fronteriza con Colombia. No por repetida esta información esa evaluación es incorrecta. La violencia mordió, fuerte y voraz, a Esmeraldas, por el norte de la provincia, comenzó, quizás a mediados de la década de los ’90 del siglo pasado. El extractivismo más o menos pacífico de siglos escaló en violencia, expulsión del territorio de la gente negra hacia cualquier lugar del país, reforzó la desorganización social orientada a impedir respuestas cimarronas, malvadas alianzas de las instituciones estatales con mineros y palmicultores en el despojo territorial individual y comunitario y si no era suficiente, los asesinatos de líderes. El empobrecimiento acelerado, deliberado y preparado con acción y devoción al racismo. O sea la ideología del capitalismo. El racismo es productor de violencia y según la resistencia sube en la escala mortal.
El extractivismo mutó a extrahección. Eduardo Gudynas la definió: “La extrahección es cuando el proceso extractivista envuelve violación de derechos y violencia contra los seres humanos que habitan en las comunidades afectadas” . De esa violencia apenas se informó en los medios informativos ecuatorianos privados, con alguna excepción y como pedrada a la luna. Ningún canal de televisión, inclusive los públicos, cuando los hubo. Silencio. Absoluto silencio. Al revés, la tribu de etnógrafos, etnólogos, sociólogos, antropólogos y demás expertos en negritud e indigenismo desembarcaba a explicarnos “nuestra pobreza”. Y tras la tribu de logos la “cooperación internacional para del desarrollo”. Pero también llegaron aquellos y aquellas, de otras provincias y de otros países, que estudiaron, supieron y difundieron en cuanto foro social o académico les fue posible, la violencia operativa de los racismos histórico y ambiental para destruir a las comunidades afroecuatorianas. Arriesgaron sus vidas por algo que parece sencillo: la solidaridad militante.
De esmeralda con oro a slum
Un día de aquellos, a finales de los años ’90 del siglo pasado, la gente de las comunidades negras del norte esmeraldeño oscureció con una realidad y amaneció con otra muy distinta. Se dice suave, pero fue (aún lo es) trágico para miles de personas. El territorio ancestral gestionado por mujeres y hombres, sin las angurrias capitalistas y más bien con la prevención ecológica de propietario transitorio, se volvió crucigrama de complicados intereses para repetir la historia de la Ecuadorian Land Company Limited, aquella vez (a mediados del siglo XIX) se habló de “terrenos baldíos” cedidos para pagar a Inglaterra la deuda de la independencia, en la parte que le correspondió a la recién nacida República del Ecuador. Ahora por el engaño cómplice del Estado ecuatoriano o por el abuso de bandidos de hablar extraño eran convertidos en territorios yermos poblados por seres invisibles. Y ocurrió que metieron a las comunidades en laberintos de tribunales que hacían cosas higiénicas con las leyes, trajeron abogados que hasta desconocían la toponimia esmeraldeña en disputa, aquellos confundían todo pero ganaban pleitos; empresas palmicultoras con engañosos anglicismos e inesperados dueños alevosos (recién llegados, por cierto) de antiguos y nuevos lavaderos de oro de las comunidades negras. Y si el cimarronismo pasaba de tibio a radical, entonces sacaban lo malafesivo de la ideología de la piel y acarreaban colonos de otras provincias para “que trabajaran la tierra”. El goteo mortal fue lento, con dolientes sin tener adónde acudir, porque los matarifes eran fantasmas que no hacían buuuu sino ¡bang, bang! De ese despojo Julianne A. Hazlewood escribió: “(usan) un sistema de asesinos a sueldo que amenazan con violencia e incluso con la muerte a gente que se rehúsa a vender sus tierras; […] ” Y si la resistencia se fortalecía, afinaban la perversidad: “(prestan) dinero a través de grupos armados ilegales –que la gente local rumora son paramilitares y/o Águilas Negras de Colombia, asociados con el narcotráfico y lavado de dinero a través de las plantaciones de palma aceitera- quienes se apropian de tierras de gente que no pudo pagar sus deudas” . Jamás se informó al país sobre esta tragedia de las comunidades negras e indígenas de Esmeraldas. Jamás supieron de este despojo violento. Y no es raro que así hay ocurrido, por favor.
Antecedentes históricos del slum
Los Mau Mau después de unos cuantos enfrentamientos con otras pandillas urbanas en ciernes o grupos estudiantiles radicalizados quedaron para leyenda urbana, fue a finales de los ’70 del siglo pasado. A mediados de los ’90, volvieron las pandillas, pero esta vez sí hubo asesinatos sin que hasta ahora se sepa cuántos jóvenes perecieron en enfrentamientos, en venganzas insólitas, en negativas de asaltados a entregar bienes o porque empezaron a disputarse áreas barriales a tiro limpio. También ocurrieron muertes misteriosas de algunos líderes potenciales o bandidos juveniles que empezaron a faenar por la libre. ¿Quién los mató? Nunca se sabrá, aunque hay la sospecha. La provincia, en especial su capital, padecía el peor y más largo desastre institucional de sus gobiernos locales. En los municipios se alternaban alcaldes del desaparecido partido roldosista y del partido socialcristiano, pero juntos no hacía ni medio malo. Parafraseando al hermano Tego Calderón: “eran un chin de nada”. Entre 1997 y 1998, parecía que el fin del mundo había comenzado por la ciudad de Esmeraldas: las calles como superficie lunar por la cantidad inverosímil de cráteres y atestadas de basura que se recogía casi nunca, el desempleo altísimo e irremediable, lluvias interminables que dejaban a la ciudad como una Venecia de desagrado por la pestilencia del colapsado sistema de alcantarillado, el catastrófico Fenómeno de El Niño con múltiples deslizamientos de laderas y destrucción de viviendas, ocurrió el incendio de largura kilométrica por rotura a la vez del oleoducto y poliducto con decenas de muertos (la ciudad carecía de organismos de respuestas a emergencias) y comenzó la formación de grupos juveniles violentos. ¡Qué escenario político y social el de aquella década! Esta violencia social del 2021 y 2022 es por causas históricas que antes fueron aliviadas en sus asperezas más perniciosas, atenuadas e inclusive en proceso de reducción a un mínimo controlable. Por gestiones oportunas desde diferentes niveles del Estado ecuatoriano. A mediados del año 2000 asume la alcaldía Ernesto Estupiñán Quintero y con la valiosa contribución del obispo Eugenio Arellano Fernández revirtieron una situación que ya empezaba a ser incontrolable. El primero con ofertas ciertas de empleo a cientos de jóvenes de las barriadas y el segundo con un trabajo social casi incansable. Más adelante la inversión en obra pública del presidente Rafael Correa contribuyó a voltear la página. Y pudo ser definitiva, pero llegó la plaga neoliberal del 2018 para acá y de vuelta al abismo. Y por ahí rumbo al desbarrancadero.