Omar Ospina García

Introducción irrelevante…

El sábado 22 en Casa Egüez, en reunión de solidaridad con Orlando Pérez, periodista hoy víctima del matoneo gubernamental como lo fue ayer del matoneo feminazi, tuve chance de volver a RutaKrítica, página de la que soy colaborador desde sus inicios aunque algo olvidadizo, con un artículo sobre un tema de actualidad o, al menos, de interés. Fue como un volver a casa, cosa siempre grata.

¡Pero el tema! Fue motivo de insomnio esa noche. Sin embargo, surgió solo entre otros muchos debido a un hábito nocturno acentuado en este otoño – ¿invierno?– de la vida: leer cuando me despierto en la alta noche. Vi en el velador un libro que me atrajo: pequeño, viejo, algo descaecida la Portada y curtido el filo de las hojas por el manoseo: Rubén Darío. Obras Poéticas Completas. M. Aguilar, Editor. Madrid 1932. Era de mi abuela. No soy tan viejo como para haberlo adquirido yo.

El punto es que recordé un poema de Darío, escuchado a mi abuela de niño y releído algunas veces: «Los motivos del lobo». Lo busqué (pag. 1067) y el tema saltó como chispa: el odio. Los motivos del odio. (Gracias Rubén). Con el computador a mano, pude buscarlo en Google, claro. Para estar en onda Cyber… Pero el placer de ojear y hojear un viejo libro apergaminado de recuerdos, no tiene precio…

Pero también fui al Mac y busqué en mis archivos un artículo que leí hace poco, publicado en Letras Libres, la estupenda revista cultural mexicana. Es el resumen fragmentario de un libro –Compórtate, de Robert Sapolsky– recomendable para quienes se interesen por un tema de singular importancia, y resumido por la Revista con el título: “Por qué tu cerebro odia a los demás”. Me apoyo en ambos textos para intentar un análisis actual sobre un tema eterno.

Los males del mundo: odio y codicia

No son los únicos males de la humanidad. Hay otros igual de graves pero quizá derivados de los antedichos: hambre en la mitad de la humanidad y pobreza indigna en gran parte de ella; guerras promovidas por los Mercaderes de la Muerte y el Imperialismo; corrupción generalizada; persecución a migrantes de naciones pobres; tergiversación manipulada de los hechos por parte de la mass media occidental; estigmatización política y judicial a líderes progresistas o ubicados en la izquierda conceptual; asesinato selectivo de líderes sociales y ambientalistas, especialmente de América Latina. En fin, la lista de males es larga. Pero, detrás de ellos y originándolos o acrecentándolos, odio y codicia.

Releo Los motivos del lobo y hallo que el comportamiento de hombres y bestias en el relato poético rubendariano, es la metáfora de lo que ocurre en el seno de la humanidad. El ser humano es ética y moralmente peor que las bestias. Porque tiene la posibilidad intelectual y moral de discernir, de elegir, de analizar lo que hace. La bestia, no. Y no porque carezca de inteligencia sino porque en ella es instintiva, dirigida a la sobrevivencia. El lobo es cruel y malvado porque su instinto le impele a defender su vida y encontrar alimento como sea. Y solo tiene una salida: matar.

El ser humano tiene opciones. Es racional y su inteligencia no es solo instintiva sino adecuada para la reflexión, para la elección entre posibilidades y alternativas. Pero, y de ahí lo inmoral de su comportamiento dirigido por esas dos pasiones infames, odio y codicia, él actúa peor que la fiera porque lo hace racional y reflexivamente, abusando y depredando tanto a sus congéneres como a la naturaleza, al medio ambiente.

El mundo todo es víctima y testigo de la codicia. Mientras un 10% de la humanidad nada en la superabundancia que lleva al despilfarro y al abuso, un 70% de ella vive bajo los límites de la pobreza y un 10%, 700 millones de personas, se acuestan con hambre todos los días. Eso es codicia de los dueños del capital, no apenas por su afán egoísta de acumular riqueza sin tasa ni medida, sino por su actitud mezquina frente al trabajo. Salarios de miseria en casi todas las actividades productivas, abusando del exceso de mano de obra en los países del tercero y cuarto mundos puesto que se considera al Trabajo, no como una de los pilares Smithnianos de la Riqueza de las naciones, sino como un Costo de Producción susceptible de reducir a conveniencia; descuido criminal en las condiciones de trabajo y en los edificios utilizados para producir, y hasta negación de servicios de salud. En fin, degradación de la fuerza laboral en aras de la acumulación injusta de riqueza.

Pero también los líderes progresistas son víctimas del otro oprobio, del odio. Especialmente en la América mestiza, ordenado o inducido por el Imperio, construido desde la pedagogía de la injusticia promovida por la Escuela de las Américas para instaurar en América Latina regímenes dictatoriales y militares cuyos crímenes hoy están a la vista, el odio a todo lo que signifique justicia social y distribución equitativa de riquezas y recursos, ha sido la tónica desde la Doctrina Monroe “América para los americanos”… del Norte.

Hoy, ya no aprendices de dictadores sino expertos en artimañas y argucias judiciales, aprueban en la misma Escuela, hoy de nombre adecuado a los nuevos tiempos de rechazo a las dictaduras, las materias necesarias para el Lawfare, la persecución judicial por motivos políticos, a fin de desprestigiar y satanizar ante las masas condicionadas o ignorantes, a los líderes que han intentado e intentan el camino de un cambio de época necesario e impostergable, en remplazo de la nefasta época de cambios superficiales y acicalados para que todo siga igual.

Ahí están los nombres de algunos de los perseguidos, a ninguno de los cuales se le ha podido comprobar uno solo de los hechos de corrupción que les atribuye una Derecha Capitalista para la cual la CORRUPCIÓN ha sido de su ejercicio y propiedad, debidamente maquillada.

Solo hay que recordarlos…

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