Antonio Malo Larrea

Hay quien dice que no hay vida sin libertad, hay también quien dice que la persona encuentra la realización, y por lo tanto la libertad, a través del trabajo. La libertad y el trabajo son de esas palabras que están en todas las bocas, y de tanto ser masticadas y pronunciadas parecería que ellas mismo han olvidado su significado.

Siddharta Gautama, enseñaba que la libertad sólo se consigue al eliminar el sufrimiento. Jesús, predicaba que la libertad sólo se podía conseguir a través del amor.  Mahoma, en cambio, sostenía que la libertad se encuentra sólo a través de la sabiduría y de la tolerancia. Me pregunto cómo se puede encontrar amor, sabiduría y tolerancia en el mercado, o cómo el mercado puede eliminar el sufrimiento propio y ajeno. Me pregunto esto, porque la economía ortodoxa nos pretende hacer creer que la verdadera libertad se encuentra en el mercado.

Todos los organismos vivos comemos y bebemos lo que nos toca, y así conseguimos la materia para mantenernos, construirnos y funcionar. Pero no obtenemos solamente materia, extraemos también la energía necesaria para que nuestro cuerpo funcione, para que nuestro cuerpo trabaje, para que nuestros músculos se muevan, para que nuestro cerebro piense, para que nos enojemos, amemos e imaginemos, en fin, para que seamos humanos.

Desde el punto de vista orgánico el trabajo de todas y cada una de las personas del planeta requiere lo mismo e implica lo mismo. ¿En qué se diferencia el trabajo de un ejecutivo bancario (generalmente hombre) del de una campesina que mantiene su huerto familiar? En nada, salvo en una aberrante inequidad en los salarios. El hecho es que el trabajo de unas personas vale más que el de otras, no porque sea más beneficioso para la sociedad, sino porque nacieron en clases sociales distintas. La pobreza no es un asunto de vagancia, es un asunto de estructura y organización social. La pobreza no es un asunto individual (como se repite y se repite), la pobreza es un asunto social, es un asunto colectivo.

José Manuel Naredo propuso una idea a la que llamó la regla del notario. Es sencilla, simplemente comparemos los salarios de un albañil, del maestro de obra, del arquitecto, del ingeniero, del corredor de bienes raíces, y del notario. Hay un patrón claro, los trabajos que demandan más esfuerzo físico tienen salarios más bajos. En Latinoamérica las inequidades salariales relacionadas con la regla del notario son desgarrantes, absurdas, burdas, y hasta groseras.

Resulta evidente que hay trabajos que, por más que sean hechos de sol a sol, condenan a la pobreza y a la exclusión. Con un agravante fundamental, que quienes están en la escala más baja de la regla del notario, han destrozado su salud mucho antes de llegar a la tercera edad. Este fenómeno condena a la pobreza a un segmento muy importante de la población, garantizando una generación constante de mano de obra barata para los trabajos físicamente más fuertes o los considerados indignos.

Una de sus causas fundamentales es que los salarios están determinados en función de la importancia del trabajo para el mercado y no en función de su beneficio para la sociedad. La acumulación de capital se sostiene en la explotación humana, sobre todo de la mujer, es por eso que es fundamental un sistema de regulación de los salarios, y de protección de los derechos de las trabajadoras y los trabajadores, para que el trabajo sea una vía de redistribución real de la riqueza, y no un mecanismo que garantice la reproducción y acumulación del capital.

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