Por Orlando Pérez

La capital ecuatoriana vive varias disputas medulares: en esencia la cultural, por sobre todas las demás. Y también en la del control de sus espacios económicos de mayor rentabilidad: el metro, la construcción y la vialidad. La disputa política es intensa por establecer un sentido común del significado de ciudadanía, ahora menoscabado por esa amplificación de expresiones racistas, monárquicas, xenófobas y hasta neo fascistas. Y, por qué no, una disputa entre lo público y lo privado.

Creo sinceramente que la mayor responsabilidad de este conflicto ni está en Yunda ni en quienes lo apoyan, directa o indirectamente. Es tan responsable como Mauricio Rodas en sus nefastos cinco años de “administración”, como de quienes le dieron mayoría al actual alcalde desde mayo de 2019, de aquellos a los que les valió un pepino no respetar la equidad de género y nombraron a Santiago Guarderas como Vicealcalde. ¿Se acuerdan quiénes votaron por él para ese cargo y dejaron fuera a sus propias colegas? ¿Y quiénes fueron los delegados de Yunda a las empresas del Municipio? ¿No había gente de Guarderas o de Bernardo Abad?

Esas mismas élites, de la mano de Jaime Durán Barba, reprocharon a Augusto Barrera querer hacer una ciudad suiza, porque supuestamente no estábamos preparados para ella (“Hizo un Quito tan perfecto, que la gente se aburrió”). Por eso aceptaron un improvisado como Rodas (“un chico que casi no conocía Quito, de las mejores familias de la ciudad”) y le perdonaron desde sus borracheras hasta inauguraciones falsas de obras nunca cumplidas. Y ahora quieren un modelo rentable para sus empresas y no calidad de servicio para todos los usuarios, para resolver los problemas crónicos de los barrios pobres y mucho menos para hacer de Quito una ciudad “a la suiza”.

La mayor responsabilidad está en unas élites capitalinas muy codiciosas. Ellas (de paso “ataurinadas”, hispánicas, “supremacistas” y/o “blanquiazules”) hoy por hoy se unen, como en su momento lo hicieron contra Abdalá Bucaram lideradas por Jamil Mahuad, para “controlar Quito”, para imponer su ideología, instalar un “totalitarismo mercantil” y desprestigiar un modelo de ciudad incluyente y redistributivo. De paso, botaron a Bucaram para usar a Fabián Alarcón y ya sabemos qué vino después. Hoy tienen a Guarderas, mañana lo desecharán y vendrá otro según sus conveniencias. Esta seudo nobleza no han cambiado.

Esas élites quisieran el retorno de las corridas taurinas y no del “Agosto, mes de las artes”, mucho menos de apoyar la rehabilitación arquitectónica del Centro Histórico, de la arborización de las laderas y para nada incentivar un nuevo sentido de ciudadanía para la participación plena de las organizaciones sociales, populares, ambientales, juveniles y femeninas en la discusión de un horizonte de bienestar, equidad, igualdad y una democracia viva en la toma de decisiones.

Muchos de sus integrantes ni siquiera habitan la ciudad, residen en sus alrededores (“Cumbayork”, “Nayoncity”, entre otros), pero sus negocios están en Quito, sus empleados y sirvientes llegan del Sur, de Chillogallo, Cotocollao, La Ferroviaria, Calderón, Carapungo, Solanda, La Mena o La Roldós. Nunca les importó el Metro como un servicio para atender a los sectores más alejados sino como un «emprendimiento” redondo del cual Rodas hizo también su “gran negocio” concediendo, de antemano, exclusividad en los servicios que generan las paradas y todos los añadidos a esa obra, la mayor de la historia de esta urbe.

Si Yunda dio “papaya” con sus irregularidades -que deberían tener una sentencia judicial en firme para “castigarlo” dentro de la ley-, no es menos cierto que nada de lo que hizo es ajeno a ciertos grupos inmobiliarios, con eco, apoyo y hasta complicidad de ciertos emporios empresariales que dominan y administran algunos medios de comunicación. ¿Acaso Marcelo Dotti y Alfonso Espinosa de los Monteros ignoraban lo que pasaba en la Alcaldía desde el 2019 hasta finales del año pasado? ¿O lo tenían de su lado mientras no afectara a los grupos que sirven esos medios y adláteres a los que representan?

Si todos aquellos que defienden la “institucionalidad” del país son los que quieren bajarse a Yunda se sinceran y nos cuentan qué mismo quieren para Quito podría ser una gran oportunidad para abrir el debate, desde las cifras reales de todas los aspectos y sectores, para buscar soluciones y salidas colectivas, para un “pacto ciudadano” (no de élites), de cara a la población (no a través de reuniones clandestinas) y sin caer en el estilo y modelo del trujillato, que ya sabemos dónde terminó.

Y esto también calza para los grupos de “pensamiento” y actores políticos y sociales que se desentendieron de la importancia de imaginar un modelo para esta ciudad. Como dice Paco Salazar: “La visión socioeconómica es una, pero existen otras como la ambiental, la psicológica, la antropológica, la cultural. etc. ¿Qué piensan estos grupos de pensamiento sobre la ciudad? Es indispensable conocerlo”. Hay dos o tres expertos que hablan de todo, incluso han sido parte de las administraciones municipales, pero no se trata de que nos “den hablando”, sino que sus ideas confronten con las realidades y de ahí con las posibilidades institucionales, en función de una estrategia colectiva para construir una urbe solidaria y priorice el bien público sobre la rentabilidad empresarial.

Ha quedado claro que cuando las élites quieren gobernar por fuera de la democracia y sus instituciones acuden a los “hombres de bien”, pongan ustedes los nombres que se le vienen a la cabeza y verán que no suman más de los dedos de una mano. Ellos quieren mandar en Quito, para mejorar sus negocios, no para forjar ciudadanía, mucho menos para limpiar la “Carita de Dios”.

Por Editor