Carol Murillo Ruiz
Iba a escribir sobre el fascismo hasta que me llegó un vídeo conmovedor sobre la relación entre hombres y mujeres que me mostró un lado honrosamente sano de pensar el diario intercambio de unos seres diferentes en mucho e iguales en menos, por suerte.
Las relaciones heterosexuales (solo me voy a referir a éstas) se hallan urdidas por incontables factores subjetivos que propenden a construir estereotipos o teorías que, en expresos casos, demarcan en ecuaciones densas las cotidianeidades de quienes viven sus amores, alegrías y malestares con la sombra de la espada de lo que otros piensan sobre los afectos ajenos y nunca bajo la lupa de los propios. En este vídeo las mujeres hablan de sus faltas cuando por diversas causas sus relaciones con hombres nunca fueron equitativas o emocionalmente serenas. Asumen una responsabilidad que el feminismo más ramplón traduce siempre como victimización per se. Sé que históricamente las mujeres han sido –y son víctimas- sobre todo de intercambios sentimentales injustos y retorcidos, y que la diatriba anti patriarcal recorre el discurso de los múltiples feminismos de cada época. Pero en toda sociedad, por educación y cultura, hay mujeres que deliberan y actúan de modo incomparable precisamente para estampar líneas rojas frente a los hombres que no son, en estricto rigor, machistas o patriarcales, sino el resultado de una masculinidad fundada por relaciones sociales reñidas con la ponderación y la integridad humanas. Además, las mujeres del vídeo tocan fibras que pareciera solo las mujeres pueden tantear y avizorar: las fibras femeninas de los hombres, lo digo, con honestidad, lejos de la metáfora. Tales fibras, en el precepto social contemporáneo (el que conozco más), son sentidas o llegan a los nervios femeniles con una distancia pasmosa; porque como ellas mismas dicen: los hombres no deben o pueden o están aptos para dejarse abrir la piel y ver la sangre que les hierve más allá del cuerpo.
Es obvio que los casos de todas las mujeres no son los casos de todos los hombres; pero en el circuito en el que nos movemos quienes tenemos el privilegio de contar con relaciones humanas más dignas, es necesario repasar que el “desastre” de las relaciones heterosexuales es un campo plagado de trampas y sesgos sociales impuestos y que las mismas mujeres que piensan de modo incomparable, o sea, matizando los absolutos, en repetidas ocasiones se rinden ante el discurso de la violencia absoluta de los hombres. Semejante contradicción es parte de ese juego, en apariencia, intangible de las emociones e incluso de la audaz y temeraria objetividad del feminismo impostado de ciertas mujeres y hombres que hoy presumen de igualdad cuando lo benéfico –en la correlación humana de lo heterosexual- es la diferencia como complemento y plenitud. Pero cuando muchas mujeres y muchos hombres se rinden ante la despótica arenga de la violencia machista lo que en realidad pasa es que el feminismo (uno de tantos) ha cimentado un discurso dominante dentro de sus muros conceptuales más genéricos, y tal influencia permea la subjetividad de heterogéneas capas sociales, sobre todo de aquellas que fungen de masivas en las redes virtuales tan proclives a relativizar, linchar o absolutizar hechos o seres sin ningún asidero cognitivo o reflexivo.
El vídeo asimismo hace referencia a un aspecto central en la vida de las relaciones hetero: la sexualidad. Algo de lo que nunca se habla pero se ejerce con sapiencia, finura, desgano o ignorancia. Desconocemos nuestros cuerpos, hombres y mujeres, y relegamos el universo sensual de/l@ otr@ porque está regodeado de mitos, enigmas y pecados creados por una sociedad puritana que se encarga más de las almas que de las mentes. Ergo, estas mujeres consideran que la tiniebla de lo erógeno es uno de los dispositivos del desastre de los intercambios sexuales tradicionales, e invitan a romperlos si se tiene conciencia del mutuo e ineludible compromiso del placer erótico. Dejar de hacerlo implica no una castración masculina solamente sino una deuda con las necesidades o deseos femeninos legítimos pero aplazados por el miedo y el patrón cultural acendrado en el inconsciente culto (del desprecio) a lo falocrático como norma impositiva: una valoración así, tan simple, es la negación de lo humano.
Por último, la alusión a la culpa o a las culpas trasciende la nobleza de estas mujeres que ya no se sofocan con la ultranza discursiva del machismo. Saben de su libertad al notar que sus desatinos con los hombres también forman parte de la distribución social y mental con la que fueron educadas o desnaturalizadas, y que tantas contradicciones juntas no se zanjan con la condena o la ejecución sin más de cualquier o todos los hombres.
Pero quizá lo que más me gustó de esta secuencia de retratos e ideas es el fondo tonal de una hermosa ternura, una ternura que algunos hombres nos provocan y hace que los amemos sin culpas y sin sigilos. Como poetizara Pierre Dupont: La espada habrá de destruir la espada, / y del combate nacerá el amor.