Por Lucrecia Maldonado
Cuando Guillermo Lasso ganó las pasadas elecciones presidenciales, mucha gente que no votó por él decía, con tono de dolida resignación: “Bueno, ya nada. Ojalá que le vaya bien, porque si a él le va bien nos va a ir bien a todos”. Pero se equivocaban. Lasso vino precisamente con un solo encargo o misión: que le vaya bien a él y a quienes lo auparon hasta alcanzar ese lugar, aunque eso signifique que al país le vaya tan mal que corra el riesgo de desaparecer.
La década de la Revolución Ciudadana creó, o pretendió crear, un estado de bienestar, es decir un estado en donde hubiera condiciones más o menos iguales, dentro de lo posible, para que todas las personas tuvieran oportunidades similares y sobre todo una buena atención en las áreas de educación, salud y otros servicios públicos como seguridad, obtención de documentos, etc., sin olvidar el fortalecimiento del Ecuador como un país soberano.
Aquello no les cayó nada bien a quienes medraban del caos, en primer lugar, y en segundo lugar los tenedores de deuda, más fondomonetaristas que el FMI, los serviles al imperio que no te quiere, sino que te USA y otros seres por el estilo vieron amenazado no el futuro del país, ni siquiera su propio futuro, sino los negocios redondos de dudosa reputación que podían realizar aprovechando la dependencia y la corrupción generalizada. Es decir, vieron amenazado aquello a lo que se habían dedicado desde que comenzaron a intervenir en política: el latrocinio de cuello blanco.
Cuando la gente, movida por un odio irracional, en mucho para sentirse asimilada a las clases pudientes, es decir por puro arribismo y una gran dosis de estulticia, pensó que un banquero iba a ser un buen administrador de la cosa pública, no se dio cuenta de para qué podría querer un banquero estar en la presidencia, olvidando así que en nuestros países, y particularmente en el Ecuador, los banqueros y ciertos empresarios actualmente se enriquecen al negociar con bonos de la deuda externa, por la posibilidad de sacar el dinero a paraísos fiscales, sin que les importe para nada el estado de la obra pública o los servicios necesarios para la buena marcha del país y su gente. A ningún banquero le interesa que haya medicinas en los hospitales, cupos en las universidades o mantenimiento vial. No les importa la inseguridad, es más, la alimentan para así tener un pretexto perfecto para militarizar el país y que la policía y el ejército sigan salvaguardando sus intereses y sus negocios, que es lo único que les importa, más allá de que haya o no justicia y de que la delincuencia se empodere cada vez más.
Por la hipocresía, el cinismo y la saña que los actuales gobernantes emplean en escamotear lo que debería ser de todos para satisfacer su codicia, parecería que nos gobierna un inepto y que a él y sus colaboradores les está yendo extremadamente mal, pero no es así. Lasso, hasta el momento, no se ha equivocado en nada. Ha logrado meter a su banco en todos los procesos de cobro de servicios del gobierno para así hacerse con las comisiones. Ha cooptado a la justicia corrupta para que siga manteniendo a la sombra a cualquier persona que tenga la más leve intención de mejorar las cosas. Ha entregado el país al crimen organizado y a la Policía (o sea lo mismo) para poder ejercer luego la represión más violenta imaginable. Ha favorecido la especulación financiera por encima de cualquier otro proceso productivo del Estado y del país. A Guillermo Lasso y a los suyos no les importa el destino de un solo ecuatoriano, no solo de quienes hemos sido sus detractores desde siempre, sino incluso de quienes votaron por él y a quienes él y todo el país les debemos lo que hoy en día se vive.
Lo que ocurre en este momento no es un error ni una cadena de errores del Presidente Lasso o sus colaboradores: es utilizar, para satisfacer su insaciable codicia, lo que un pueblo ignorante y manipulado le entregó en bandeja de plata para convertir la vida cotidiana de todo un país en una esperpéntica serie de historias de horror.