Por Pedro Páez Pérez
Las tareas de la construcción de la Patria Grande son ahora más urgentes que nunca. No necesariamente porque se vislumbre una nueva ola de gobiernos progresistas en el continente, a pesar de reveses temporales tan graves como el de Ecuador. De hecho, alentadores como son los resultados electorales en Bolivia, Perú y Chile y otras perspectivas como las de Colombia, el contexto financiero y macroeconómico deja a cualquier esfuerzo no neoliberal un margen cada vez más estrecho de acción real.
Cuba, Venezuela y Nicaragua enfrentan una guerra económica abierta mientras Argentina, México y Bolivia se manejan dentro de diversos grados de sendas guerras económicas veladas de menor intensidad. Precisamente, es la rapidísima reducción del espacio de política que resta a todos nuestros países, incluso aquellos con gobiernos más de derecha y obedientes a los designios imperiales, que los pueblos de Nuestramérica deben exigirse más en el horizonte de la integración, más allá de lo que puedan hacer o no sus respectivos gobiernos.
Paradójicamente, esa precariedad objetiva de la coyuntura constriñe a las distintas clases sociales a impulsar lógicas de estado radicalmente ajenas al recetario neoliberal, en un proyecto con dos siglos de retraso que debe actualizar creativamente sus métodos y objetivos. De no hacerlo, dolorosas e irreversibles consecuencias pueden instalarse en estas geografías. Incluso, podríamos convertirnos en territorio de conflictos mayores tanto por el declive hegemónico de EEUU como por las necesidades de rentabilización de su complejo industrial militar o por la convulsión social que la reafirmación predatoria del patio trasero provoque.
Pero no hace falta extender mucho las miras para apreciar lo crucial que habrían sido algunos avances en el proceso de Integración Latinoamericana en la actual coyuntura. Por ejemplo, si se concretasen las propuestas de la Nueva Arquitectura Financiera Regional aprobadas por siete presidentes sudamericanos en 2007 y que ahora podrían incluir desde México y el Caribe hacia el Sur, gobiernos de todo signo político hubiesen logrado mejores desempeños económicos y un menor costo social.
Un desarrollo adecuado de alternativas de pagos como el Sistema Unitario de Compensación Regional podría mitigar las inhumanas condiciones de los bloqueos comerciales, financieros y tecnológicos imperiales, pero también las complicaciones de balanza de pagos y banca central en todos los demás países, fruto de la crisis internacional y agudizadas por la pandemia.
Proyectos de Soberanía Continental planteado para el Banco del Sur en Salud y Energía, como muestra, podrían potenciar los avances médicos y biotecnológicos frente a la pandemia de Cuba y otros países para todo el continente o estructurar una política de generación de valor agregado, tejido productivo y defensa de precios en el caso del litio, el cobre, los hidrocarburos y tecnologías alternativas, etc.
Un Fondo de Estabilización alternativo (perfectamente viable como se ha visto en la evolución reciente del FLAR) estaría evitando que nuevamente caigamos en la trama del endeudamiento agresivo que conducirá a un nuevo chantaje macroeconómico, orquestado de largo plazo por el FMI sobre la explosión de la deuda externa, ahora aparentemente inevitable por las importaciones requeridas por la pandemia.
Al menos, cambiaría la lógica de sobre-endeudamiento para financiar a la especulación y a la fuga de capitales como en Argentina y Ecuador que auspició el FMI violando toda normativa.
No obstante, hay tareas más ambiciosas en la integración productiva y social y en la convergencia política necesarias para enfrentar las amenazas que acechan fruto de la desesperación y la decrepitud del proyecto neoliberal en acelerada descomposición. La crisis estructural de sobreproducción del capital ha logrado eficientes postergaciones, pero no encuentra salidas. En cada nuevo respiro, el capital se recupera temporalmente más arrogante, más billonario y más impotente. Cual adicto a drogas duras, en cada vuelo compromete más su destino. La hipertrofia parasitaria del aparato especulativo adquiere niveles cualitativos y cuantitativos exponencialmente desconectados de la lógica del capital monopólico productivo cuyo desempeño es el único que en última instancia la sostiene y, sin embargo, la hegemonía anglo-americana lo apuesta todo a su continua rentabilización. El desmadre de cualquier sostenibilidad (en el tiempo y en el espacio, de allí los profundos desequilibrios comerciales y macroeconómicos) entre los reclamos sobre la riqueza futura que circula en medios monetarios y financieros y la dinámica de la acumulación del capital productivo genera innumerables tensiones que se retroalimentan.
Otras crisis estructurales de sobreacumulación, en cambio, se han centrado en las dinámicas productivas y se han resuelto con guerras que terminan purgando al sistema y desbrozando el camino para nuevas hegemonías, nuevas fronteras y nuevos paradigmas tecnológicos, distributivos, institucionales.
Las dos Guerras Mundiales del siglo pasado dirimieron la orientación de una salida histórica que amparó el período de mayor crecimiento y mayores tasas de ganancia de la historia del capitalismo, sobre la derrota de las fuerzas fascistas, el ímpetu descolonizador, la industrialización y reacomodo de periferias y semi-periferias, la constitución de un bloque de socialismos de estado y una elevación en general de los niveles de consumo de las clases trabajadoras. Esta vez, no solo que las guerras comerciales, monetarias, financieras y tecnológicas que preceden los desencadenamientos militares rebasan las seculares disputas imperiales, sino que están atravesadas por el desafío sistémico de una China que a pesar de jugar a las potencias “caucásicas” (incluido Japón) en su propio juego, se ha abstenido hasta ahora de caer en la vorágine especulativa y se ha reservado la eventualidad de una carta post-capitalista como horizonte de larguísimo plazo de un nuevo tipo de acelerada expansión productiva, que aunque inmediatamente regida por la ganancia capitalista, resulta cada vez menos funcional a las dinámicas especulativas angloamericanas. La geografía del desafío marca regiones perdedoras y ganadoras de una destrucción creadora feroz en el contexto de la más intensa revolución científica y tecnológica que lleva décadas de innovación que no han tenido los ciclos característicos de difusión y saturación base de las llamadas ondas largas de Kondratief, debido al gigantesco esfuerzo de bloqueo de sus aplicaciones comerciales por parte de las oligarquías atlantistas.
El ritmo de la innovación no solo que exacerba exponencialmente los problemas de sobreproducción (que en buena medida podrían ser contrarrestadas con probadas políticas keynesianas y distributivas, esta vez a escalas más masivas) sino que amenaza empeorar olas imparables de obsolescencia moral que impiden la amortización de masas ingentes de capital fijo. La alternativa de la inversión financiera en plazos cada vez más cortos y dúctiles mecanismos globales de “ordeño” adquiere vida propia y asfixia las posibilidades de una rentabilidad primaria débil en el activo productivo subyacente, siempre interpelado por la próxima innovación.
La Nueva Ruta de la Seda propuesta y financiada por China en alianza con Rusia y otros poderes abiertamente o no insumisos, ha sorprendido a casi dos siglos de celoso asedio angloamericano sobre la “isla” euroasiática. Su extensión sobre África desestabiliza el ajuste de cuentas neocolonial al interior de los socios íntimos de la Trilateral. Adicionalmente, por donde pasa, rompe el dique que el secreto industrial y los monopolios de patentes y propiedad intelectual sostenían, desatando competencia y más sobreproducción. En conjunto, los múltiples proyectos de inversión productiva que desencadena una iniciativa de esa magnitud van perfilando cuáles son las capacidades de producción redundantes y cuáles serían las ramas y regiones victimizadas por el intercambio desigual, la ampliación de procesos de acumulación por desposesión y el desfalco de la fuerza de trabajo y la Naturaleza.
En las agendas en disputa en esta reedición de la trampa de Tucídides, América Latina lleva la peor parte. Solo una agenda propia, la de la Patria Grande de los Libertadores, nos permitiría navegar en estas aguas turbulentas. Pero es claro que las élites tradicionales de nuestros países ni han podido ni pueden.
Será la diplomacia de los pueblos, con o sin la iniciativa de los gobiernos de turno, la que finalmente viabilice este sueño tantas veces frustrado. Hay que avanzar ya articulando plataformas de transformación continental por cada sector y tema, desde los trabajadores manuales e intelectuales, desde los campesinos, desde la MIPYMES, etc., para dar forma y realidad a las alternativas. La Historia no nos perdonará si fallamos nuevamente.
Tomado de Transformar Argentina