Arturo Belano
Estamos viviendo el suceso mediático más importante del mundo. Nada es más trascedente, relevante ni fundamental que lo que empezó el 14 de junio. Miles de millones de personas de todo el mundo modifican sus agendas, sus hábitos de consumo y su relación con las demás personas para atender, durante un mes exacto, los partidos de fútbol que puedan presenciar. La priorización que hacen de sus vidas cambia sustancialmente durante ese mes. La familia, el trabajo, las relaciones sociales, el ejercicio, las actividades culturales, ¡la vida misma! se transforman y pasan a segundo, tercer o cuarto plano, según cada hombre o mujer fanático del espectáculo más capitalista de todo el mundo.
Creo que es hora de quitar las máscaras que cubren este aparente inicuo show y evidenciar el burdo montaje que representa un evento que tiene muy poco de deporte y mucho de una exhibición de lucha libre. Es hora de recordar que, en esta actividad, es altamente probable que no gane el mejor, es muy posible que muchos factores externos jueguen en contra de determinados equipos y que termine primando el rating y no el resultado deportivo.
La premisa olímpica de Citius – Altius – Fortius, no tiene ningún asidero ni interés en el Fútbol. La búsqueda incesante de la excelencia, el esfuerzo del cuerpo humano más allá de sus límites para demostrar ser mejor que los demás, alcanzar resultados que colocan a los deportistas en pedestales como si fueran súper humanos, poco importa en el “deporte rey”. Y no es que no reconozca el increíble esfuerzo que significa desarrollar y mantener las habilidades casi mágicas de Messi, Maradona, Pelé o nuestro Antonio Valencia. No, para nada. Lo que pasa es que esas habilidades, en el contexto de un partido de fútbol, tienen más relación con lo que hacen los artistas de un circo o un luchador de lucha libre, que con un deporte.
Seamos honestos. En el fútbol importan los resultados, siempre y cuando esos resultados mantengan el rating. Todo el aparato de la gran transnacional llamada FIFA se movilizará para evitar una final, digamos Corea del Sur – Egipto. Existen demasiados millones de dólares en juego como para permitir que semejante desatino suceda. No importaría que sean los que mejor desempeño tengan en el campo de juego, no importaría que, contra todo pronóstico, ganen todos los partidos que les permitirían llegar a la final. Si llegasen a una semifinal, que ya es decir mucho, entraría en juego un personaje adeportivo y, en ocasiones, amoral, que evitará con todas sus fuerzas que uno de los equipos de mi ejemplo, ganen ese partido. O verá cosas que no pasaron, o se hará de la vista gorda frente a cosas que sí pasaron. El árbitro.
En el espíritu olímpico del deporte como máxima expresión de la capacidad física del ser humano, se han dado pasos agigantados para disminuir la subjetividad del juez al máximo, y aumentar la objetividad de los hechos que suceden en cualquier deporte. Tecnologías para tomar el tiempo al milímetro los 100 metros planos, GPS para medir la distancia exacta del salto largo, cámaras para determinar si una pelota de tenis tocó en la línea o no. Porque en estos ejemplos, lo que importa realmente es demostrar quién o quiénes son los mejores.
Si el fútbol fuera un deporte y no un mero espectáculo, solo requeriría del uso de las cámaras de última tecnología que utilizan todos los canales de televisión para mostrarnos hasta las espinillas de los jugadores, sus diálogos internos, hasta los insultos que se dicen entre ellos. Pero, sorpresivamente, eso no pasa. Se gastan millones de millones de dólares para hacer estadios en los que puedas vivir una experiencia, digamos “envolvente”, al más puro estilo de los cines de cualquier país, pero no se gasta ni un solo dólar en lograr que el deporte propiamente dicho, sea más justo.
Ni que decir con el comportamiento antideportivo rutinario de los jugadores que son verdaderos actores, que realizan acrobacias más cercanas a la WWF y a una obra de teatro colegial, con tal de obtener algo del árbitro.
El fútbol no es un deporte. Es un espectáculo que sirve para tener mansas a las grandes masas mientras los gobiernos de todos los países aprovechan para tomar todas las medidas antipopulares que puedan. No sorprenda que entre el 14 de junio y el 15 de julio, el paquete de reformas enviado por Moreno a la Asamblea Nacional –en Ecuador- pase con campante aprobación a pesar de que sea la fórmula infalible del desastre económico, que incorpora todas las recetas de lo que NO se debe hacer en un país dolarizado y que pretende dejar satisfechas a las más oscuras élites económicas y dejar en soletas a toda la población ecuatoriana; mientras todos tan felices perderán su tiempo opinando lo “ladrón” que fue el árbitro que le dio la victoria a Brasil (o cualquier otro) a pesar de que no se la merecía, tal como sucedió en el mundial de 2014 y en todos y cada uno de los partidos en donde hay “grandes equipos” asegurando el rating.