Carol Murillo Ruiz
Un muy bien construido embuste sale de las bocas de analistas económicos y aspirantes a gurús: si Lenín Moreno sigue con el “gradualismo” en su política económica vendrá una crisis sin precedentes igual que en la Argentina de Mauricio Macri ahora. O sea, si Moreno no toma medidas de shock, recetadas por organismos financieros foráneos, Ecuador será presa de la herencia de su anterior gobierno progresista, igual que en Argentina.
¿Suena conocido? Si la gente oyera con más atención la forma y el fondo con que esos analistas ‘leen’ la situación económica del Ecuador, se daría cuenta de que solo es posible entender lo que sucede en nuestros países en clave regional y mundial. Desde hace más de dos siglos se dejó de vivir en un conventualismo económico y ninguna nación asume su crisis o bonanza aisladamente. La globalización, en sus desiguales versiones epocales, ha sido el motor que el capitalismo aceita para que su estándar -en constante adaptación- opere la conducción pública y privada de la vida social en todas partes. Las transnacionales nacieron así y los estados (pequeños, eficientes y con minúsculas responsabilidades públicas) son entidades que rematan la gestión del capital financiero global.
En la propaganda verbal de los susodichos analistas está implícita una premisa: el Estado estorba porque a pesar de ser, históricamente, un ente que representa a grupos hegemónicos (en términos políticos y económicos) tiene un deber básico: el bien común, o sea, el mejor vulgarismo social del liberalismo clásico. Y no estaría mal; pero los tiempos de financiarización de la economía –la especulación como regla, la producción como soporte ¿excepcional?- ha copado a la mayoría de ecuaciones de cada Premio Nobel de Economía, pues aspiran salvar al capitalismo de la asfixiante realidad de la pobreza, la desigualdad, la inflación, etc.
Lo que acaece en Argentina es un espejo en el corto plazo. Un espejo que la directriz neoliberal ha adoptado en la región, es decir, una praxis ideológica (primero) que intenta desterrar el “populismo estatal” o el progresismo (vivificar socialmente lo público): la idea práctica de la res pública como categoría dura de una institucionalidad moderna, con afanes de justicia social y políticas macro para los más vulnerables.
Hay que insistir que el discurso que pide aceleración o medidas de shock en el Ecuador -para no sufrir el ‘error Macri’- no revela varias cosas del gobierno de Moreno:
1) Es muy difícil saber quiénes gobiernan el Ecuador. Hoy hay aquí un régimen casi tricéfalo: un Ejecutivo enclenque que se alía con los grupos de poder más obtusos; una Asamblea Nacional preocupada por la inmoralidad consuetudinaria de asambleístas pícaros que ‘cobran’ a sus asesores por darles trabajo; y, un Consejo de Participación Transitorio que está casi por encima de esos dos aludidos poderes. El golpe destituyente dado a la Corte Constitucional mostró hasta dónde son capaces de llegar con tal de desparecer, no a unos jueces de cuya integridad ética se duda demasiado, sino de cómo se confabulan, en la mesita transitoria, para socavar una institucionalidad que dio cabida al bien común.
2) La economía ecuatoriana depende de lo regional y mundial. La crisis fingida por los ministros y socios gobiernícolas actuales tuvo y tiene dos fines: a) introducir, vía mass media, ideas sueltas pero efectivas: la cirugía mayor a la corrupción (persecución, censura, desprestigio personal, despidos, escándalos); en otras palabras: cambiar la noción de la política como piedra angular de la vida social, por una especie de moralina que nos devuelve a la noción medieval de la dinámica del poder político. b) gradualizar el paquetazo económico y favorecer a los que repudian el bien común y le apuestan, como siempre, a una democracia de élites.
3) Para todo esto es funcional “el gobierno de todos”. Ergo, nadie se eriza por los golpes contra institucionales que cada semana perpetra la sucursal de Carondelet –la mesita transitoria-; para legitimar todo, los gurús modulan el temple de la opinión pública con el amarillismo y la crónica roja.
4) La despolitización de la gente es otra herramienta de desarticulación social. La marcha (que habrá esta semana) contra el paquetazo gradualista del gobierno, podría ser un termómetro de lo que más requiere el país a nivel de alineación política precisamente cuando hay una amonestación/orden clarísima: las élites quieren un paquetazo como el de Argentina… y nadie sabe si el Presidente piensa lo mismo una vez que su izquierdismo retórico cayó en desgracia.
5) Se camina al filo del abismo y la sociedad solo se sacudirá, al parecer, cuando le toquen el bolsillo. ¡Pero ya se lo han tocado!… y sigue impávida y en trance porque la convencieron de que esto es necesario por el desastre heredado. ¿Una labor de propaganda hecha a la medida de las debilidades morales de la población?
6) Vivimos aletargados frente a una institucionalidad rota, una democracia sin ancla constitucional, unas autoridades sin ética pública y unos tunantes del poder ordenando lo que debe pasar aquí. Recién alguien contaba una anécdota que retrata lo que somos desde hace mucho tiempo: un joven quiere regresar al país a establecerse y pregunta cómo están las cosas acá y el interlocutor le responde: “habrá que ver”. Habrá que ver… la incertidumbre como norma. Los caprichos de nuestra democracia de élites seguirán y el pedido de los analistas pronto se hará propaganda cotidiana para ablandar más la inconciencia colectiva y dar el gran paquetazo.
Esta semana en el Ecuador un ciudadano fue viralizado en redes porque al dar una entrevista destacaba uno de sus sueños: quería ser un policía (de élite, del GIR, Grupo de Intervención y Rescate), y para recalcar su aspiración repetía: “quiero ser un man harta demencia”. Un policía contra la injusticia. El fenómeno viral devino en memes y alegorías de distinto tinte y sabor y la multitud virtual reía a rabiar. ¿Qué hay atrás de esa “harta demencia” popular, de ese Robin Hood periférico?, ¿de ese deseo de tumbar puertas y acabar con el tráfico? Tal vez un imaginario de violencia simbólica que el poder recurrentemente usa con otras metodologías y malas intenciones.
Harta demencia es una frase de interpretaciones múltiples que las redes vacían de su cultura popular tácita; pero que, combinada con la frase “habrá que ver” de los aburridos de clase media, posee una sabiduría inusitada: habrá que ver harta demencia. Así es el Ecuador y su gobierno: ¿harta demencia para robarnos el futuro?