En esta semana un caricatura reducía el universo de las candidaturas presidenciales a dos representantes de la derecha ecuatoriana, Jaime Nebot y Guillermo Lasso. Si bien no podría arrancar sonrisas, esa construcción visual sí logra fortalecer una estrategia que las elites económicas y políticas del país intentan consolidar: una elecciones presidenciales sin la izquierda.

Presentar los acontecimientos sociales como hechos naturales es la formula más básica, potente y universal para la dominación. “Sono cose della vita”, “That’s life” o “A vida é assim” son expresiones que, aunque hayan sido acuñadas por culturas diferentes en distintas épocas, resumen esa trágica sensación de inevitabilidad política que permitió, auspició y anticipó el ascenso al poder de Matteo Salvini, Donald Trump o Jair Bolsonaro.

En Ecuador, después de las elecciones del 2021, el “Así Mismo Es” nos servirá para explicarnos cómo Jaime Nebot se convirtió en presidente de un país que lo rechazó para ese cargo durante décadas. Pronunciando el “Así Mismo Es”, nosotros expiaremos nuestra actual pasividad.

Ante este escenario altamente probable, me gustaría que alguien nos explique lo que está sucediendo en el país. Yo no entiendo.

Estamos en una contracción que se convertirá en recesión… pero ¡aquí no pasa nada! Reinventan el agua tibia para privatizar los activos públicos, construir refinerías y hacer negociados… y… ¡no pasa nada! Destrozan las instituciones de control creadas a través de votación popular y… ¡no pasa nada!. Enmendarán la Constitución mediante componendas entre asambleístas y… ¡no pasa nada!

Para todas estas expresiones de la política ecuatoriana, si se pueden encontrar explicaciones sencillas. Mis inquietudes no apuntan hacia aquellas. Lo que yo no entiendo está en otro ámbito.

Entre las agrupaciones populares y progresistas ecuatorianas, muchos temas han sido y serán objeto de controversias. Dependiendo de las combinaciones idiosincrásicas de valores, conocimientos o experiencias, por ejemplo, tenemos actitudes muy diferentes hacia la religión, el aborto, los derechos de la naturaleza, la minería a cualquier escala, el control ciudadano de los poderes republicanos clásicos, la industrialización en economías capitalistas tardías, las derechos políticos y las libertades sustantivas, las formas y contenidos de “lo nacional-popular”, los alcances de la regulación económica, la legitimidad del papel “ordenador” del Estado en la vida social, el significado del socialismo o el papel de las utopías en la construcción de proyectos políticos.

Estos u otros temas similares nos dividen y nos seguirán dividiendo. No hay sorpresa en aquello. Incluso semejantes disensos no representan ningún problema porque, según sentenció un amigo con mucho acierto histórico, “la izquierda se reproduce como las bacterias, dividiéndose.”

No obstante, aun aceptando esta forma de crecimiento como “un dato”, me sorprende observar por qué están actuando como lo están haciendo las organizaciones sociales, políticas y sindicales que no son, ni podrán ser, bien vistas, respetadas o cooptables por la derecha.

En ausencia de respuestas intuitivas, lo mejor es plantearse algunas preguntas suponiendo que las personas actúan buscando beneficios materiales o simbólicos a corto, mediano o largo plazo.  

¿Qué esperan obtener del gobierno de una oligarquía racista, homofóbica, patriarcal, elitista, violadora, torturadora, asesina, corrupta y ladrona? ¿Creen que el pupilo de Febres Cordero y sus allegados han cambiado?

¿Creen que Nebot les concederá el Ministerio de Salud, el Ministerio de Educación u otras carteras de gobierno similares y usualmente utilizadas para crear efímeras alianzas coyunturales?

Alinearse con la derecha oligárquica y permitir su “inevitable” victoria, ¿les facilitará conseguir un empleo en una embajada? ¿Un local para el sindicato? ¿Unas “obritas” para la comunidad?

¿Creen que un gobierno de derecha durará poco y fracasará rotundamente? ¿Creen que después de Nebot la izquierda tendrá “asegurado” el acceso a la Presidencia y a los gobiernos subnacionales?

¿Acaso imaginan que la oligarquía acelerará la caída de la dolarización, profundizará la inviabilidad de nuestra economía o creará otras condiciones para que demócratas, liberales, izquierdistas, ambientalistas, feministas u otros humanistas sean aclamados posteriormente por millones de electores dispuestos a moverse hacia el otro lado del péndulo? ¿Tan optimistas son?

Los políticos presidenciables de la centro-izquierda ecuatoriana ¿están evitando hacer oposición al régimen cuántico para que no les tilden de correístas? ¿Esperan sobrevivir los próximos años absteniéndose de hablar sobre lo que sucede? ¿Quieren así evitar que les “claven juicios” antes de que puedan inscribir sus candidaturas? ¿Acaso esperan que Nebot les respete por haber sido “buenitos” con su lacayo? Si mantienen un perfil bajo hoy ¿mañana no serán perseguidos?

Mientras no se demuestre lo contrario, me parece que están equivocando sus cálculos y auspiciando un sendero de inacción colectiva en cuyo final no encontrarán mayor recompensa.

Para hacer política en una república bananera, empero, nada de lo anterior conviene discutir ni admitir. Por eso, mejor concluyamos con una anécdota interesante.

En el festival de cine celebrado en Venecia durante la primera semana de septiembre, mientras la democracia británica estaba siendo acosada por el golpe “técnico” efectuado por Boris Johnson, el músico de la antigua banda Pink Floyd, Roger Waters, presentó un documental contra el racismo y la xenofobia. Cuando le preguntaron sobre lo que sucedía en su país, el guitarrista británico convocó  a crear defensas colectivas para detener a la derecha.

Salvini, Trump, Bolsonaro u otros personajes del “nacionalismo neofascista” han redescubierto que “todo lo que necesitan hacer es tratar a las personas muy mal pero muy mal y luego explicarles que no fueron ellos sino los negros, los musulmanes o los extranjeros”, sostuvo Waters, quien recordó que, después de las elecciones de 1932 y en menos de cuatro años, Alemania dejó de ser lo que era.

Mientras las incógnitas sobre el futuro se despejan por sí solas, nosotros seguimos imaginando que aquí no pasará nada porque nos complace pensar que los ecuatorianos “no somos así”.

Por eso seguimos sentados esperando a Nebot.

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