Por Fidel Narváez
Lo ocurrido en las elecciones de segunda vuelta en Ecuador es un episodio que parece extraído del realismo mágico, carente de una explicación lógica.
Al domingo 13 de abril de 2025, los dos candidatos finalistas, el presidente en funciones Daniel Noboa y la opositora Luisa González, llegaron empatados con un 44% de votos obtenidos por cada uno en la primera vuelta. Para el balotaje quedaban alrededor de 1’500,000 votos en disputa. De esos, el candidato presidente habría recibido 9 de cada diez votos, mientras que la candidata opositora apenas uno.
Nunca en la historia de elecciones democráticas, en ninguna parte del mundo, se ha registrado un fenómeno en el que un finalista obtenga prácticamente la totalidad de los votos en disputa. La probabilidad estadística de un resultado así es prácticamente nula, comparable a que una moneda caiga del mismo lado en 90 de cien intentos. Cualquier estadístico serio sabe que es así. De hecho, de a poco están apareciendo las opiniones de expertos que califican los resultados electorales como una anomalía, sin precedentes.
¿Cómo es posible que la candidata opositora casi no sumara votos, pese a haber formado una alianza con quien quedó tercero en la primera vuelta, acumulando medio millón de votos? Además, recibió el apoyo explícito de otros políticos, incluyendo el excandidato Jan Topic, quien en las elecciones de 2023 obtuvo cerca de un millón y medio de votos y se proyectaba como tercero si hubiera competido en 2025.

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Hasta el día de la elección, todas las encuestas coincidían en medir una disputa cerrada. De hecho, la mayoría predecía una victoria de Luisa González. De los dos “exit polls” autorizados, uno daba como ganadora a González con 3,98 puntos de ventaja, mientras que el otro proyectaba una victoria del presidente con 2,4 puntos. Ninguna firma de medición electoral ha logrado explicar los resultados oficiales. Incluso, tres encuestas realizadas posteriormente han estimado que el resultado debía ser una victoria ajustada para González.
Tal como en el Macondo ficticio de “Cien años de soledad”, donde una “peste de insomnio” hizo que la población olvidara el significado de las cosas, el 13 de abril de 2025 algo repentino y misterioso habría afectado a los ecuatorianos. Una suerte de “peste del odio” que, en un país polarizado en dos mitades, hizo que todos los indecisos al momento de votar decidieran de manera uniforme. Entre la opción que ha convertido al país en uno de los más violentos del mundo y la que lo posicionó como el segundo más seguro de Latinoamérica, 9 de cada diez indecisos habrían optado por la violencia.
Entre la ineptitud que ha provocado cortes de energía de hasta 14 horas diarias y la certeza que hizo de Ecuador el quinto país con mayor seguridad energética en el mundo, 9 de cada diez habrían apostado por las tinieblas.
Entre una economía en declive, con pobreza, desempleo y emigración en aumento, y la experiencia que una vez duplicó el tamaño de la economía y fue ejemplo mundial de reducción de pobreza, extrañamente, 9 de cada diez habrían preferido insistir con el statu quo.

Las elecciones pueden producir resultados sorpresivos, pero nada explica esta elección ecuatoriana que desafía la estadística y las matemáticas, y que será objeto de estudio en todo el mundo.
Ni siquiera la evidente desigualdad en el terreno electoral, comparable a un pico nevado de los Andes. Se calcula que el candidato presidente dispuso de un 5% del PIB en dinero público para ofrecer todo tipo de “bonos” en un burdo clientelismo electoral. Con la complicidad del órgano electoral, Daniel Noboa impidió que el candidato con mayor capacidad de disputarle votos participara en la elección, mientras se utilizó todo el aparato estatal para hacer campaña, con una abrumadora presencia oficial en los medios públicos y privados. Por acciones similares, observadores internacionales calificaron las elecciones venezolanas como “no democráticas” por no cumplir “con los estándares internacionales de integridad electoral”.
En el caso ecuatoriano, sin embargo, con doble rasero los observadores han sido más indulgentes, a pesar de señalar irregularidades como la militarización del proceso electoral, la prohibición de tomar fotografías al votar, o el cambio repentino de recintos electorales en localidades donde la candidata opositora tenía mayor preferencia. Una observación particularmente preocupante proviene de la Organización de Estados Americanos (OEA): “Al momento del cierre y escrutinio, tanto en la votación en el exterior como en el territorio nacional, la Misión observó que la tinta utilizada para marcar las papeletas se transfirió entre las opciones políticas al doblarlas, debido a la simetría del diseño.”

La posibilidad de un fraude masivo mediante una técnica conocida como “Inkswap” puede sonar inverosímilmente macondiana, admitámoslo. Pero ¿acaso no lo son también los números oficiales, cuya probabilidad estadística y matemática de ser reales es inferior al 1%?
La candidata Luisa González aún no ha reconocido el resultado electoral. Tiene toda la razón para exigir una auditoría forense integral de todo el proceso electoral, con asistencia internacional. La narrativa que se ha posicionado en Ecuador con la anuencia de los grandes medios de comunicación la califica de “mala perdedora”. Sin embargo, si no se investiga a fondo para explicar resultados inverosímiles, habremos perdido todos. La “peste del odio” nos habrá cegado al punto de olvidar el significado de la democracia.