Editorial RutaKrítica
La visita del vicepresidente estadounidense nos devolvió a esa etapa política cuando todo pasaba por la embajada. Y también nos devuelve al debate histórico de América Latina: ¿estar con EE.UU. garantiza estabilidad, crecimiento, armonía y bienestar a los gobiernos que se someten a sus designios?
Basta revisar la cuenta de Twitter de la embajada en Quito (@usembassy_quito) para saber la intensa agenda política de su jefe diplomático en Ecuador, solo en el último año, y se comprobará hasta dónde ha llegado la injerencia. Eso sin contar con las visitas, reuniones privadas y en los domicilios de actores políticos y autoridades oficiales con el embajador, lo cual evidencia el nivel de “penetración” política y cercanía afectiva.
Lenín Moreno ha reproducido el libreto de Lucio Gutiérrez y ya sabemos cómo acabó. No son las mismas circunstancias, pero está claro: la gestión de los embajadores tiene éxito en gobernantes que no piensan más que en su salvación personal, en un espíritu de supuesta hermandad con un imperio en concreto y, sobre todo, haciéndose eco del discurso estadounidense contra naciones, presidentes y grupos regionales que no coinciden con EE.UU.
A cambio de 7 millones de dólares de ayuda (una tercera parte de los cuales son para socorrer a los supuestos refugiados venezolanos), Ecuador ahora le debe toda la obediencia a un gobierno que ni siquiera en su propio país recibe el reconocimiento de sus élites. Basta revisar lo que Mike Pence obtuvo en Brasil como respuesta, de un gobierno que para nada es bolivariano o progresista y, sin embargo, acá asumimos como nuestra la política exterior estadounidense.
El mismo día de la visita de Pence a Carondelet, en Washington, hubo más de 500 mujeres detenidas por protestar contra política migratoria de Donald Trump. Y a la misma hora, en Quito, Moreno le decía a Pence: “Tenemos prometedoras coincidencias” y otras cosas más que desnudan su real pensamiento “altivo y soberano”.
Por supuesto, queda en evidencia que las relaciones diplomáticas pasan por el cedazo comercial, bajo el argumento de que importar y exportar más a EE.UU. nos traerá mayor bienestar, un flujo bien aceitado de inversiones y, para más, una defensa acerada y bien blindada de cualquier amenaza interna (llámese insurgencia o protesta popular frente a las medidas económicas adoptadas).
En la práctica hemos sometido nuestra agenda política y comercial a un mandato y hegemonía sin beneficio de inventario, salvo por la legitimación que le da el monopolio mediático, las élites empresariales y sus voceros políticos, pero además para fraguar otra década de amenazas y cercos a los países soberanos, como Venezuela, Nicaragua, Bolivia o Cuba.
Hoy por hoy ya no hay multilateralismo, integración regional, horizontalidad y soberanía en nuestras relaciones internacionales, todo bajo el argumento, sostenido por Moreno desde la misma campaña electoral, de que había que “refrescarlas”. Hasta tanto habrá que ver qué de nuevo trae el flamante canciller en los foros regionales y cómo votará en la OEA.