Por Santiago Rivadeneira Aguirre

El banquero guayaquileño Guillermo Lasso cambiará parte de su status jurídico y legal cuando pase de banquero candidato a banquero presidente este 24 de mayo, enseguida que Lenín Moreno, su protegido, le transfiera la banda tricolor con lo cual se convertirá en el nuevo mandatario del Ecuador para el periodo 2021-2025. Será la consagración de su esperada y demorada revancha política, como una trasmutación necesaria, que por fin le acerca a la gloria (ese oculto narcisismo) que comenzó a buscar en 2013 cuando se enfrentó por primera vez a Rafael Correa.

Su patético panegírico es un caso poco común en la historia política del Ecuador. Premunido de una inmensa fortuna miró su destino dibujado en el frontis del Palacio de Carondelet, y seguramente se dijo: ‘por qué no’. Los medios y los fines lassistas se fueron perfeccionando con la creación de su partido político al que llamó, ostentosamente, Creando Oportunidades, CREO. Tenaz en sus predicamentos y tenaz en sus convicciones, el país miró con alguna expectativa esa muestra inapelable de craso fetichismo tecnocrático. Alguna vez (o varias veces, en realidad) había dicho que la administración del Estado solo es una cuestión puramente técnica.

La política se convierte en un asunto instrumental o funcional que puede acomodarse a las distintas circunstancias, por ejemplo del mercado o de la oferta y la demanda. Y lo primero que hizo el banquero candidato, -fue presidente ejecutivo del Banco de Guayaquil entre 1994 y 2012- al siguiente día de su postulación, fue despojarse de la ‘culpa’ por el feriado bancario de 1999. ¿Cómo lo hizo? Dejando de ser ‘banquero’ para volverse ‘político’ a tiempo completo. Así mismo y, literalmente sin saber leer y escribir, el banquero Lasso se convirtió en el candidato presidencial de un sector de la banca y de la derecha neoliberal.

Convencido de que la amenaza espectral de su pasado había desaparecido, Lasso pasó, de golpe y porrazo, de la culpa a la redención, sugestionado como estaba por ser el héroe homérico que el país necesitaba con urgencia. La potencia de su destino (ser el próximo presidente del Ecuador) estaba marcada por la purgación extrema de las heces fétidas de su pasado signado por su antigua condición de banquero. Por eso logra preservar, desde ahí en adelante, el carácter político de su emprendimiento, ya sin máculas y sombras molestas que, por ejemplo, lograron convencer a la izquierda flatulenta que ‘es mejor un banquero a una dictadura’.

En América Latina tenemos el caso del peruano Pedro Pablo Kuczynski, quien logró ser presidente desde el 28 de julio de 2016 hasta su renuncia el 23 de marzo de 2018. PPK, como se le conoce, estuvo vinculado al Banco Central en los inicios de su carrera, y posteriormente sirvió en el sector privado como ejecutivo de algunas empresas transnacionales, como Techint. Lo curioso es que PPK accedió al poder con el apoyo directo del Frente Amplio, una organización política de izquierda donde Verónika Mendoza figuraba como referente del progresismo peruano. Conocemos el desenlace de los hechos por los cuales el exbanquero tuvo que renunciar a la presidencia, acosado por actos de corrupción y lavado de activos. Y están a la vista, las denuncias sobre el financiamiento ilegal de la banca peruana, a la actual campaña electoral de la candidata del partido derechista Fuerza Popular de  Keiko Fujimori, que se enfrentará en segunda vuelta al izquierdista Pedro Castillo. 

El banquero candidato Lasso tuvo su primer traspié, como decíamos, en 2013. Superado el miasma de la derrota, volvió a insistir en el 2017, esta vez, frente a Lenín Moreno, candidato de Alianza País. Es ahí donde Lasso encuentra nuevamente el fundamento de su extraña voluntad política, para hacer coincidir su imagen de político reverdecido, en el espejo trascendente de su candidatura a la presidencia, imagen que se vuelve esencialmente teológica porque es la duplicación del amor del sujeto por sí mismo y el amor por el poder que el candidato banquero nunca no pudo disimular.

La época plutocrática -señala el historiador Juan Paz y Miño- ‘en la que dominaron los banqueros, se dio entre 1912 y 1925, aunque más específicamente desde 1916 cuando se sucedieron los gobiernos de Alfredo Baquerizo Moreno, José Luis Tamayo y Gonzalo Tamayo, todos ligados a la banca’. Dato curioso es el de Julio Burbano Aguirre, un empresario y banquero guayaquileño, que termina siendo parte del bestiario político ecuatoriano de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Burbano igualmente sintió el llamado oportuno de la patria: primero fue presidente del Concejo Cantonal de su ciudad natal y después senador de la República, cargo que le permitió asumir de manera interina la presidencia en dos ocasiones, durante el gobierno de Alfredo Baquerizo Moreno.

La juntura ‘incestuosa’ del sector financiero con la política, -hay que decirlo- produjo el nacimiento de los grandes oligopolios y monopolios de este país, que han sido determinantes, en muchas ocasiones, para la conducción y regulación de la economía. Una serie de prácticas inadecuadas aplicadas sistemática y mañosamente, descompusieron el sistema financiero, que ha buscado siempre y por todos los medios, escapar a las regulaciones del Estado para evadir impuestos y sacar libremente los recursos del país. Primaron, en todas las instancias y momentos, los acuerdos colusorios entre los sectores político, financiero y la banca, que santificaron el abuso de los operadores económicos con poder de mercado,  para atentar contra el bienestar de la mayoría.

La ‘liberalización’ de los servicios financieros y la crisis económica que el Ecuador vivió entre 1998 y 1999, produjo el feriado bancario y la consiguiente dolarización que modificó, entre otras medidas, los instrumentos de política monetaria del Banco Central del Ecuador. Es decir, se impuso el criterio de los banqueros y las élites empresariales para la liberalización del sistema financiero y la destrucción de la institucionalidad. Sin regulaciones claras, la orgía del capital financiero y de los banqueros produjo la quiebra del país y el desplazamiento de millones de compatriotas a Europa y Estados Unidos. Así de claro, tal como volvemos a ver en los contenidos de la última Ley de defensa de la dolarización, aprobada por la derecha, la ID, Pachakutik y los rezagos de AP.

El banquero Guillermo Lasso, ahora finalmente presidente del Ecuador, fue parte de este descalabro económico y financiero, planificado por la banca y los políticos que no solo le enriquecieron a él y a otros de manera desproporcionada. También fue el momento de su asunción a los lugares de privilegio por los cuales Lasso fue llamado a ser glorificado por las estructuras de poder y, ser además, parte del cuadro logial del Opus Dei, secta dentro de la cual -suponemos- purga su mala conciencia.

Sin embargo, como cliente de Carondelet deberá luchar contra los fantasmas y los espectros que ahí abundan como testigos de las injusticias cometidas por las élites, sus élites empresariales; espectros y fantasmas que están ahí para dar testimonio histórico de lo indebido y de lo ilegítimo. Y deberá cumplir sus promesas de campaña sabiendo que el poder es temporal y que no podrá escapar al juicio de la historia como lo demuestran, ahora mismo, las protestas sociales en Colombia contra el gobierno represivo de Duque, con quien el banquero presidente Lasso se congració, apenas supo que había ganado las elecciones. Lasso debería mirarse en ese modelo neoliberal retorcido de la derecha uribista.

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