Por Lucrecia Maldonado

Alondra Santiago llevaba diecinueve años viviendo en Ecuador. Llegó cuando tenía trece años, a solicitud de su madre, que ya había obtenido la nacionalidad ecuatoriana, por lo tanto, tenía una visa de amparo. Aquí estudió el colegio y la universidad. Aquí se convirtió en periodista y trabajó primero en medios comerciales y luego, quizás para encontrar su propia voz, alejada de las líneas oficialistas de la prensa corporativa, creó sus propios canales de YouTube por medio de los cuales comenzó a informar, entrevistar y opinar acerca de la realidad del país que la había acogido y que ella consideraba como suyo, pues había vivido en él más de la mitad de su vida.

Mantuvo siempre una posición crítica ante el ciclo de neoliberalismo que se inauguró con la traición de Lenin Moreno. Bella. Carismática. Inteligente y preparada. No tardó en ganar una cantidad importante de seguidores, así como convertirse en el blanco de ataques cibernéticos, y sobre todo de los centros de trolls y las granjas de bots que empezaron a inundar las redes con los típicos comentarios fascistas y xenófobos que en resumidas cuentas hablaban mal de Cuba y su régimen, la conminaban a regresar a su país, entre otras cosas, acosado por un bloqueo criminal, y la tildaban de lo peor que un poco de ecuatorianos pueden tildar desde su ignorancia y mezquindad, de ‘correísta’.

Alondra también tiene estudios de música, y comenzó a elaborar pequeñas canciones de corte más bien satírico sobre la realidad ecuatoriana, que ella misma interpretaba en su programa, acompañada por su ukelele. En un determinado momento, tal vez en un desliz de exceso de confianza, optó por tomar un par de fragmentos del Himno Nacional para utilizarlos como pie inicial de su crítica satírica al gobierno.

Bastó.

Jamás, pero jamás en este país de gente a la que no le importa absolutamente nada cuando de violentar el orden de la cola del banco, pasarse un semáforo en rojo o ejercer la más variada viveza criolla se trata en los sencillos hechos de la vida cotidiana, ha tenido una hemorragia de patrioterismo tan chabacana como la que siguió al suceso. Ni siquiera en la venta de la bandera o la pérdida de la moneda nacional para ceder paso a la moneda del Imperio. Se la acusó de ‘meter las de andar’, de ‘mancillar las sagradas notas del Himno Nacional’, de ‘ofender al país que la acogió’ y por lo tanto de ser, además de todo, ingrata con la tierra que le ha dado de comer durante diecinueve años.

Haciendo gala de una mezquindad solamente conocida en Ecuador, los bots y algunos humanos se dedicaron a denostarla y uno real, muy real, tanto que estuvo prófugo de la justicia durante un largo tiempo por actos de corrupción relacionados con el manejo de gastos reservados en el gobierno liberal de Sixto Durán Ballén, que además fue amnistiado por ingenua sugerencia o petición del presidente Rafael Correa y que nada más pisar suelo ecuatoriano se dedicó a denostar contra su inocente benefactor y todo lo que no fuera neofascismo, y que entró de la mano de Daniel Noboa, casi casi como pareja, al traspaso de información que le haría Guillermo Lasso, se permitió sugerir/pedir/ordenar la deportación de Alondra Santiago.

Mientras tanto, Alondra ganaba cada vez más notoriedad y más adeptos, y no solamente eso, sino que se defendía con argumentos mucho más sustentables que la agresividad, la estulticia o la lambisconería de la mayoría de comunicadores defensores del régimen de Daniel Noboa.

Pero además había algunos detalles que los patrioteros desatados por la defensa de las sagradas notas habían pasado por alto, ejerciendo la vieja costumbre nacional de repetir como loros las cantaletas de los medios sin desgastar media neurona en medio comprender la situación: Alondra Santiago no falseó la letra ni la música del Himno (el segundo más bonito del mundo después de la Marsellesa, nunca lo olviden, como también lo es el de Colombia, el de Perú, y el de quién sabe cuántos países más de acuerdo con la patriotería local). Simplemente tomó dos fragmentos clave y a partir de ellos compuso una canción en donde demuestra cómo Noboa y los otros gobiernos liberales mancillan día tras día, no el Himno, que a fin de cuentas es un símbolo, sino a la patria misma, en donde hay una crisis de inseguridad que no se vea, en donde hay pobreza, abandono de lo público, carencia de insumos en los hospitales, deserción escolar inédita, apagones y un vasto etcétera que empujan a una gran parte de ecuatorianos fuera del país y al resto lo mantienen en un marasmo que impide la reacción adecuada ante una situación así.

Fue entonces cuando se les ocurrió la genial idea, tipo “Plan Fénix”, para deshacerse de alguien que les estaba resultando extremadamente incómodo. Y entonces resulta que apareció un ‘documento secreto’ que no puede ver nadie y que seguramente nadie ha visto más que en su imaginación o en sus perversas maquinaciones, en donde se involucra a Alondra y su canto en un supuesto plan para afectar la seguridad del Estado. Por ese motivo se le retiró la visa de amparo que le había facultado hacer una vida en este país y aportar a elevar el nivel de su comunicación.

En este país de ingenuidad maligna con agravantes, poca gente comprende lo que es obvio: el Himno Nacional no fue para nada mancillado ni ofendido. Tampoco fue parodiado. Y peor ‘calumniado’, como un delirante acompañado de cuatro pelagatos fue a denunciar en la fiscalía del Guayas. Tampoco comprenden que el derecho internacional es una norma que va más allá de las fronteras y que existen tratados y regulaciones que se deben respetar. Que hacerlo es lo que da dignidad a los pueblos, y no solamente eso, sino que también otorga madurez a los pueblos y ayuda a una resolución de conflictos sensata y alejada de la politiquería barata.

Triste cosa es el destino de un pueblo que se mueve a partir de rumores y lugares comunes, que comulga con ruedas de molino y sigue creyendo que las notas de una canción y los colores de una tela o el cuadro de un escudo son más importantes que el suelo, los recursos naturales, el bien común y la gente que sufre abandono estatal y todas las carencias que eso significa.

Triste cosa es el destino de un pueblo que desconoce a sus benefactores y se deja llevar por un patrioterismo elemental y burdo que le hace creer que una rabieta antojadiza le devolverá la dignidad perdida cuando en realidad solo sirve a los codiciosos intereses de sus verdugos, y que tal vez para cuando se dé cuenta de su error ya sea demasiado tarde para todos.

Por RK