Arturo Belano
No son las diferencias culturalmente esperables las que tienden a separar a nuestra sociedad, sino el doble rasero con el que las élites (sociales, económicas, religiosas) catalogan los hechos, personas y creencias en función de su propio statu quo. Vivimos una sociedad colonial disfrazada de moderna, como ya denuncié la semana pasada, que está dispuesta a matar (no solo metafórica, sino literalmente) al que no siendo de su élite, es además un contradictor. Sociedad que está dispuesta a perdonar los actos más infames de los poderosos y señalar con toda la mano, todo el tiempo a quien, no siendo de la élite, comete actos mucho menos execrables. Si hemos de salir del subdesarrollo mental en el que estamos estancados como sociedad, será cuando las decisiones políticas se hagan con absoluto respeto a la Constitución, la ley y no mientras se sigan haciendo por odio, venganza, revanchismo, resentimiento.
Los primeros, pero no los únicos paladines de este doble rasero, sin duda, son los medios de comunicación. Durante 10 años gritaron: “¡dictadura!”, “¡atentado a la libertad de expresión!” y el largo etc. de mentiras similares aupadas por algún “portavoz” de cualquier representación gremial, no de periodistas, sino de empresarios de la industria de medios de comunicación. Y, sin embargo, nunca fueron amordazados como aseguran. Mintieron sobre la ley de herencias, la ley de plusvalía, la refinería, las hidroeléctricas, las escuelas, la vida privada de varios ex funcionarios, los seguros, las medicinas, las compras públicas, las elecciones, la constitución, el aborto, el aeropuerto de Quito, el tranvía de Cuenca, y toda la extensa lista de falacias y verdades a medias que dijeron durante una década. La supuesta dictadura lo único que logró fue que viejos periodistas como Carlos Vera o Jorge Ortiz se queden sin trabajo, y no por presionar a los dueños de los medios sino porque los propios dueños de los medios veían cómo se les iban los anunciantes cada vez que éstos dos salían en pantalla. Y ahora, que tenemos realmente una dictadura, que persigue a todos los que antes fueron sus “amigos”, que prohíbe la participación democrática de un sector político importante, que inicia juicios casi sumarios contra los principales líderes, otrora referentes intelectuales y morales de la dictadura, esos mismos medios hacen mutis por el foro y disfrazan de eufemismos vergonzantes la cruda realidad de la actual situación política, económica y social por la que atraviesa el país.
Desde fines de mayo de 2017, bajo los aires del “diálogo nacional”, el “gobierno de todos”, la “renovada libertad” y la parte de la sociedad que dejó su “comportamiento ovejuno”, vivimos un verdadero atentado a la libertad de expresión y la constante flagelación del derecho de los ciudadanos a información veraz y verificable. Los medios, con toda la felicidad que les cabe en el pecho, continúan mintiendo sobre las mismas mentiras que han repetido tantos años, y, más grave aún, ocultan todo lo que dañe el encuadre con el que quieren vender la realidad. No muestran la realidad de las manifestaciones de julio o septiembre, son incapaces de hacer una sola mención al terrible escenario argentino y se desviven exacerbando el drama venezolano.
No son solo los medios de comunicación. Son los actores políticos los que llevan el doble estándar a nuevos niveles de experticia. El año pasado tuvimos a la flamante Ministra del Interior, supuesta militante de izquierda, que se fue del gobierno de Correa por su giro a la derecha; haciendo campaña a favor del candidato de los grandes capitales, Guillermo Lasso. ¡Oh sorpresa!, esa señora es hoy la Ministra para el ejercicio de la represión y el monopolio de la violencia legítima (aunque es de dudar si esa violencia será legítima en las condiciones actuales). No solo ella, hay casos más patéticos de fervientes defensores y defensoras de la Revolución Ciudadana durante 10 años que ahora demuestran su doble moral, al criticar esa década con una sorna que parece actuación de telenovela mexicana. La fraudulenta Vicepresidente, la ex Vicepresidente de la Asamblea, el que quiso ser Vicepresidente y se alejó cuando no lo escogieron, los ex Alcaldes, el ex Presidente de la Asamblea y todos los demás, que mientras fueron parte del proyecto político o vivían de él, fueron incapaces de denunciar la supuesta “galopante corrupción”. En su momento defendían hasta con la vida a Correa, y en algunos casos, al propio Glas; y hoy, proscritos ambos de la vida política de manera temporal, todos los nombrados se vuelven adalides de la justicia y la transparencia y, así sin más, tienen un baño de honestidad y se ponen a denunciar lo que, se entiende, ellos sabían que sucedía, y no dijeron nada antes.
Ni qué decir de otros actores políticos que venden su doble moral al nivel máximo de descaro. Los Bucaram son la reserva moral de la patria (y eso que Jacobo sigue reconociendo con total “ingenuidad” lo de su primer millón de dólares). Los socialcristianos son los defensores de los derechos ciudadanos, de la vida y las próximas generaciones, aunque sueñen con el día en que metan presos a todos los consumidores de drogas ilegalizadas sin razón científica fuerte. Balda es un ciudadano ejemplar, aunque nadie sabe cómo financia los USD 10 mil mensuales que le cuesta su equipo más cercano porque no tiene trabajo conocido. Galo Lara es un perseguido político cuando está más que demostrado que fue cómplice y encubridor de un triple asesinato. Fernando Villavicencio es la voz de la verdad, aunque nunca haya podido demostrar que Correa salió en auto hacia la UTE a organizar su propio rescate. Paco Moncayo, Julio César Trujillo, Jorge Rodríguez, son la juventud resplandeciente que representa el cambio generacional de la política.
El ser público, ya sea político o periodista, cuyo objetivo es la preocupación real de que la cosa pública funcione para beneficio de la sociedad, en especial de los más necesitados, debe tener una base fidedigna de creencias e ideas que defienda y a partir de las cuales, opina, actúa, ejerce su rol. Si estas creencias cambian según la coyuntura, la sociedad está condenada a repetir insaciablemente, los mismos errores, y los más necesitados serán los que paguen las consecuencias de esta incoherencia constante que permite establecer un doble rasero para cada situación, acción, suceso o persona. Mientras robar sea malo porque lo hacen otros y bueno porque lo hago yo, mientras mentir sea malo porque lo hacen otros y bueno porque lo hago yo; no habrá República posible y seguiremos siendo una vil republiqueta bananera sin futuro ni esperanza.