Hace algún tiempo, en una actitud quizás imprudente, me permití ironizar en un comentario de Facebook sobre el lacito negro que se mantiene en el logotipo del diario El Comercio, y recibí una irónica respuesta de algún trabajador por comentario, y una nada irónica y muy ácida reprensión por parte de alguien que confesó haber dejado de ser mi amigo en Facebook (y por el tono de superioridad humana en general que usaba al referirse a mí, yo creo que también en la vida) debido a que yo supuestamente rezumaba odio en todo lo que decía, hacía o pensaba.
Más allá de las implicaciones personales, y de que terminé retirando el comentario en un gesto de buena voluntad muy poco valorado, cada día que pasa se me demuestra más que esa ironía no estaba del todo descaminada. Es cierto que el lacito negro en el logotipo puede representar el dolor de la planta de trabajadores del periódico por el secuestro y el brutal asesinato de sus compañeros, y entonces es una expresión respetable sobre la que poco se puede opinar o comentar. Pero creo que sí cabe preguntarse hasta qué punto el periódico como institución ha demostrado un duelo verdadero por estas personas.
Y no solamente eso. Cabe preguntarse hasta qué punto el periódico como institución se ha alineado con el dolor de las familias, con la protesta por el desastroso manejo oficial de la situación de Paúl Rivas, Javier Ortega y Efraín Segarra, con el legítimo rechazo a los silencios y mentiras gubernamentales sobre este lamentable y dolorosísimo hecho, que no solamente lastima a las familias y los amigos de las tres personas sino a todo el país.
No sé si es correcto o no, pero en mi fuero interno suelo establecer una diferencia entre duelo y luto. El duelo, desde un particular punto de vista, y desde su etimología, al compartir raíz con la palabra dolor, es el auténtico sentimiento de pena por la pérdida, unido a la indignación que provoca ver en qué circunstancias se dio este triple asesinato y sobre todo comprender que pudo haberse manejado de una manera más transparente e inteligente e incluso haberse evitado.
El luto es, en cambio, la formalización social de ese dolor, el ‘para afuera’. La ropa oscura que tanto puede reflejar el dolor auténtico como querer solamente mostrar al mundo una cara compungida para quedar bien con ciertas formas. En ningún momento se puede dudar del auténtico e indignado duelo de las familias de Paúl, Javier y Efraín, así como resultaría grosero negar o minimizar la angustia y la pena de sus compañeros de trabajo, y quien suscribe estas líneas jamás ha pretendido hacerlo.
Pero en cambio sí da qué pensar la actitud del medio, o mejor dicho de su cúpula, cuando se mantiene obsecuente y complaciente con el régimen que ha ocultado información sobre el destino de sus compañeros, que fue negligente en el momento de actuar con efectividad para salvar esas tres valiosas vidas, y que le sigue dando palestra o micrófono abierto a quien, si no es el principal, es uno de los principales responsables de que se haya llegado a consumar tan horrendo crimen. Y lo que da que pensar es que, como siempre, en los humildes y sencillos se encuentra el lacito negro del duelo auténtico, mientras que en otros estamentos, ese lacito negro es solo una manera de quedar bien con unos, mientras que con sus actitudes tibias y faltas de consecuencia siguen quedando bien con otros, radicalmente distintos.