La respuesta de los estadounidenses ante la crisis del Coronavirus ha sido disparar la compra de armamento como nunca en la historia de ese país, junto con la compra de papel higiénico, claro. Lo del papel higiénico sigue siendo un misterio para mí, pero lo del armamento se explica por varias razones. En tiempos de crisis, determinados grupos e individuos focalizarán sus acciones en lo que más les convenga a ellos, independientemente de si esa acción puede ser perjudicial para el conjunto de la sociedad y sin que sea realmente necesario hacerlo. La posición individual del “sálvese quien pueda” empieza a prevalecer, a lo que hay que sumarle la cultura del arma como derecho fundamental, con lo que se tiene un coctel molotov listo para cualquier escalada de conflicto, si la crisis no se podría resolver adecuadamente.

Me atrevo a sugerir que esa posición individualista y esa cultura del arma como necesidad básica (que tienen varias explicaciones sociológicas), se exacerban también por el imaginario construido a partir de las, siempre de moda, películas post apocalípticas que se caracterizan por montar escenarios donde no existe sociedad posible, porque no existe Estado presente. Es decir, no existe ejército, no existe policía, no existe presidente o gobierno que diga lo que hay que hacer, generalmente porque cayó víctima de la enfermedad, alienígena, o mutación que ocasiona el desastre en primer lugar.

De esas películas podríamos colegir que la sociedad desaparece cuando desaparece el Estado. Claro que, en estricto sentido, no desaparecería, sino que volvería a una situación de desarrollo precaria, digamos, pre moderna. Lo que sí es ampliamente aceptado es que los Estados existen porque las sociedades, más o menos modernas, se ponen de acuerdo para consolidar la figura de este tercero que monopoliza el uso de la fuerza legítima y se hace cargo de resolver las siempre cambiantes fuentes de conflicto dentro de la sociedad. Sin Estado, las fuentes de conflicto se resolverían por quién es más fuerte, tal como podemos ver en este tipo de cine, ya sea porque tiene más fuerza física (The book of Eli), porque tiene acceso a recursos escasos (Mad Max Fury Road o Resident Evil) o porque tiene más información (World War Z).

Evidentemente, en la realidad, es mucho menos probable que el Estado desaparezca, aunque las fallas de este se harán más notorias en situaciones de crisis como las del Coronavirus. Ante una situación de crisis, la existencia del Estado tiene mucha más razón que en situaciones normales porque ante una crisis sistémica ya sea económica, social o ambiental, y más aún, sanitaria, la gente necesita certezas y esa información solo está (o debería estar) en este tercero que conformamos como sociedad para que nos resuelva los problemas que de manera unitaria no podríamos resolver, como en este caso y cualquier otro similar. La ausencia de estas certidumbres ocasiona que esos grupos de personas se “olviden” de la sociedad y empiecen a buscar cómo resolver los problemas o cómo sobrevivir (ya derechamente) de manera individual.

La gran diferencia que existe entre las películas y las realidades es que, en las películas, los Estados son casi siempre los primeros en desaparecer y ese relato da el chance de contar la historia que quiere contar el director de la película. En la realidad, el Estado, no va a desaparecer, pero en el mediano plazo se puede debilitar producto de la gestión de la propia crisis. Las decisiones que toma quien gobierna, las acciones de la sociedad, la persistencia de la amenaza que genera la crisis, entre otras cosas, pueden afectar al Estado y a quien lo dirige. En ese lapso, los que gobiernan deben tener la capacidad de conducir este Estado (entendido como el conjunto de organismos y organizaciones públicas que lo conforman) para resolver realmente el problema, aprender sobre la marcha y recuperar las condiciones de relativa normalidad que devuelvan a la gente, esas certezas requeridas para no tomar decisiones individuales a costa de los demás miembros de la sociedad.

Cuando el Estado va acumulando errores, más gente empieza a dudar de la efectividad de las acciones de sus gobernantes y empieza a operar en consecuencia. En la medida que aumenta la cantidad de gente que duda, la situación se vuelve más compleja para el gobernante y el propio Estado. En este momento de la crisis sanitaria por el Covid – 19, ya hemos presenciado el incremento de la duda que se refleja en comportamientos cada vez más individuales. Si no hay Estado que sancione por igual a todos los que infringen las normas explicitas, la gente tenderá a actuar en consecuencia.

El gobierno ha informado que hay más de 500 detenidos por infringir el Toque de Queda, pero la alcaldesa que puso en peligro a muchas personas con su temerario y esquizofrénico acto de supuesta valentía sigue campante sin proceso judicial, a pesar de haber reconocido el cometimiento de un delito. Hay muchísimos casos reportados de personas que se han comunicado con el 171 para tener atención de emergencia por presentar síntomas de la enfermedad que, o no han sido atendidos, o han recibido agendamiento para más de una semana, y, sin embargo, la misma alcaldesa recibió, en menos de 8, horas un diagnóstico por covid-19.

El mensaje que manda quien gobierna es claro. El Estado ya no es de todos, ya no es el tercero creado para resolver los cambiantes conflictos que se generan dentro de la sociedad. El Estado ha vuelto a ser de unos pocos y sirve para beneficiarlos a ellos. Los demás, el conjunto de la sociedad importa muy poco o nada. Tanto es así que las respuestas que se les ocurren para financiar la crisis es continuar desmantelando el Estado, a pesar de que la realidad les ha dicho, de la forma más cruda posible, que hacerlo fue un error de dimensiones épicas. Demasiada evidencia empírica existe para demostrar que lo que ayuda a sobrellevar mejor este tipo de crisis, es un Estado fuerte, institucionalizado, con labores claras y específicas, con profesionales de calidad en todos los sectores. La opinión experta ha señalado con firmeza la importancia de contar con sistemas públicos de salud robustos y eficientes. Esto quiere decir, entre otras cosas, con infraestructura y equipamiento adecuados, con profesionales capacitados, con insumos suficientes. Justo lo que no tenemos en Ecuador gracias a las políticas retardatarias y anacrónicas de ajuste fiscal impulsadas por el FMI (aun cuando han reconocido que sus recetas no funcionan).

Si el Estado (es decir, el gobierno) no recupera a pasos agigantados la certidumbre, a través de inyección real de recursos (no solo a través de discursos, sino de transferencias concretas en el eSIGEF), acciones específicas técnico-científicas (aumentar la cantidad de pruebas aplicadas en los cercos epidemiológicos), y hace que las instituciones del Estado operen con igualdad y justicia real ante la sociedad (castigando por igual a quienes cometen delitos, independientemente de su status social), tendremos, por desgracia, el aumento persistente de personas que se tornarán violentas, como el señor que atropelló al agente de tránsito en Otavalo, o las riñas en los mercados del sur de Quito; o lo que es peor, el aumento de la “necedad” de muchos habitantes de ciudades como Guayaquil que preferirán no acatar el aislamiento. Después de todo, ¿por qué la sociedad habría de hacerlo si el Estado no los protege a ellos, sino pareciera proteger a su plutocracia de los demás miembros de esa sociedad?

Esta crisis no es el fin de la humanidad y no vamos a tener un escenario post apocalíptico como el de Soy Leyenda o The Road. No vamos a necesitar ni papel higiénico ni armas para sobrevivir en los meses y años que vienen. A cambio sí, necesitamos un Estado consolidado, orientado a servir a las mayorías y a todos los grupos de atención prioritaria. Necesitamos un Gobierno que defina e implemente políticas para beneficiar a la mayor cantidad de personas, y eso necesariamente, requiere de políticas económicas y fiscales diferentes a las que durante 3 años se han implementado. Lo que digo es claramente ideológico y también, notoriamente práctico, a la luz de las decisiones que están tomando en otras partes del mundo en relación a replantearse el rol del Estado.

En el Ecuador de hoy, el gobierno tendría que usar los recursos del Estado para garantizar la cohesión social que no se logra con eslóganes paradójicos (al virus lo vencemos juntos, cuando en realidad tenemos que estar aislados) o con órdenes falaces vía Twitter (el tuit del Vicepresidente ordenando a la Ministra de Salud que haga su trabajo fue bastante decidor del nivel de coordinación interna) o con la aplicación relativa de la ley (la Ministra de Gobierno eximiendo a la Alcaldesa). Recuperar la certidumbre se logrará cuando el gobierno demuestre en la realidad que el sistema público está preparado porque tiene el equipamiento suficiente y a tiempo, porque ha aumentado drásticamente la cantidad de pruebas que debe tomar, porque cada vocero habla en función del ámbito de sus responsabilidades, porque no existen ministros tratando a los profesionales del sistema público como si estuviera en su huasipungo.

Por Editor