Juan Paz y Miño

La primera Cumbre de las Américas se realizó en Miami (EE.UU.), en diciembre de 1994. Participaron 34 jefes de Estado y de gobierno, que se subordinaron a la idea central de crear el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), un reiterado sueño norteamericano (aunque con distintos nombres) desde el I Congreso Financiero Panamericano realizado en 1915 por iniciativa del presidente Woodrow Wilson. De acuerdo con la “Declaración de Principios” que se aprobó, el ALCA debía estar lista en 2005.

La II Cumbre (Chile, 1998) y la III (Canadá, 2001) prácticamente siguieron la línea trazada por la I. La IV (Argentina, 2005) marcó un quiebre espectacular: mientras George W. Bush y varios gobiernos aliados intentaron posicionar el tema del ALCA, los gobernantes progresistas de Sudamérica no solo que se opusieron, sino que cuestionaron el proceso económico de América Latina subordinado al Consenso de Washington, es decir, al neoliberalismo. Ellos fueron: Néstor Kirchner (Argentina), Luis Inàcio Lula da Silva (Brasil), Tabaré Vázquez (Uruguay) y Hugo Chávez (Venezuela), quien tuvo un protagonismo contundente contra el proyecto de Bush y quien, además, fue el promotor central en la creación del ALBA (Alianza Bolivariana para América), en diciembre de 2004.

Marcada la posición latinoamericanista de los gobiernos progresistas y enterrado el proyecto del ALCA, la V Cumbre (Trinidad y Tobago, 2009) cambió de propósitos, para “Asegurar el futuro de nuestros ciudadanos mediante la promoción de la prosperidad humana, la seguridad energética y la sostenibilidad ambiental»; pero también uno de los puntos centrales fue el fin del embargo norteamericano contra Cuba. Para entonces ya estuvieron presentes, junto a Cristina Fernández (Argentina), Michel Bachelet (Chile), Lula, T. Vazquez y H. Chávez, los presidentes: Evo Morales (Bolivia), Manuel Zelaya (Honduras), Fernando Lugo (Paraguay), Leonel Fernández (República Dominicana), Daniel Ortega (Nicaragua) y Rafael Correa (Ecuador). Participó ahora el presidente de EE.UU. Barack Obama. Fue evidente el nuevo rol de América Latina en el contexto internacional, de la mano de un grupo de gobernantes firmes contra la globalización capitalista, el libre mercado en las Américas y las moribundas ideas del neoliberalismo.

En la VI Cumbre (Colombia, 2012) estuvieron presentes: C. Fernández, F. Lugo, E. Morales, L. Fernández; se sumaron José Mujica (Uruguay), Nicolás Maduro (Venezuela) en representación de H. Chávez, y Dilma Rousseff (Brasil), en tanto asistió por Chile el presidente Sebastián Piñera. El presidente Rafael Correa no asistió, pues cuestionó una cumbre en la que Cuba estaba ausente, posición respaldada por Daniel Ortega, quien tampoco participó.

Enseguida, la posición ecuatoriana adquirió relevancia continental, a tal punto que en la VII Cumbre (Panamá, 2015), por primera vez participó Cuba, apoyada por los países del ALBA, que condicionaron su presencia a la de Cuba. En esta Cumbre estuvieron presentes: C. Fernández, E. Morales, D. Rousseff, Salvador Sánchez Cerén (El Salvador), D. Ortega, T. Vázquez, N. Maduro y R. Correa. Allí también saludaron Raúl Castro y Barack Obama, quienes serían protagonistas, en marzo de 2016, del primer encuentro entre un gobernante estadounidense y otro cubano en La Habana, después de más de medio siglo de ruptura de relaciones y bloqueo.

Sin embargo, con ocasión de esta Cumbre, 26 expresidentes identificados con la derecha política, hicieron pública una Declaración en la que acusaron a Venezuela y al gobierno de N. Maduro, de seguir un camino contra la democracia y los derechos humanos. Era un coro de voces que saludaba al decreto del presidente Obama que declaró a Venezuela como “amenaza” a la seguridad de los EE.UU.

La VIII Cumbre acaba de realizarse en Lima, Perú, entre el 13 y 14 de abril. Por primera vez en la historia de estas reuniones no asistió un presidente norteamericano: Donald Trump, aunque estuvo el vicepresidente Mike Pence. Fueron otros los gobernantes latinoamericanos presentes, con respecto a quienes estuvieron en las anteriores Cumbres: Mauricio Macri (Argentina) y Michel Temer (Brasil), aunque si estuvo Tabaré Vázquez; además participaron solo cancilleres para la representación de Cuba, El Salvador y Paraguay; también los vicepresidentes por Ecuador (María Alejandra Vicuña) y Guatemala; tres representantes por Venezuela y no participó Nicaragua.

La VIII Cumbre ha sido un fracaso histórico. La única novedad destacada por la prensa internacional fue la posición del gobierno de Perú que no invitó a Nicolás Maduro. La Cumbre apenas pudo formular el tema central: “Gobernabilidad democrática frente a la corrupción”, una verdadera burla bajo la presencia de ciertos gobernantes latinoamericanos involucrados precisamente en ella. Tampoco hubo posiciones latinoamericanistas por la soberanía y la dignidad de la región, como las que caracterizaron a las Cumbres en las que fue dirigente la voz de los gobernantes progresistas y de nueva izquierda. No ha merecido la importancia que los propios EE.UU. dieron a las reuniones del pasado en su afán por lograr la constitución del área de libre comercio. Y es que tampoco necesita ejercer su presión, al contar ahora con la mayor parte de gobernantes latinoamericanos, particularmente de los países más grandes y de mayor influencia, que vuelven a coincidir en el ideal continental del libre comercio y se guían nuevamente por la ideología del neoliberalismo ajustada al siglo XXI.

La estrategia de la derecha internacional contra Venezuela ha funcionado, y no se ha vuelto a levantar con firmeza el rechazo al bloqueo contra Cuba. Igualmente la geoestrategia continental contra antiguos gobernantes progresistas va logrando sus propios éxitos: D. Rousseff destituida, Lula preso y R. Correa perseguido. América Latina no es más un referente mundial contra la globalización capitalista ni contra el imperialismo.

El presidente ecuatoriano Lenín Moreno tuvo que regresar urgentemente al país para atender el tema de tres personas secuestradas en la frontera norte y vinculadas al periódico El Comercio, cuyo asesinato ha conmovido la vida nacional, despertanto total indignación. El dolor y el rechazo ha tenido una potencia singular que ha unido a los ecuatorianos de todas las tendencias.

El país ha enfrentado un hecho inédito, del que han tratado de aprovecharse políticamente quienes hablan sobre el “debilitamiento” de las Fuerzas Armadas y hasta sobre la “permisividad” que supuestamente hubo en la pasada década frente a los grupos irregulares en Colombia. Todo ello es falso y carece de cualquier fundamento histórico. No se quiere entender ni aceptar que Ecuador es víctima de un problema que Colombia no soluciona, pese a los avances en el proceso de paz con las FARC. Sin embargo, se trata de la misma estrategia interesada en que Ecuador se convierta en fuerza guerrerista de acción y vuelva a tener una institución militar reorientada en los principios de la seguridad continental hegemónica, cuya historia ha sido nefasta para América Latina.

 

 

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