Por Santiago Ribadeneira Aguirre
El tema primordial en el Ecuador de hoy es el miedo. O los miedos que tienen unos cuantos rostros, diversos, contradictorios que estos últimos años han apuntado al disciplinamiento de los ciudadanos, a la insuficiencia ideológica para que cada uno se sienta culpable. Son los elementos usados perversamente por el poder que han predominado en el quehacer y en el ejercicio político del país desde hace seis años: el miedo y la culpabilidad sostienen las arbitrariedades y los excesos de la autoridad constituida. Lo que cabe, bajo las supuestas garantías constitucionales y las leyes, es preguntarse si se debe tener miedo. ¿Miedo a qué? ¿A la arbitrariedad del poder, solamente? ¿En medio de un sistema supuestamente democrático?
En el discurso del poder (lo hemos visto con profusión estos días de violencia e ilegalidad) la construcción de la verdad y la mentira son consustanciales a la estrategia del gobierno, hasta que las diferencias o las fronteras entre ambos desaparezcan. Lo que verdaderamente le importa al poder hegemónico es que los ciudadanos terminen aceptando que ellos son el posible soporte de una lógica que determina una suerte de ‘autentificación subjetiva’ para sostener la ‘democracia’, a cualquier precio. De ahí surge lo espectral, lo sombrío, lo aterrador que es el fundamento del proyecto neoliberal del banquero y las élites. La sociedad ecuatoriana se alimenta del miedo diario a todo: al desempleo, a la desestabilización política, al ‘correismo’, a una probable crisis económica, a la falta de inversión, a la ineficiencia de los servicios básicos, a la delincuencia organizada, al narcotráfico, etc.
La cara de la violencia institucionalizada practicada desde la presidencia de la república, marcó el camino del ejercicio del poder desde sus inicios, para terminar convirtiendo a un sector de los partidos y movimientos políticos en cómplices de las decisiones criminales del banquero. De ahí que primero creó la imagen fantasmática del caos con la posibilidad del regreso del ‘correismo’; y, enseguida, construyó la idea de la reconstrucción de una nueva verdad política con la ineludible y falsa reparación del orden. Obedeciendo a las recetas del FMI, (el despojo programado y el endeudamiento) estableció las condiciones para desinstitucionalizar el país: redujo los presupuestos en salud, educación, bienestar social, las inversiones en seguridad, y precarizó los servicios básicos bajo el slogan del ‘encuentro’. Es decir, el banquero comenzó a gobernar desde el miedo, desde el sobresalto para construir la sensación de una ausencia de alternativas. El miedo en el que viven los ecuatorianos, entonces, es el efecto social del modelo neoliberal impuesto por el presidente, que en parte fue asumido como una ‘verdad’ producida por el poder económico que ha derivado en una virtual ‘guerra’ de todos contra todos.
De ahí a la impotencia había apenas un paso. Que también es el atraco de los condicionamientos históricos, culturales y participativos que culmina con el deterioro de los derechos totales. Cuando la sociedad –sus lazos, sus afectos, sus formas de relaciones– aparece fragmentada, casi disuelta, irrumpen la violencia pandillera, el sicariato, las masacres carcelarias, el crimen organizado junto a la proliferación obscenamente circense del banquero, haciendo declaraciones diarias investido de caporal, tratando de contener el pánico que a estas alturas se ha apoderado del país con el anuncio estúpido de una cruzada ‘antiterrorista’ y guerrerista a través de la cual define los perfiles de los ‘enemigos’ de la democracia. El discurso inicial del ‘encuentro’ fue además el discurso de la venganza.
La cuestión de la violencia también es política en el sentido de la ecuación perversa a través de la cual, el gobierno del banquero pretendió definir la falta de equivalencias entre igualdad jurídica y desigualdad social. El último decreto presidencial sobre porte y tenencia armas, medida tan desesperada como mediocre, es la aberración de un enfermo o de un idiota que ha gobernado haciéndose el loco. O de un loco millonario y tramposo que finge idiotez para quebrar el Estado, la institucionalidad y menospreciar a la nación y a sus habitantes.
¿Por qué estamos hablando de crisis desde hace seis años? ¿Por qué estamos hablando de ese vacío constitutivo de representación? El valor de la representación es el que ha sufrido un vuelco, un colapso. ¿Crisis de legitimad de los representantes, incluyendo la del presidente de la república? Estos elementos de análisis expuestos ilustran las carencias del sistema político institucionalizado, alentado deliberadamente por el gobierno para disolver el rol del Estado. Se trata a no dudarlo de la razón del poder absolutamente maligna, que prevalece por encima de la noción de democracia participativa, que envilece sus estructuras permitiendo la corrupción y la podredumbre en los distintos niveles administrativos y de gestión pública (el caso del Gran Padrino y el negociado de las empresas públicas sigue latente) que interpela a los ciudadanos en su deliberado aislamiento social.
Vale la pena citar, como hecho histórico colateral, aquel estudio significativo sobre Los dos cuerpos del rey de Ernst Kantorowicz, en el que se exponía el origen del término ‘representación’ en la monarquía de la Edad Media europea. Lo sustancial de la obra es aquella alusión a la ‘doble condición’ del cuerpo trascendente de un monarca cuando fallece y que por lo mismo, se vuelve ‘inmostrable’ a la vista del pueblo, sobre todo cuando comienza a sufrir el acelerado proceso de descomposición. La imagen del poder representado por la autoridad debía preservarse a pesar de la desaparición física del monarca.
En resumen, el cuerpo en estado de putrefacción debía ser reemplazado por la efigie ‘incorruptible’ del rey que es el verdadero cuerpo del poder. Haciendo la traslación al caso ecuatoriano, habría que señalar dos cosas: 1. La decadencia del poder representado por el banquero presidente; y 2. El cuerpo del presidente Lasso políticamente descompuesto, corrupto y obsceno, que el poder intenta suplir por una imagen casi tan sacramental como inexistente. Es la trasferencia hacia la representación ‘ecuménica’ lo que el poder está buscando para salvar al banquero de la censura en la Asamblea Nacional, aureolado por la prensa mercantil, que para eso despliega un operativo destinado a comprar los votos y la conciencia de ciertos asambleístas, quienes ahora mismo ‘negocian’ prebendas a cielo y micrófono abiertos, en el sentido figurado o real.
Tras la salida del banquero del gobierno y de su equipo de contumaces depredadores –al parecer inexorable– bajo cualquiera de las figuras constitucionales y democráticas actuales, apremia preguntarse sobre el futuro político y cultural del país. Corresponde entender la urgencia para lograr una síntesis unificadora, que vaya más allá del pensamiento de la necesaria reconciliación nacional, y que consienta la necesidad política de cambiar las actuales estructuras sobre las cuales se asientan la desigualdad y la corrupción. Hay que restaurar la cercanía histórica con el pueblo sin las mediaciones arbitrarias del poder.