Por Santiago
Rivadeneira Aguirre
Al parecer el país está viviendo en una dimensión políticamente criminal y además culinaria. En ese orden estricto, el gobierno mediocre de Lenin Moreno ha sido un sancocho de perversidad y maledicencia, de malas decisiones muchas de ellas premeditadas, que han lesionado la estructura social, la institucionalidad, incluyendo las políticas públicas en salud y educación. El falso ideologema del combate a la corrupción y los insistentes llamados al ‘diálogo’, hechos al comienzo de su gestión -muy parecidos al nuevo discurso del banquero Lasso en la segunda vuelta electoral-, para justificar su entrega incondicional a la derecha y a las élites económicas, es criminal y aberrante. O simplemente repugnante.
Siendo históricamente execrable lo anterior, por las afectaciones directas a la economía, al estado de derecho y la seguridad, también es patética la última máscara culinaria de Moreno cuando felicita al ganador de un reality show de tercera sobre gastronomía que transmite un canal nacional, mientras el país se precipita al despeñadero sin vacunas para combatir la pandemia, sin sistema de salud y con la estabilidad social en pindingas por un proceso electoral agitado por las inconsistencias e irregularidades del CNE y las intromisiones de última hora de Contraloría y Fiscalía que buscan suspender las elecciones.
Dice Moreno: ‘¡Gran despliegue de talento en Master Chef Ecuador! Felicitaciones a Roberto Ayala por esta creatividad y sazón para la comida. Nos inspira a crecer, a sentir que si ponemos el corazón en lo que hacemos, el éxito será la recompensa’. Es lo opíparo, lo sibarita, la ostentación excrementicia que vimos en alguna fotografía que circuló en redes sociales del presidente, recostado, al frente de una mesa de manjares y viandas.
Porque mientras los presos amotinados de las cárceles de Guayaquil, el Turi en Azuay y Cotopaxi fueron masacrados, ‘al parecer por disputas entre bandas delictivas’ como justificó el director del sistema de Rehabilitación, el presidente de la república dice en su cuenta de Twitter que: ‘En octubre, el correismo contrató a criminales que se encontraban fuera de las cárceles para provocar desmanes (…) y poder distorsionar la legítima aspiración de los indígenas. No nos asombraría que también ahora la mano de ellos esté presente’.
Es la estupidez manifiesta del peor gobierno de la historia. Repleto de máscaras, antifaces y mascarillas, cuyo uso ya no nos debería extrañar si antes Moreno pudo engañar al gobierno de su antecesor y a la militancia de la Revolución Ciudadana por más de diez años. Es el ‘experimento Moreno’ de la derecha que tiene algunas premisas. La más importante, insistimos: el ideologema de la supuesta lucha contra la corrupción ligada al anticorreismo. ‘El poder es todo’, dijeron Moreno y sus secuaces, para violentar el estado de derecho con la consulta popular del siete veces sí de 2018. Y aquí estuvo la trampa para la que se necesitaba un tramposo, tan venal como cínico, que se hizo cargo del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, transitorio. Lo que Trujillo hizo con la institucionalidad del país es nauseabundo. Ahí están, como constatación de la náusea, el reparto de hospitales, la Corte Suprema, la Judicatura, la Fiscalía con una fiscal ahora premiada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, la Contraloría a cuya cabeza está ese otro usurpador que ha vivido del cuento de haber sido militante de izquierda, pero cuando pudo ayudó a destruir el Frente Amplio de Izquierda, FADI, dirigido por René Maugé para afectar, además, a los movimientos sociales y al progresismo.
Por eso el ‘experimento Moreno’ y su política culinaria tiene sentido, cuando planteó -para su sostenibilidad en el tiempo- que el poder político tiene que ver con el pasado, el del correismo, no con una tesis de progreso y de desarrollo constitutiva e incluyente como propone el progresismo para el Ecuador y América Latina. El viejo truco del poder económico y mediático que consistió en mostrarnos, como premisa perniciosa del morenato, que la corrupción y el autoritarismo estuvieron en el gobierno de Correa, felizmente superado por este presente de bienestar, de democracia que vuelve a garantizar a los ecuatorianos sus libertades y derechos. Los resultados están a la vista.
Porque el ‘experimento Moreno’ fue eso, una mascarada culinaria (lo gástrico, lo puramente digestivo: ‘me como un plato de arroz con huevo y el país me importa un bledo’) para instaurar la teleología del poder económico que subyuga al poder político, y favorece a un modelo de acumulación capitalista/neoliberal que precariza el empleo, desmantela los presupuestos destinados al sector social -la Rehabilitación Social y las cárceles, por ejemplo- y deja de invertir en obra pública, pero que negocia con el FMI e hipoteca el futuro del Ecuador con más deuda externa.
¿Cómo el país ha podido aguantar tanto tiempo a un bribón que tiene circunstancialmente la investidura de presidente? Investidura que nunca se la ganó legítimamente, sino que la usurpó después de traicionar el proyecto político con el cual ganó las elecciones en 2017, siendo candidato de Alianza País.
Es lo constitutivamente criminal de Moreno y de quienes le han auspiciado y sostenido estos casi cuatro años de desgobierno, como el banquero Lasso, que propone ampliar las penas y armar a la población con el libre porte de armas y, por supuesto, los socialcristianos del exalcalde Nebot. También las cámaras de comercio, los grandes empresarios, banqueros, la prensa independiente y más allá, aquellos aduladores menores del coro conformado por los parásitos de Ruptura de los 25, María Paula Romo incluida y Democracia Sí de la familia Larrea. No debemos ni podemos perder de vista quienes son los responsables directos de esta crisis moral, ética y de principios, que carcome las estructuras democráticas del país por sus cuatro costados.