Por Santiago Rivadeneira Aguirre

La izquierda extrema y extemporánea, (es decir, fuera del tiempo) muy reñida con la historia, regresa a sus andadas, representada por ciertos dirigentes políticos ligados a Pachakutik y algunos partidos macilentos, de voces altisonantes, que siempre han dado vueltas en el propio terreno con la brújula descentrada. Están puntuales en el relajo, la pedrada y el escupitajo aleves, como si la traición y el engaño constituyeran el único argumento para la disputa ideológica.

Esa izquierda arbitraria, divisionista, violenta, sin ideas ni principios, nunca ha sido capaz de producir hechos o acontecimientos, sino cuchufletas crueles. Esa izquierda meliflua con una cúpula funcional dispuesta a transar bajo la mesa, constituye la caricatura mezquina del pensamiento político ecuatoriano, que no demora en fantasear con un fraude electoral solo para favorecer a la derecha y sus escatologías rectilíneas, escabrosas, truculentas que buscan frenar el triunfo del progresismo el 11 de abril con el binomio Arauz-Rabascall.

Porque han sido justamente esas excrecencias ideológicas artificiales, las que han configurado un estatuto y una doctrina de malas intenciones, de opacidades, de ocultamientos sucesivos, de caminos circulares que nunca les han llevado a ningún lado, salvo ser el dosel, la antepuerta para que la derecha reaccionaria con el respaldo de EE.UU., pueda contaminar las bases militantes con halagos oportunistas y cuentas de vidrio. Los ejemplos tristes de Yaku Pérez y Lourdes Tibán bastan y sobran.  

Pero entonces se ve que mucho más que los principios, esa izquierda del trasnoche promueve aquellos espacios oscuros para construir sus particulares acomodos, en connivencia con los dictámenes del poder y las élites económicas.  Esa izquierda a la que jamás le interesó ni tampoco le importó el cambio, insistimos, se convierte de un momento a otro, en el flotador, en el salvavidas que la derecha neoliberal y regresiva busca para quedarse cuatro años más en el gobierno, después que su protegido deje la presidencia de la república este 24 de mayo.

Entiéndasenos: no estamos condenando, a priori, a las izquierdas ecuatorianas o al progresismo cuyas luchas sociales han sido plenamente reconocidas por la historia y el país. Solo queremos señalar la diferencia incompatible con la mañosería de esa izquierda corva que nunca fue izquierda sino caricatura, pero que sí tuvo la suprema habilidad para simplificar el sentido de la revolución que propusieron los partidos de izquierda y los movimientos sociales desde los comienzos del siglo XX, cuando se enfrentaron con las estructuras de poder que desde el nacimiento de la república impusieron una noción de progreso anti-histórico, anacrónico, rectilíneo, que nunca cambia.

Hablamos asimismo de la participación diversa de los sectores democráticos que votaron tanto a favor de las tesis de la Unión por la Esperanza, como también por Pachakutik y la Socialdemocracia, pero contra la insidia de aquella fagocitación de las diferencias ideológicas que el candidato banquero Lasso pretendió disolverlas en la normalidad del llamado a un supuesto acuerdo nacional hecho por Pérez Guartambel al que debían concurrir las fuerzas políticas, sin diferenciaciones.

Está además la ideología sospechosamente multiculturalista de la derecha de Lasso y Nebot que busca inmovilizar a los electores o encubrir la discriminación de clase, que sin embargo no les sirvió para mandar que los indígenas ‘regresen al páramo’ o impedir a la fuerza que crucen el puente de la Unidad Nacional y la entrada a la ciudad de Guayaquil. El verdadero trasfondo de estas visiones reaccionarias: dejar de considerar la cuestión del poder.

¿Es mejor el gobierno de un banquero antes que una dictadura? Tal vez la frase, dicha al desgaire por Yaku Pérez en febrero de 2017, se volvió premonitoria porque fue parte de esa supuesta defensa de las causas nacionales que se convirtió rápidamente en el pretexto de la derecha populista, para imprimir una instrumentalización política que terminó afectando las estructuras de los movimientos sociales y del propio Pachakutik, brazo político de la CONAIE.

El análisis y la conclusión estratégica de la derecha neoliberal, tuvo un éxito inicial al conseguir que Moreno cambie de rumbo, acceda enseguida a la consulta popular que tuvo el poco disimulado apoyo de esa izquierda anticorreista, enferma de odio y de revanchas atrasadas, pero que subestimó la capacidad del progresismo para encarnarse profundamente en su voluntad de movilización que pudo estar presente en las elecciones seccionales de 2019 y en las de este año para elegir presidente/vicepresidente y asambleístas.

Porque uno de los peores efectos de las negaciones de esa izquierda del trasnoche, fundamentalista y fraudulenta, será la consolidación del proyecto neoliberal de la derecha de Lasso, Nebot y Moreno: la venta de los activos del Estado, la desinstitucionalización acelerada, más despidos arbitrarios, la falta de presupuesto para salud y educación, la inseguridad, las desinversiones, la crisis sanitaria y el detestable corolario, la privatización del Banco Central para privilegiar los negocios de los banqueros y el capital financiero. El ‘experimento Moreno’ que auspició la derecha desde 2017, tiene resultados concretos: Ecuador retrocede en el índice de desarrollo humano (DH), elaborado por las Naciones Unidas que nos deja en la posición 86 entre 189 países.

El 11 de abril el contexto cambiará cuando, por fin, podremos decidir entre dos visiones contrapuestas del mundo y la balanza democrática tenga que inclinarse nuevamente al lado del progresismo representado por Andrés Arauz y Carlos Rabascall, candidatos a presidente y vicepresidente de la Unión por la Esperanza.

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