Santiago Rivadeneira Aguirre

¿Por qué hay como una sensación cada vez más generalizada -que comienza a sentirse en los distintos niveles de la sociedad y que dan cuenta sobre todo las redes sociales- de que el presidente Lenín Moreno no va a terminar su gestión?

Algunos se atreven a presagiar cuáles serían los contextos posibles y los diseñan de acuerdo a lo que la propia Constitución prevé: la muerte cruzada, la renuncia anticipada o la revocatoria del mandato. Pero también ciertos movimientos políticos y sociales plantean la conveniencia de convocar a una Asamblea Constituyente, que evitaría posibles e innecesarias confrontaciones en las calles. Y más allá, en el lado oscuro, como lo hacen los venales, están quienes ansían un golpe de estado.

Y entre los cálculos más arbitrarios, se dice que en cualquiera de estos escenarios, lo que importa (a la concentración del poder) es dejar el camino abierto para que el socialcristiano Jaime Nebot Saadi, responsable directo de las desestabilizaciones y los amarres políticos desde hace 30 años, pueda proclamarse presidente de la república, antes de 2021. De aquí se desprende la intervención directa y arbitraria del Consejo de Participación Ciudadana, transitorio, empeñado en provocar una crisis institucional, no solo descorreizando el país, sino desmantelando el Estado para viabilizar el proyecto privatizador y ultra conservador de la derecha.

El país vive un gran vacío de representación, sin el amparo de la ley y la constitucionalidad. Básicamente, es un momento de impostura jurídica que intenta imponerse como respuesta a una falsa noción de crisis, creada y construida desde Carondelet. Es la impostura del poder que se expresa fundamentalmente en el fetiche del dinero. Y esto vuelve a ocurrir, precisamente, cuando los sectores hegemónicos, casi siempre desde la especulación financiera, diseñan una agresiva disminución del Estado y orientan las decisiones hacia la privatización de sus recursos. Es la gran contradicción empujada por el gobierno neoliberal y totalitario de Moreno: la falacia ideológica de su gestión y un virtual ‘estado de excepción’ o de ‘vacancia’ que reemplaza la normativa institucional a nombre de una supuesta ‘transición’.

La democracia, así concebida, puede considerarse que está siendo licuada por esas representaciones fraudulentas, resueltas todas al margen de la ley. Ese es el verdadero trasfondo de la actual descomposición del Estado de derecho. 

Digamos que resulta inconcebible que el único escenario político posible para el país, esté atado a la conveniencia de que el ser supremo del cantón Guayaquil, termine su fúlgida carrera siendo el nuevo gobernante del Ecuador. Un horizonte que puede repletarse, más temprano que tarde, de espesos y sombríos nubarrones. Moreno, en la perfección de su apostasía, prefirió crear un vínculo directo con Nebot y sus huestes más cercanas, apenas inició su gestión como presidente. El gran proyecto político e ideológico morenista es cederle el poder al alcalde Nebot, sin beneficio de inventario.

Pero de cada escenario se desprenden otras salientes que tienen sus bemoles y particularidades, si se acepta la premisa de que Moreno dejaría su cargo. Lo cual sería una manera de empezar a señalarnos dónde estamos y cómo descifrar ese ‘anhelo nihilista’ de Nebot, en primer lugar. En el marco de esta fábula operativa que ha instrumentalizado el gobierno, hay que descubrir las articulaciones conflictivas que se han perfeccionado entre las élites del país, la embajada norteamericana, los empresarios y los medios de comunicación. También hay que combatir con todas las armas y los recursos democráticos, la postura camaleónica de la izquierda trasnochada y el imperativo pragmático de un gobierno sin proyección social.

En segundo lugar, hay que poner en tela de juicio la intención de cimentar una ‘subjetividad enajenada’, -la que permitió justamente la convocatoria a la mañosa consulta popular y que servirá de base instrumental para las elecciones de 2019- y enseguida recuperar el contenido democrático de un proceso que se inició hace más de diez años. Mucho antes, cuando fueron las experiencias sociales las que permitieron imaginar y después iniciar la construcción de un país distinto, equitativo e inclusivo. Debemos reinstalarnos en los contenidos del programa que ganó en las últimas elecciones y volver a la Constitución de Montecristi, que también fue una victoria cultural de la mayoría democrática.

¿De qué manera? Construyendo una nueva unidad de la izquierda y del progresismo, para colocarnos en un humanismo real que es el humanismo del nosotros. La invitación amplia debe ser a transformar el Ecuador, no solo a explicarlo: y en esa transformación política, cultural y social, que envuelve con sus resonancias tremendas los días que estamos viviendo, hay que confrontar con la derecha y el oportunismo, en el plano de los hechos reales, de las ideas y del pensamiento. Hay  que recomponer, por eso mismo, el mapa ideológico del país.

El escenario de la confrontación ideológica no puede circunscribirse a las falsas disputas, los prejuicios sobre los liderazgos o la sola distribución del poder político. El ‘proyecto Nebot-Moreno’, que se ha instalado sin matices en el orden moral y ético de los acontecimientos, debe quedar fuera de los rumbos colectivos que demanda la nación con urgencia.

 

 

 

 

 

 

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