Dos hitos marcaron el tiempo político reciente en Argentina. Mayo de 2018: Mauricio Macri anuncia la vuelta al FMI generando conmoción incluso entre sus propios adherentes. Punto de quiebre claro en su derrotero al frente del Gobierno, nada volvería a ser igual para Cambiemos. Mayo de 2019: Cristina Fernández de Kirchner (CFK), hasta el momento la candidata mejor posicionada según los sondeos, anuncia la postulación de Alberto Fernández como candidato a la Presidencia. También generó conmoción, y desactivó, de paso, la principal hipótesis electoral del oficialismo (plantear una campaña electoral en torno al supuesto rechazo en torno a la figura de la expresidenta). El impacto de estos dos hechos es el primer dato clave de una disputa electoral en curso que terminará de resolverse el 27 de octubre.
A pesar de que se vivieron como una elección definitoria, las primarias (PASO) del domingo son apenas el punto de partida de una contienda que va a definir el destino del país para los próximos cuatro años. El resultado de esta elección es el primer gran hito de una campaña electoral que inició la misma noche electoral, cuando se develó por fin el misterio de la “brecha” entre los dos principales candidatos, que la gran mayoría de las encuestas publicadas situaba en torno a cinco puntos. Fueron 15. Según el conteo provisorio, la fórmula Alberto Fernández-Cristina Fernández obtuvo un aplastante 47,36% y el oficialismo, representado por Mauricio Macri-Miguel Pichetto, 32,24%. Detrás quedó un desinflado espacio “del medio”, representado por Roberto Lavagna- Juan Urtubey, que obtuvo 8,34%.
El oficialismo contaba con que una desventaja “aceptable” de unos 5 puntos en la elección nacional le permitiría instalar una narrativa de “remontada (“en 2015 también perdimos las PASO y terminamos ganando la elección”) para impulsar clima épico que activara a su propia base y lograra contagiar a su voto blando. La derrota por 15 puntos lo pone en una situación muy complicada. Aún contemplando que cuenta con el impulso de los principales medios de comunicación que, al menos hasta ayer, impulsaban su reelección, el escenario aparece prácticamente irremontable si se atiende a que el contexto actual es radicalmente diferente al de aquella elección de 2015 en la que logró imponerse en el balotaje por apenas 2 puntos. Si en 2015 Macri era una figura en ascenso, una “expectativa”, tras cuatro años de gestión que derivaron en una crisis económica devastadora para la gran mayoría de la población, es en 2019 un dirigente político en claro declive.
Según datos de la última encuesta Celag, el actual presidente tiene una imagen negativa de 60%, mismo porcentaje que declara que “nunca lo votaría”; su techo electoral está en torno al 40%. De manera que su principal dificultad será lograr trascender las filas militantes, hasta el momento las únicas receptoras del intento oficial por plantear la elección en términos de contraste entre democracia- dictadura/pasado-futuro. El proceso electoral se encamina a dirimirse por el eje económico, aún contra los intentos del oficialismo de instalar estos otros clivajes. Las motivaciones económicas son citadas en primer lugar por el 58,7% de los argentinos para decidir su voto, la misma proporción que siente que ha descendido socialmente en estos últimos años. Al ser consultados sobre los atributos del actual presidente, 42% de los argentinos piensan que Macri es “ineficaz” y el 66% considera que “fracasó en su gestión” o que “no cumplió las expectativas”.
El escaso porcentaje de votos en blanco –uno de los mínimos históricos en este tipo de elecciones- y el alto grado de participación, muestra a las claras que la desafección política no está en el orden del día de los argentinos; todo lo contrario. Los argentinos han querido ser contundentes en el uso del sufragio, una dimensión –la electoral- que no siempre estuvo entre las principales valoraciones de la cultura política del macrismo: en varias oportunidades, a lo largo de su historia como fuerza política, Cambiemos ha minimizado la importancia de la obligatoriedad del voto, ha intentado descalificar los ritos electorales habituales de los argentinos –y su reemplazo por fórmulas electrónicas- o bien con dispositivos de dudosa adaptación al sistema, como el procedimiento de transmisión de información que este domingo resultó muy poco útil. La respuesta de los argentinos fue a través del voto, de forma masiva, inobjetable.
Este entusiasmo que un porcentaje mayoritario de la ciudadanía vio en el voto debe comprenderse en el cruce de dos fenómenos. Por un lado, es el desdoblamiento de ese estado subjetivo de la ciudadanía de hastío y malhumor frente al Gobierno de Macri que se fue expresando –con más fuerza desde diciembre del 2017- de diversas maneras en varios ámbitos de la vida social argentina: se introdujo en las culturas populares, en las formas de identificación política, en el protagonismo sindical, en la hilación defensiva de diferentes postergados de la política económica; en ese sentido, el momento (electoral) fue percibido como una instancia decisiva de esa disputa, promoviendo la puesta en foco en esa dimensión. Por otro lado, la composición del Frente de Todos, encabezado por Alberto Fernández y CFK, otorgó un indispensable elemento objetivo y estructural a las posibilidades de la oposición: no sólo porque a partir de la constitución de la fórmula se generó una dinámica centrípeta dentro del peronismo hacia la figura del Alberto Fernández, sino que desde la candidatura se brindaron una serie de certezas que terminaron logrando una consciencia compartida de que la disputa mayor, la presidencial, era clave para los eventuales logros y objetivos locales.
Entre los detalles de la elección es importante señalar la buena elección del Frente de Todos en las gravitantes provincias de Santa Fe, Córdoba y Mendoza, distritos que en el 2015 se habían transformado en bastiones de la opción por Macri; el panorama del interior argentino, en general, también fue muy claro a favor de la candidatura de Alberto Fernández. Con el detalle de la onda de la última semana de la campaña: la percepción de la significancia de la elección empujó a acentuar aún más la polarización, con el destaque hacia quien ya estaba bien consolidado. En la provincia de Buenos Aires, que representa más de un tercio del padrón nacional, el exministro de Economía de CFK, Axel Kicillof, derrotó a la gobernadora macrista, María Eugenia Vidal, por 16 puntos, a quien los medios azuzaban como “la dirigente mejor valorada del país”. Según los datos de Celag de julio, la imagen de Vidal en la provincia presenta un saldo negativo de 16 puntos (57 de imagen negativa y 41 de imagen positiva). Tan buena era su supuesta buena imagen que se especuló, incluso, con que sería candidata en el lugar de Macri. Hubiera sido aún peor la derrota oficialista. Y lo fue bastante.