Por Luis Herrera Montero

El juego del calamar es hoy por hoy la serie más vista de la red Neflix. Su éxito ha sido de innegable contundencia. En mi opinión, esta producción de Corea del Sur emite una fuerte crítica al mundo de globalización neoliberal. La temática de la serie consiste en una constante denuncia a un sistema, que inicialmente parecería delimitada al ámbito nacional, pero conforme avanzan los episodios, se clarifica como un fenómeno de dimensión mundial y que parte evidenciando realidades de pobreza, caracterizadas por endeudamientos extremos y por la imposibilidad de cancelarlos ante desesperantes condiciones de masivo desempleo.

La trama de la serie trata sobre oligopolios que aprovechan contextos de difícil sobrevivencia poblacional, insertando a muchos de estos seres desesperados en juegos infantiles, pero recreados en brutales masacres, muy bien organizadas para el entretenimiento perverso de sus promotores. En definitiva, una magistral exposición fílmica de un sistema sociolúdico de exterminio totalitario. Espero que los lectores de este texto vean la serie y refuercen sus conciencias críticas, obviamente, desde lecturas que pueden divergir de lo que comparto en este escrito.   

En cuanto a los elementos cinematográficos, están difundidos una variedad de comentarios en favor de la calidad de esta producción, como también otros con ciertas observaciones técnicas respecto algunos pasajes de tal o cual episodio. Personalmente, rescato la serie por las potencias estéticas que muestra para integrar áreas del azar y sus connotaciones de esclavitud contemporánea, diseñadas adecuadamente a través del ludismo infantil y acondicionando éstos en tareas de asesinato masivo; los productores de la serie han labrado muy bien estrategias tendientes a la intensa atracción de las audiencias, por eso su éxito.

Mientras conglomerados inmensos viven en desesperación social, por las casi imposibles posibilidades de lograr su sustento económico, pocos gozan de colocar a dichos conglomerados en un campo de concentración, donde todos compiten por ganar los juegos y ser acreedores de una fortuna, bajo el énfasis de la competencia individualista que define al capitalismo y mucho más al neoliberalismo.

Esta producción es de utilidad no exclusivamente para el contexto coreano. En diversas regiones del mundo es posible constatar aconteceres de reproducción fascista, sobre todo, para poblaciones que el capitalismo se ha encargado de catalogar como escoria humana. No importa si dentro de esta escoria se encuentran menores de edad abandonados en calles, seres cooptados por la mendicidad, integrantes de narcoeconomías huyendo de sus condenas de muerte, en fin, grandes poblaciones sin opciones de sobrevivencia. Pero al neoliberalismo le puede ser también satisfactorio el uso de estas poblaciones para culto y entretenimiento de la individualidad oligárquica, que no sabe cómo gastar sus también grandes riquezas.

Antes ya Lenin explicó como el capitalismo aceleradamente rompía las fronteras nacionales, para traducirse en grandes economías transnacionales, que las denominó dentro del concepto de imperialismo. Posteriormente, Hannah Arendt explicó como el proceso de la Segunda Guerra Mundial y lo acontecido con los fenómenos fascistas, por un lado, y del estalinismo, por otro, contienen claros componentes de sociedades totalitarias. La brillantez de Arendt, sin embargo, no dejó de lado los serios devenires de la sociedad capitalista de posguerra también como totalitaria.

La serie “El juego del calamar” facilitó que yo retome estos contenidos y que los fusione desde un concepto de mayor actualidad: el neoliberalismo totalitario como fase superior del imperialismo. La globalización neoliberal la he caracterizado antes como una sociedad auténticamente totaltitaria, donde el absolutismo del mercado ya no consiste solamente en manifestaciones de transnacionalización del capital, ni de totalitarismo de naciones con capacidad de persecución a grandes multitudes, para amontonarlas luego en campos de concentración, sino en un poder global que reduce a las multitudes a extremos niveles de endeudamiento y fatal desempleo, a quienes además asesina con intervenciones militares y policiales cuando deciden desobedecer y protestar contra el régimen. De ahí que, no sea descabellado retomar la categoría del imperialismo, fusionarla con la de totalitarismo y así definir muy sintéticamente e integralmente al fenómeno neoliberal contemporáneo, como fase superior del imperialismo, no únicamente del capitalismo.

Resulta sumamente preciso también retomar los aportes de Giles Deleuze y lo propuesto como sociedad de control, que desborda el panóptico formulado por Foucault,  que en mi entender supera a su vez la metáfora del Gran Hermano de Orwell, debido a la inexistencia de individuo con tales niveles de acumulación de poder, para colocar en la escena a agrupaciones que fomentan competencias que se insertan en la privacidad, con intenciones de controlar todas las acciones humanas en el mundo, ya no en un sistema carcelario, sino mediante el poder tecnológico, con capacidad de insertarse en empresas, barrios, hogares e individuos. En calidad de ejemplo pone el endeudamiento con tarjetas de crédito, al que acceden incluso sectores de economías nada solventes. El uso de la tarjeta de crédito está también inserto en la serie “El juego del calamar, en cierta forma, desde la explicación realizada

El fenómeno pandémico por covid19 no está fuera de lo que propongo como neoliberalismo totalitario, fase superior del imperialismo, ya que grandes corporaciones capitalistas no dejaron de lucrar y de enriquecerse con mayor presencia, a partir de la producción de medicamentos y vacunas, a sabiendas de que la humanidad debía sí o sí consumirlas a niveles nunca antes evidenciados en la historia. Muchos conciudadanos en el mundo terminaron en la muerte: principalmente aquellos que el capitalismo a catalogado como escoria, otros varios de clase media e inclusive de sectores pudientes.

El propósito de este artículo, además de motivar una lectura sobre el riesgo actual al que nos empuja el neoliberalismo totalitario, invita a reflexionar sobre el devenir inmediato que, estas corporaciones de acumulación de poder, estarían imponiendo al destruir el porvenir mayoritario en el planeta, aspecto que parecería incluso divertirles. Si deciden ver la serie, háganlo pues con espíritu crítico. Deleuze destacó, en una de sus publicaciones, que la ficción tiene elementos que ayudan a comprender la realidad. No más neoliberalismo.

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