Santiago Rivadeneira Aguirre

 El momento en que se consolida el viraje político e ideológico del gobierno de Lenín Moreno hacia la derecha y el neoliberalismo, son los estudiantes universitarios quienes acaban de plantearle al país la posibilidad de un debate amplio y democrático que el régimen fue capaz de diferir con la impostura inicial de los diálogos. La marcha pública del lunes 19 de noviembre contra el presupuesto nacional, arbitrario y depredador, que resta recursos a la educación, la cultura y la inversión social, pone en evidencia cuál es el verdadero trasfondo de la gestión morenista, siempre a favor de las oligarquías concupiscentes y lascivas.

Y, sin embargo, la actualización del debate nacional, parece retomar los principios y la filosofía que los universitarios del continente, impulsaron desde la Reforma de Córdova en 1918, que no solo se propuso ‘expulsar a la oligarquía docente, haciendo la universidad del estudiante y del pueblo’, sino que además fue capaz de plantear un nuevo capítulo en la historia reformista, que demandaba que “la militancia en la izquierda universitaria comporta una militancia análoga en las izquierdas de la lucha política y social”. (Héctor P. Agosti).

La contundencia de la marcha de los universitarios ecuatorianos, no fue solo una manifestación de repudio a las políticas entreguistas de Moreno, (‘qué fácil es ser falsario’, dice Gaspard Winckler uno de los personajes de El Condotiero de Georges Perec) para poner en evidencia el conjunto de desatinos y deslealtades de su gobierno, sino el anuncio certero de un movimiento político que pretende hundir sus raíces en la realidad actual del país. Es decir, tuvo un impulso genuinamente democrático, libertador, más allá de la postura exclusivamente conflictiva que le quieren atribuir los medios de comunicación. Y claro que también hubo beligerancia y reclamo, pero como categorías de reflexión.

Porque la de los universitarios fue una marcha para romper con el aparente enclaustramiento de la universidad ecuatoriana, y superar la pusilanimidad doctrinaria de su presencia en la vida política del país. Las proclamas que se exhibieron, las que se consignaron en los carteles y las verbales, nos demostraron que lo del lunes 19 de noviembre fue un proceso vivo, para expresar también las exigencias y demandas del conjunto de la sociedad que cada vez se fastidia del ‘dialogo de mentiras’ de Moreno. Ahí está la trascendencia extrauniversitaria de la movilización.

La contundente movilización universitaria, fue capaz de provocar una reacción inmediata en el gobierno timorato, que decide dar marcha atrás, y ‘no tocar’ los recursos destinados a la educación en la proforma presupuestaria de 2019. Mientras tanto, circulaba una tibia y tardía carta del Ministro de Educación, Fander Falconí, (que ya renunció) en tanto un grupo de impresionados rectores mantenía una reunión urgente con el Ministro de Finanzas.

El mandato explícito de la marcha estuvo claro: reponer los recursos, por supuesto, pero también dictar las premisas para cuestionar el sometimiento del gobierno al tutelaje de los grandes poderes hegemónicos nacionales e internacionales; y el llamado a los sectores democráticos nacionales a conectarse con las necesidades del Ecuador y construir las nuevas reglas de la acción y el cambio.

Así de contundente y práctica fue la marcha universitaria, que comunicó de modo rotundo, la fórmula precisa de un amplio sentimiento de liberación total, frente a un mundo conmovido por la crisis y los desatinos provocados por la voracidad del capital financiero, el neoliberalismo ‘zombi’-como coinciden en definirlo García Linera y David Chávez- que no vacilan en capitanear sobre los mercados del planeta.

La marcha universitaria señaló los contornos repugnantes de una estratagema solapada del gobierno, que se traduce en el exterminio, político y jurídico, de los opositores y la imposición de una opinión totalitaria que se cocina en los entresijos de Carondelet y las oficinas de la Secretaria de Comunicación de la presidencia.

La marcha universitaria acaba de afirmar la continuidad histórica del pensamiento universitario ecuatoriano y latinoamericano, que ahora nos obliga, casi con urgencia, a volver sobre las corrientes de pensamiento que se gestaron primero en la Reforma de Córdoba, en Argentina, que después alcanzó impulso continental con la realización en la Ciudad de México, del Primer Congreso Internacional de Estudiantes en 1921 y que provocó diversas reacciones y cambios posteriores en la autonomía universitaria, el cogobierno, la democratización de la enseñanza, la libertad de cátedra y los métodos de una enseñanza activa y participativa.

Pero bien vale la pena apelar otra vez a la memoria histórica, para recordar que fueron los estudiantes organizados en la Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador, creada en 1942, quienes combatieron contra el Dr. Carlos Arroyo del Rio, ‘uno de los sangrientos asesores de la matanza del 15 de noviembre de 1922’.

Justamente, el primer manifiesto de la FEUE, en sus partes fundamentales, decía: “el estudiante universitario no puede ser indiferente a la política. La política es su papel ineludible. El desdén y la indiferencia significan renunciar a la lucha. Y no se pude pensar en un estudiante sin asociarse a la idea de combate. El nuevo universitario representa la inteligencia proletaria. Y esto quiere decir pensamiento y acción. (…) Esto, en definitiva, es hacer ciudadana a la inteligencia, es dar al pensamiento el campo de la contienda cívica, para que en él se resuelva en acto y lucha”.

¿Cómo va la sociedad a responder a este llamado de los universitarios ecuatorianos?

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