Hoy se cumple un año desde que el gobierno de Moreno empezó a quitarse el disfraz democrático. Un año entero de tropelías políticas y la adopción de un modelo económico que nunca se propuso al pueblo pero que fue fruto de unos diálogos, tras bastidores, con sectores vacíos de visión social, vacíos de compromiso con el país y su gente, vacíos de principios. Hoy se cumple un año desde que una pila de arrimados, sin futuro político, se metió en Carondelet para auxiliar a un presidente con suerte de primerizo en casino.
La debilidad de este gobierno reside precisamente en que tuvo que apañar, de todas partes, a aquellos que estaban huérfanos de vitrina, huérfanos de show, huérfanos de prestigio genuino. Unos colaboran en las sombras, decidiendo, calculando, amarrando, sumando y restando, restando y restando, multiplicando y multiplicando. Nunca dividiendo para la comunidad, para los comunes. Otros colaboran de frente, sin ambages, sacando a relucir sus reveses de semi sabios, sus desengaños de monaguillos sin biblia, sus apetitos de caciques bien vestidos. Sin embargo, entre los unos y los otros hay una distancia que mata. A los primeros no les importa porque siempre han necesitado –y tenido- peones para el juego sucio. Y a los segundos tampoco les conviene arrogárselo, porque reconocerlo es imprimir no trechos sino diferencias: de clase, de apellido, de jerarquía social, de educación, de ascendiente, de distinción racial, incluso.
Moreno y su cortesanía gubernamental no saben que fungen como el laboratorio perfecto para entender la fermentación del Ecuador actual. O sea: la restitución de un discurso amorfo que los reconcilia con los valores más frívolos y los rituales de una clase media difusa y un conglomerado disperso proclive a desear ser como los patrones. El presidente y sus sacristanes están ahí como un ensayo sin debut final todavía. Cada cosa que dicen y hacen supera la gestualidad del peor mimo de pueblo. En realidad, están ahí para revalidar las peores reglas del subdesarrollo político mientras los medios normalizan con su coro de falsedades el contexto más repulsivo de la moral simulada.
Uno a uno de los botones de un régimen que no les pertenecía (ahora sí) fue capaz de elaborar un propio y discreto guión –paralelo al original de la tan mentada ‘traición’-. Durante un año se logró posicionar por todos los medios posibles la idea de la transición. De ahí que cada autoridad, de la más baja a la más alta, tenga siempre el sello de: autoridad transitoria. Hicieron de esa situación anómala, una regla para malear el estado de derecho y justificar el ardid de la consulta popular. Es decir, con el voto de la gente, impávida frente a la astucia del poder, se legalizó la dictadura de la transición. ¡Y aún no se da cuenta!, la gente, digo.
Nuestra cultura política es resbaladiza desde tiempos inmemoriales. Viene de la viveza criolla fraguada y consentida por el coloniaje para relativizar la ferocidad de la metrópoli. ¿Tiene herederos? ¡El mejor ejemplo de eso –hoy- es la pléyade de hombres y mujeres que conforman el morenismo! Ellos saben que no hay, en rigor, morenismo, lo que sí saben es que este tránsito, este charquito de subdesarrollo, les permite acopiar… reputación pasajera y tráfico de influencias. ¡Prestigio nunca! Por eso están exasperados. Por eso cada semana se nota más su ficción legal y esperan ansiosos las elecciones seccionales para afinar su ¿último? acto teatral. Por eso mucho huele a miedo y titubeo; muchísimo huele a refrito de viejas tacañas con alacena llena…
En el fondo de esta situación –la transición- existe un cúmulo de fuerzas políticas midiendo su presente y su futuro. Las relaciones de poder, lo que cuenta en política y en economía, otra vez en conflicto pero arrimándose al árbol del imperio del norte. Ninguna de esas fuerzas –en Ecuador- pugna por más democracia ni aquí ni en ninguna parte. La democracia apenas es una excusa para secuestrar al Estado y hacerlo rendir como bovino propio. Ergo, la cortesanía morenista y la que no lo es, verbi gratia, ahora aplaude lo que Estados Unidos hace con y en Venezuela. En eso no varían los ramales oligárquicos ecuatorianos. Allí se fortalece su pensamiento único: no hay pluralidad ni respeto a la ideología, la libertad y las decisiones ajenas. La democracia es lo que ellos suponen y permiten y punto.
Solo esta situación –la transición- hace posible que el gobierno actual se adjudique como política exterior el respaldar un golpe de estado en Venezuela o dejar en la indefensión diplomática a un asilado político como Julian Assange. La situación anómala del Ecuador es algo que empezó hace un año exactamente y la comunidad internacional se está dando cuenta de ello seriamente, pero aquí tales informes se esconden o se menosprecian.
Ojalá en los comicios de marzo nuestra gente sepa darle un sacudón no solo al gobierno de los apañados de aquí y de allá, sino a todos aquellos que desde fines de 2017 hasta hoy participan de la transición como gondoleros, paracaidistas, mentores, cheerleader, pajes y otras hierbas destruyendo un país que caminaba con esperanza y justicia social concretas.