Por Raúl Vallejo Corral

El pasado fin de semana, algunos tuiteros orgánicos de la derecha, secundados por su ejército de troles, desataron un repentino ataque en X-Twitter contra el mural La imagen de la patria, de Oswaldo Guayasamín, instalado en la sala de sesiones de la Asamblea Nacional, antes Palacio Legislativo, desde 1988. Convertidos en exquisitos del arte, aquellos tuiteros, con vocación de rastacueros, tacharon al mural con los peores epítetos de la crítica gástrica pidiendo al presidente de la Asamblea que desmonte el mural para dizque superar supuestos complejos y resentimientos del pasado. Pero nosotros sabemos que el recuerdo de las luchas de los pueblos es fundamental porque no hay una noción de patria sin verdad, sin justicia y sin reparación históricas.
El mural La imagen de la patria es parte de la memoria de nuestro Ecuador. En él, se plasman capítulos y personajes protagónicos de la lucha contra la dominación colonial y la ingerencia neocolonial, de la resistencia de los trabajadores del campo y la ciudad, y de los pueblos originarios ante la violencia estructural que ha impuesto la dominación oligárquica. Por supuesto que a las élites y sus acólitos les fastidia esta historia y quieren borrarla porque retrata la iniquidad de su dominación politica y la acumulación originaria de su riqueza. A esas élites, que veneran a los patriotas muertos como reliquias vaciadas de sentido, las incomoda el pensamiento vivo de Eugenio Espejo que consta en el mural: «Un día resucitará la patria».
Si la ignorancia es atrevida, la ignorancia de la tuitería trolera no solo es atrevida, sino también desvergonzada. Esa turbamulta vocinglera, azuzada por la oligarquía dominante, pretende borrar los símbolos de la resistencia de los sectores populares para que nos olvidemos de la historia de la opresión, como si los horrores de la guerra y el fascismo desaparecieran escondiendo el Guernica, de Pablo Picasso. Además, la tuitería, haciendo gala de su pereza mental, ni siquiera valora la tradición plástica de nuestro país que tiene en Guayasamín un artista reconocido por la historia del arte del mundo. Un ejemplo de este reconocimiento lo tenemos en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas, en España, en cuyas entrada y salida encontramos sendos murales de Guayasamín, de 60 metros cuadrados cada uno, cuya temática es la relación de América y España.
El mural de Guayasamín en la Asamblea es una representación estética de esta patria nuestra llamada Ecuador, que vive una historia atravesada por una herida equinoccial que no se sana intentando borrar el pasado, sino contruyendo una patria digna para toda su gente, un país plurinacional signado por la justicia social y la libertad. El mural La imagen de la patria, instalado en la sede de la Asamblea, es un recordatorio permanente para quienes legislan en nombre del pueblo de que las leyes deben procurar que el ser humano y la naturaleza prevalezcan por sobre el afán de lucro. Así, la palabra de la líder indígena Dolores Cacuango, grabada en el mural, se erige como un testimonio de la resistencia de los pueblos originarios en la construcción histórica de la patria plurinacional que nos habla a todos: «Somos como la paja del páramo que se la arranca y vuelve a crecer».

El nombre de la CIA
«Mural molestó a Schultz». El diario Hoy publicó la noticia en la primera plana del 11 de agosto de 1988: «No me agrada» el mural de Guayasamín, pues contiene «un mensaje de insulto a los Estados Unidos», dijo el secretario de Estado norteamericano George Schultz, en una improvisada rueda de prensa sostenida tras su visita al presidente Rodrigo Borja.[1]
Años más tarde, el presidente Borja recordará la conversación en Recovecos de la historia. El secretario de Estado norteamericano le pidió una cita un día antes de asumir el mando y le dijo que «ese mural era ofensivo contra su país y su Gobierno porque en él había un casco nazi que representaba a la CIA». Al parecer la visita estuvo destinada a presionar al presidente electo para que interviniera de tal forma que el mural fuese modificado. Al recibir la negativa a cualquier censura de la obra artística, el secretario de Estado le dijo que, en esas circunstancias, lamentaba no estar presente en la ceremonia del día siguiente. Rodrigo Borja dio por concluida la audiencia y, antes de que se marchase el secretario de Estado, le dijo: «Piénselo dos veces, señor Schultz, porque su ausencia hará famoso el mural en el mundo entero».
La imponencia del mural y las declaraciones de Schultz desataron los rencores atávicos contra Guayasamín, el indio comunista. «[…] la decadencia del autor es evidente. […] ¿Qué ayuda en todos estos campos tiene el de haber pintado en el muro principal del Salón de Honor del Congreso un insulto, realmente efectivo, pues ya lo reconoció así el señor Schultz?» (Alejandro Carrión, en El Comercio, 16 de agosto de 1988). «Es la propaganda stalinista la que descubre a este querube stalinista, dueño de la oscuridad y señor de la falsía. […] El mural es inicuo. No es nuestra historia. Más que ataque a la CIA fantasmal, es vilipendio a nuestra nacionalidad» (Francisco Tobar García, en El Telégrafo, 28 de agosto de 1988).
El poeta Fernando Artieda escribió en Hoy, el 3 de octubre de 1988, al comentar un programa de televisión dedicado al mural: «Ahí se lo atacó de regionalista, se lo tachó de indio, se lo imputó de comunista, cínico, millonarios, mal pintor, evasor de impuestos y renegado». El 29 de septiembre de 1988, el editorialista Alfredo Pinoargote reflexionó en El Universo: «Pocas veces he visto insultar a alguien con tanto ahínco como a Oswaldo Guayasamín, a causa del mural en el Congreso Nacional». El escultor Alfredo Palacio, desde su voz de artista, dijo en El Telégrafo, el 15 de octubre de 1988: «No olvidemos que el “Guernica” estuvo proscrito durante mucho tiempo. Guayasamín es una realidad rotunda, gloria de nuestro país y de nuestro pueblo, ejemplo del papel que juega el arte, cuando es verdadero, en el desarrollo positivo de la sociedad de nuestro planeta».
El embajador de los Estados Unidos, Richard Holwill, amenazó con la suspensión de la cooperación de EE. UU. si no se modificaba el mural, según denuncia de Wilfrido Lucero, presidente del Congreso, quien, además, declaró que mientras él estuviera al frente del legislativo, «el mural se mantendrá íntegro».
La conmoción política venía desde antes porque, en el boceto original del mural, el casco nazi tenía pintada una bandera de los Estados Unidos de Norteamérica. Guayasamín, escuchando el consejo de sus allegados, cambió la bandera por las siglas de la CIA. En términos simbólicos, el cambio evitó una ofensa al pueblo norteamericano mediante la denigración de un símbolo patrio, y concentró su crítica en una institución estatal que ha operado de manera directa o encubierta en las invasiones y la mayoría de los golpes de Estado que hemos padecido en nuestra América.
Casi un año después del incidente, el 21 de junio de 1989, la Corte Suprema de los Estados Unidos, en el juicio Texas vs Johnson, 491 U.S. 397, con una decisión de cinco votos contra cuatro, dictaminó que la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos garantizaba la plena libertad de expresión y que, por lo tanto, el acto de quemar la bandera, u otro acto simbólico similar, no constituía delito alguno. «El gobierno no habrá de prohibir la expresión, verbal o no verbal, de una idea solamente porque la sociedad encuentra esta idea ofensiva o desagradable, aun cuando nuestra bandera esté involucrada». De esta forma, quedaron sin efectos las leyes de 48 de los 50 Estados que prohibían la profanación de la bandera. El dictamen de la Corte Suprema, ciertamente, fue radical en la defensa de la libertad de expresión como no lo fue la posición política e imperial del señor Schultz.
José Félix Silva, Ecuador. Frustración y esperanza (Quito: Congreso Nacional del Ecuador, 1988), 233. |
Al mural se le pueden hacer muchas críticas, como a todo objeto artístico. Yo mismo se la he hecho en lo que tiene que ver con su visión histórica de corte ideológico liberal-comunista. En el mural, por ejemplo, no consta Juan León Mera como uno de los forjadores de la patria, seguramente porque Mera fue conservador y correligionario de García Moreno. Lo que no se debe es, luego del debate de la coyuntura, descalificar una obra de arte de esa magnitud y desarrollo estético con insultos que nada tienen que ver con la obra en sí, sino con las discrepancias ideológicas frente a un trabajo de arte signado por la política. Es el riesgo que todo artista sabe que corre cuando trabaja, sobretodo, con la política como sustancia de su obra.
Para Oswaldo Guayasamín, el mural es un grito de rebeldía y esperanza del pueblo ecuatoriano y de los pueblos de América Latina por un mañana mejor. […] La aspiración de las dos manos que con cierta angustia tratan de llegar al sol, es decir de recoger otra vez, de retomar lo que fue tan violentamente cortado por los españoles.
La CIA continúa operando y el mural perdura: el arte, tal vez, contribuye a que no lo olvidemos.
[1] Capítulo de Poéticas de Guayasamín (Quito / Guayaquil: Fondo de Cultura Económica / Universidad de las Artes, 2022).