Carol Murillo Ruiz
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Una antigua aspiración de los humanos ha sido tener una sola lengua universal que suprima los idiomas y su formidable variedad. Esa lengua ha sido buscada, cuasi inventada, delineada en recursos, códigos y voces pero nunca lo suficiente como para que se convierta, por lo menos en teoría, en un plan digno de echarse a andar como experimento cierto en algún lugar del mundo. Proyectos ha habido muchos y frustraciones también.
Sin embargo, dado que estoy inmersa en la cavilación de cómo los medios de comunicación consiguen generalizar un memorial filológico para determinadas mentiras –referidas sobre todo a la economía micro y macro- y traducirlas a un lenguaje popular mediante símbolos, titulares falaces (con el sentido de las palabras transpuesto) y/o a través de una composición sintáctica evidentemente ruin, creo que el sustrato mediático, en paralelo, ha fundado para una gran franja del mundo un lenguaje universal perfecto –traducible a cada idioma- cuando se trata de informar/embaucar a la gente con decisiones o nociones económicas, políticas, éticas, religiosas, etc. Tal trabajo, tremendamente elaborado, consiente que los medios informen sobre uno o varios hechos utilizando una especie de mapa con demarcaciones básicas, es decir, lo que el sentido común de las audiencias puede asimilar rápido… sin penetrar en las variables de su profundidad semántica.
El trabajito en mención, por ejemplo, es el que están empleando desde hace casi veinte meses los medios de comunicación del Ecuador en su relación endogámica con el gobierno morenista. Para ese cometido, se supone, tienen asesores (¿en los medios y en el Ejecutivo?) que saben cómo medir la lasitud emocional de una población ya advertida sobre la maldad del antiguo gobierno despilfarrador y corrupto. Como ven, esto último que escribo, es la repetición cansina del discurso oficial (Carondelet, Asamblea, Consejo Transitorio, Consejo Electoral, etc.) y el discurso oficiante (Medios).
Ergo, si el escenario se halla tan bien preparado, el alza del precio de las gasolinas –in crescendo cada mes desde diciembre 2018- pasa de agache por la ventaja discursiva de la inutilidad de los subsidios, los titulares sobre la actualización de los montos de los combustibles y el apremio de comparar los precios internacionales de los mismos. La bagatela de la verdad, cobrarle más a la gente y subirle una miseria al salario básico unificado, resultaría una noticia de tercera, que hasta no puede darse a conocer porque lo cardinal es que la gente ‘haga conciencia’ de que el ¿poder transitorio? decide pagar una farra en la que la mayoría no participó pero que ha de costear mediante unas alzas, en cascada, que desde mañana 1 de enero, apagados los parlantes e incinerado el año viejo, empezarán a sentirse más que el chuchaqui.
Pocos dicen que gracias al cobertizo mediático y político se expresa la infame rehabilitación ideológica de un esquema económico que posterga a la gente y consagra al mercado. Y que además rompe al Estado demonizando la supuesta carestía de los subsidios públicos. Y todo con el puchero del lenguaje funcional (o universal-mediático) del odio a la inversión en los pobres.
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Pero, ¿cómo es que ese lenguaje mediático ha sido instalado e internalizado en la opinión pública? Mirando unas pocas muestras en diarios y redes sociales de lo que cree la gente en el Ecuador –digo bien, cree la gente, no digo piensa la gente– es obvio que la sutileza informativa, más superficial que nunca, es la del loro ocioso que yace encerrado en la jaula de los criterios mediáticos. A eso le llamo el lenguaje funcional de la farsa que ha hecho de los consumidores de información, mejor dicho, de los consumidores de titulares informativos, una tropilla de cotorras sin dios ni ley que inflan la mal denominada opinión pública, que no es más que la fabricación desafortunada de un lenguaje común para homologar mentiras y turbar el saber elemental de las personas que alcanzan a leer y escribir y de los analfabetos cosmopolitas (que en todas partes pululan).
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Pero hay algo más: en 2018 se puso de moda algo que bien puede confundirse con lo anterior: las news fakes o noticias falsas. Con su aparecimiento en plataformas estructuradas para ello y en otras no precisamente, se comprobó que una campaña electoral y los votantes son manipulados al extremo, y que los resultados de la fiebre democrática no son ni aleatorios ni ideológicos, pues enseguida también se supo, se sabe, de la magia de los algoritmos que juegan con las emociones, deseos y raros apetitos colectivos.
Ahora, una noticia pulida con intención de engañar y encubrir la verdad, o sea, una noticia operada para desinformar, ¿es análoga a una noticia falsa o news fake? Su producción no es equivalente pero su finalidad sí: manosear sin rubor a las audiencias o al público. Desentrañar la manufactura de las news fake es tan intrincado como explicar por qué la comunicación morenista y sus medios aliados han podido acordar un tramado mediático para inducir a los ecuatorianos a sentir que la corrupción –como concepto de plastilina- justifica volver al neoliberalismo sin que se despeine nadie. Comunicación y política muestran el rostro pavoroso del incesto de los poderosos.
No recuerdo si fue Juan Carlos Monedero quien dijo que hoy “los medios ya no se explican desde el periodismo sino desde la ciencia política”. Razón tiene. Los medios, sus verdades o mentiras, sirven a la política y/o a la despolitización de las sociedades, más en una época en que las masas, mutatis mutandis, son empujadas a conservadurizar sus usos sociales en pro de un orden que les garantice no dislocar sus lánguidas vidas.
Así, los medios tradicionales, sus ramificaciones digitales y las redes han devenido en púlpitos para sacralizar o relativizar los valores de una modernidad cansada de sí misma y de sus fantásticas posibilidades de alienación. Por eso, el embrión de fascismo que hoy existe en América Latina tiene en el lenguaje funcional de los mass media su mayor expediente (subjetivo) de variación o arrebato colectivo. Es en los medios donde germina el discurso vacilante frente, verbi gratia, a la violación de los derechos humanos o la tolerancia inescrupulosa frente a un individuo que mata migrantes solo por el hecho de tener que movilizar sus necesidades de reproducción de la vida.
Las masas se obnubilan por lo más superfluo de los medios. Todo lo convierten en retórica o farándula. Hasta las noticas de las guerras son dadas como repasos de películas. Un ataque a Palestina en Navidad ni siquiera les recuerda la humildad de Jesús. Nada es apreciado desde la seriedad de sus tribunas sino es con la intención –siempre con la intención- de descerebrar al público o desanimarlo a pensar por sí mismo. Conducen a ciegos, sordos y mudos; así también es este gobierno sin capacidades especiales. El entorno publicitario le ha creado una perorata para sostener la herencia ficticia de una crisis y sin dolores de parto sacar de su vientre al bastardo neoliberal. Pero no pronuncian la palabra, porque nadie entiende su peso histórico y político. Es más fácil decir corrupción, corrupción, corrupción… como el ladrón que grita: allá va el ladrón… y lo señala con el dedo… y muchos miran y corren y corren a capturarlo… y el resto se olvida del ladrón de verdad que para entonces se ha esfumado. ¡Es una maravilla! Crean la idea y los escándalos de corrupción con un lenguaje mediático-político execrable y con eso tapan la entrega del Estado a los oligarcas de siempre.
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Por allí va formándose y creciendo el embrión del fascismo: un lenguaje articulador de la ignorancia política y de las peores pasiones morales colectivas. No en vano crecen como la espuma personajes como Trump o Bolsonaro. No en vano los más astutos le echan la culpa a la izquierda del resurgimiento de ideas ultra derechistas. No en vano los medios han fraguado el lenguaje funcional de las (sin) razones fascistas como fenómeno arbitrario de masas enloquecidas por la decepción izquierdosa… ¡mentira! El neo fascismo latinoamericano, entre las muchísimas explicaciones posibles, surge del aparente desorden ideológico del discurso mediático. Es la primera lección del 2018 vista aún con las restricciones de una anomalía política y social en desarrollo…
Alguna vez miraremos este año como un parteaguas entre la historia que pasa en las calles y en la vida social real, y la que se fragua en los medios y su discurso funcional; aunque una parte de aquello no está desconectado de esa sucia relación de poderes.
Los medios ecuatorianos y sus voceros de la nada, también, un día rendirán cuentas por su vileza comunicacional de servir al coloniaje mental y social.
¿Lo peor del 2018 en Ecuador? El papagayo del morenismo mediático.