En 1996, Carlos Fazio, periodista uruguayo radicado en México, publicó el libro El Tercer Vínculo: de la teoría del caos a la Militarización de México, en el que, retomando unas palabras de William Perry, entonces Secretario de Defensa de la administración Clinton, planteó la siguiente tesis: entre los países vecinos que separa el Río Bravo se estaba cerrando un círculo que incluía la subordinación política, económica y militar de México a los Estados Unidos. La historia reciente de las relaciones bilaterales entre ambos países no hizo si no confirmar lo planteado por Fazio, ya que poco a poco se fue tejiendo la urdimbre de diversos acuerdos de “cooperación” militar que terminarían por empujar a las fuerzas armadas mexicanas a la órbita de la estrategia interamericana de “defensa” del Pentágono, cuyos orígenes modernos datan de la constitución del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), creado en 1947, inmediatamente después de finalizada la Segunda Guerra mundial con la finalidad de sentar las bases de un renovado panamericanismo para el nuevo orden de posguerra.
Traigo a colación el libro de Fazio porque podría servirnos como pista metodológica para interpretar la actual coyuntura de la relación entre Ecuador y los Estados Unidos. Como ha sido señalado por diversos analistas, de un tiempo acá, nuestro país se ha ido acercando cada vez más a la potencia de Norte, y lo ha hecho tanto en los planos (geo) político, económico… y militar. Geopolíticamente, el gobierno (¿encabezado?) por Lenín Moreno se ha plegado a la agenda norteamericana en la región, sobre todo en lo que respecta al aislamiento y agresión diplomática contra Venezuela, así como al intento de asesinato de la UNASUR, una de las iniciativas recientes de integración latinoamericana que funcionaban al margen de la política imperial.
Por otro lado, como documentó Tamara Lajtman en El Lenín que quiere EE.UU., también es posible rastrear los vínculos económicos que acercan al Ecuador a la órbita norteamericana: el renovado interés por firmar una especie de tratado de libre comercio disfrazado de acuerdo de cooperación comercial; los cambios a la Ley de Fomento Productivo para favorecer abiertamente a las transnacionales en sus posibles diferendos con el país, en los tribunales internacionales; y, recientemente, el acuerdo con uno de los brazos más poderosos controlado por los intereses financieros ligados a los Estados Unidos: el Fondo Monetario Internacional; organismo que junto al Banco Mundial tiene la tarea de “lubricar las ruedas de las finanzas internacionales para beneficio de las grandes élites planetarias” (Varoufakis citado en Villamar), mediante la imposición de duras condiciones para los pueblos en aras del pago de las deudas con los acreedores internacionales.
Finalmente, pero no por eso menos importante, en lo poco que va de la gestión de Moreno, el tercer vínculo (el militar) entre el Ecuador y el coloso del Norte se ha ido estrechando. La nueva política de cooperación militar (¿subordinada?) con los Estados Unidos tuvo su punto de inflexión el 26 de marzo del año pasado, con la visita al país de Joseph P. DiSalvo, subcomandante del Comando Sur quien se reunió con representantes de la cúpula militar ecuatoriana de cara a reactivar los programas de formación de las Fuerzas Armadas de nuestro país en los centros de capacitación militar de los Estados Unidos, así con la firma, un mes después, de un memorando de entendimiento entre la DEA y el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas del los Estados Unidos con el Ecuador para “intercambiar información y experiencias contra el tráfico ilícito de estupefacientes y combatir la delincuencia organizada transnacional”, de acuerdo a nota de El Universo, en donde también se señala que en septiembre de ese mismo año comenzó a operar en territorio nacional el avión norteamericano Orion P-3 para realizar patrullajes antinarcóticos.
Exactamente un año después de dicha visita, la semana pasada se dio una nueva vuelta de tuerca al tercer vínculo, con la gira que realizó el jefe del Comando Sur, el almirante Craig Faller, en Colombia y Ecuador. El contexto y los detalles de la visita fueron recogidos en una nota del portal especializado en temas de geopolítica latinoamericana: CELAG. Allí se señala que, en el caso ecuatoriano, la presencia de Faller tuvo como finalidad expresa, reforzar la “lucha contra el narcotráfico, el crimen transnacional y la pesca ilegal, además de anunciar la propuesta de una Política de Defensa regional con Colombia y Perú”. También se destaca que Ecuador será la sede en 2020 de los ejercicios militares UNITAS, que la armada de los Estados Unidos coordina anualmente desde la Primera Conferencia Naval de 1959 (en el marco del TIAR) con algunas marinas de guerra de los países de la región. Después de 11 años de ausencia, el año anterior Ecuador volvió a participar en estos juegos de guerra y ahora se prepara para ser el próximo anfitrión. En palabras del Ministro de Defensa ecuatoriano, Oswaldo Jarrín, citadas por la agencia Sputnik: “Ha terminado la fase experimental (del uso de los aviones estadounidenses Orion P3) y hoy en esta visita con el jefe del Comando Sur pronto comenzamos en forma permanente esta cooperación”. Ante este panorana, valdría la pena preguntarse cuáles han sido los saldos históricos para la soberanía de los países de Nuestra América cuando han optado por colaborar de forma tan estrecha en el plano militar con la mayor potencia bélica del planeta.