Por Luis Herrera Montero
El acontecimiento electoral de abril 11 debe exigirnos una lectura realista de la política y no proyecciones fuera de correlaciones de fuerza. Promocionar el voto nulo no solamente pecó de ingenuidad en quienes lo apoyaron, sino que comenzó y terminó siendo funcional a una estrategia poder claramente oligárquica. Castigaron a Correa mientras premiaron a Lasso. Ese siempre fue el objetivo de la derecha indigenista liderada por Carlos Pérez. Adicionalmente, los anticorreístas, con ínfulas de supuestos analistas del contexto, ni siquiera se percataron de que lo logrado en octubre de 2019, significó un renacimiento del movimiento indígena, que prematuramente lo colocaron en serio riesgo, pues no tuvo tiempo de madurar y consolidarse. Esas heroicas jornadas pueden quedar en un vano recuerdo y provocar que la sociedad ecuatoriana caiga en terapia intensiva. Tengamos la esperanza de que el movimiento indígena pueda prevenir tal situación. Aspecto que para nada pasa por celebrar el voto nulo como manifestación de triunfo.
La alianza oligárquica acaba de posicionarse cuatro años más en el gobierno nacional. Nada mejor podrían esperar, pues han dirigido al régimen de Moreno y supieron ganar a pesar del agudo desgaste. Suponer que la capacidad de movilización del movimiento indígena se mantendria intacta es algo nada claro. Antecedentes que pueden echar al traste con tal supuesto fue lo sucedido con el gobierno de Gutiérrez, que lo terminó inmovilizando en menos de un año. Una posibilidad similar no puede descartarse, peor aún en un contexto pandémico como el actual. El nuevo gobierno arremeterá con créditos bancarios a las poblaciones indígenas, quienes correrán riesgo de inmovilizarse y terminar siendo víctimas de endeudamientos catastróficos; una terrible mezcla entre una recomposición usurera precapitalista y la sociedad de control global que denunciara Deleuze en los años noventa. Confiemos en que el movimiento indígena sepa enfrentar esta seria amenaza.
Otro de los fatales riesgos está en la radicalización oligárquica, conforme los parámetros de la política internacional de Estados Unidos. La fuerte sintonía que Lasso y Nebot han manifestado respecto a las políticas uribistas en Colombia es un factor también de preocupación. De ahí que las insinuaciones de Moreno en cuanto a lo negativo de aceptar el retiro la “Base Militar de Manta”, hoy cuenta con el escenario más óptimo de reproducción. La “Base en Galápagos” será sin duda reforzada. La crisis carcelaria constituyó una clara advertencia, que a Estados Unidos le conviene que se desarrolle para incentivar su política internacional; totalmente ineficiente e inefectiva en el combate al narco tráfico; su población sigue inconteniblemente vulnerable al consumo de drogas, de igual manera en Colombia la producción de cocaína se ha multiplicado significativamente y los carteles mexicanos están en franca irradiación por América Latina. Lasso y Nebot manifestaron en forma nefasta que habría que permitir que las familias se armen para contrarrestar la delincuencia, propuesta que incentivaría más bien a las mafias y sus peligrosas redes de delincuencia sofisticada en materia de armamento ¿Acaso los movimientos sociales están preparados para hacer frente a esa grave problemática? Evidentemente no, pues esto requiere de apoyo institucional del Estado, aunque los narcos se hayan infiltrado en varios gobiernos, no es comparable con los niveles alcanzados en Colombia y México, bajo la complicidad abierta de políticas agudamente neoliberales, que para nada son ausentes en nuestro país. Ya Lasso ha manifestado abiertamente su admiración por Uribe; hecho muy preocupante.
Otro riesgo es el acentuamiento de medidas de ajuste. Lo alcanzado en octubre resulta hoy ser muy pequeño. EL precio de los combustibles seguirá una ruta de constante incremento, los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional se reafirmarán, y las políticas fiscales de reducción de impuestos a las clases pudientes se sostendrán; elementos que acentuarán la crisis estatal y pandémica; por tanto, se fortalecerá la continuidad de minimizar el rol interventor del Estado en materia económica y financiera. Todo este panorama es altamente grave para las posibilidades de superación de la crisis que estamos atravesando. La desvergüenza también se torna mayor. El vicepresidente justifica hoy que su hijo debió vacunarse por ser gerente de una casa de Salud en Cuenca, cuando hay prioridades de envergadura indiscutible que contraponen tal ejercicio de cínico privilegio.
Desde antes de la campaña electoral he manifestado la necesidad de constituir un frente antineoliberal. Esperemos que sea posible hacerlo. No creo que haya que suponer la vigencia de la fortaleza movilizadora del pueblo ecuatoriano ante el reciente triunfo electoral de CREO-PSC. Esa fortaleza debe evaluarse muy objetivamente. Seguir la línea de concebir al voto nulo como un gran triunfo o como la vía para la promoción de la unidad insurgente es más una tonta ilusión que una realidad. Hasta el momento, el anticoreismo ha resultado mucho más perjudicial para el país; con Moreno, Trujillo y otros se cayó en una completa funcionalidad respecto del neoliberalsimo y está constituyéndose en el principal factor del triunfo de las oligarquías más recalcitrantes. Es indispensable replantearse el accionar político: o nos constituimos en procesos de lucha unitaria o el imperio gringo y las oligarquías ecuatorianas terminarán por vencer. No se trata de optimismos ilusos ni de pesimismos inmovilizantes. Estamos entrando en terapia intensiva políticamente hablando ¿Seremos capaces de salir de ella con optimismos muy realistas? Fraccionados evidentemente no.