Por Pedro Brieger
Hace solo unos años era una especie de “payaso mediático” que aparecía en algunos canales de televisión prometiendo destruir el Banco Central y dolarizar la economía.
La Argentina ha dado un giro sorpresivo en su vida política al elegir a Javier Milei como presidente. Aunque parezca increíble, un candidato cuya bandera principal es el odio y enarbola una motosierra para destruir ha logrado un triunfo contundente frente a un peronismo que ha gobernado casi todo el siglo XXI. Ganó el cambio contenido en el odio hacia el peronismo en su versión kirchnerista aunque sea un salto al vacío. Ganó el discurso de la antipolítica aunque Milei para el balotaje se juntara con lo más rancio de la clase política, la misma que denostaba semanas antes.
Hay que reconocer que lo hecho por Javier Milei es extraordinario. Hace unos años atrás era una especie de “payaso mediático” que aparecía en algunos canales de televisión prometiendo destruir el Banco Central y dolarizar la economía, al mismo tiempo que hablaba de la libre venta de órganos y de niños. Su salto a la fama durante la pandemia con su grito “viva la libertad” sintonizó con amplias capas de la población que se vieron encerradas por dictado de un gobierno que durante la misma fue perdiendo legitimidad por errores propios. A esto, Milei le sumó “la casta tiene miedo” en alusión a la política y los políticos, como si éstos fueran el origen de todos los males del país aunque el gasto de “la política” es infinitamente menor al construido en el imaginario colectivo. Su sorpresivo crecimiento es difícil de explicar aunque racionalmente —y con las categorías sociológicas en la mano— siempre se puede encontrar una respuesta. Se argumentará que durante el siglo XX hubo varios personajes en otros países similares a Milei aunque tal vez el más asociado a su figura sea el de Adolf Hitler por el odio que transmitía en su mensaje. La comparación puede parece brutal, pero fue el mismo Milei quien se vio obligado a publicar un artículo de alguien que decía “Milei no es Hitler”. Ni siquiera los líderes de las extremas derechas europeas, Donald Trump o Jair Bolsonaro suelen ser asociados a la figura del líder del nacional-socialismo alemán. El hecho de que Milei tuviera que decir “no soy eso que dicen de mí” es altamente sugestivo respecto de lo que representa y con qué se lo asocia. Lo notable es que —en muy poco tiempo— logró construir una fuerza política sin una estructura partidaria tradicional con la capacidad de disputar la presidencia, y obtenerla. A diferencia de Donald Trump que se insertó en la estructura del Partido Republicano o de Jair Bolsonaro que había sido diputado durante unos veinte años, Javier Milei y su círculo más cercano carecen de experiencia política. En este sentido, y dejando de lado las diferencias ideológicas, su figura es la de un auténtico “outsider”, como lo fueron Alberto Fujimori en Perú o Hugo Chávez en Venezuela.
Milei creció en un país donde estos últimos 40 años se ha demonizado la política de tal manera que le posibilitó presentarse como un salvador mesiánico capaz de transformar la sociedad aunque con valores conservadores e ideas que suenan a todas luces delirantes. Más aún, logró un amplio triunfo diciendo una cosa y su contrario en casi todos los temas una y otra vez. Cuesta encontrar argumentos racionales para comprender cómo un candidato no pierde apoyo cuando se alía con lo más rancio de la política a la que dice que combatirá aunque es posible que su característica mesiánica lo haya blindado frente a sus propias contradicciones.
Con el retorno de la democracia el 10 de diciembre de 1984 hubo que reconstruir un tejido social lastimado y atomizado por la feroz dictadura, a la que la electa vicepresidenta —Victoria Villarruel— reivindica. El presidente Raúl Alfonsín, que impulsó el juicio a los responsables de la dictadura, popularizó la frase “con la democracia se come, se cura y se educa”. Sin embargo, lo que expresaba un sentimiento real no se concretó en la realidad. Argentina tiene hoy 40 por ciento de pobres, una cifra increíble para un país que alguna vez fue definido como “el granero del mundo”.
Milei promete devolverle la grandeza a la Argentina con las banderas de la “libertad” aunque suene a consigna vacía. Su ideario va en contra de numerosos derechos sociales adquiridos durante décadas, desde la famosa Reforma Universitaria de 1918 hasta la salud pública y la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Cuesta creer que —aun con los votos obtenidos— Milei pueda materializar su programa que irá, indefectiblemente, contra las grandes mayorías. Como mínimo se avecinan días de incertidumbre.