Una pequeña (gran) historia de la desconfianza (tercera parte y final)
En Ecuador se afirmó el autoritarismo en estos tres años y pretende perpetuarse en las próximas elecciones. Hablo de lo instaurado en la mente de algunos medios y periodistas, que es igual a lo que por muchas ocasiones escuchamos en la matriz discursiva de las ONG bien financiadas desde el norte, pero también me refiero a la tiranía del mercado, al autoritarismo del capital y de esos poderes fácticos que imponen modos pensar y hasta de consumir como si fuesen los únicos.
No olvidemos que Margaret Thatcher decía que la economía era el método, pero el objetivo era cambiar el alma. Todo lo demás es comunismo, populismo y todos los ismos estigmatizadores que la derecha coloca en un lenguaje excluyente y neofascista. Tienen -como bien lo señala Mark Fisher– el “control de las narrativas ideológicas” donde no hablan de sus creencias sino de lo que aseguran “el Otro cree” y así han sostenido un discurso único de defensa al capital.
El autoritarismo de hace tres años para acá no mide límites constitucionales: bajo decenas de resoluciones, decretos o simples comunicados imponen nuevas modalidades de contrato, atribuciones institucionales y garantizan la opacidad de la información. Claro, para eso tienen primero que ensuciar el “pasado correísta” y luego, con base en mentiras, resolver “ante la calamidad” social y política con salidas ilegales e inconstitucionales, como ya dijo Richard Martínez: “La realidad supera la legalidad”.
Durante más de diez años las élites empresariales, diplomáticas y mediáticas incubaron la palabra autoritarismo para estigmatizar un proceso y su liderazgo. No nos perdamos mucho buscando el origen y el eco. Bastaría con imaginar a aquellos que dirigen portales o medios de comunicación o empresas (todas autodefinidas como liberales y demócratas) para saber cómo conducen a sus “huestes” o a sus empleados. Ahí no hay autoritarismo, hay “don de mando” o “liderazgo emocional”.
(Solo por actualizar este artículo, que ha necesitado un tiempo de maceración, valdría la pena espulgar a los ‘demócratas’, no autoritarios, que escogieron a sus binomios, para las elecciones del 2021, sin consultar a sus bases o esos vicepresidenciables que nacieron de una llamada telefónica antes de la medianoche del domingo previo al cierre de las primarias).
Mientras no se mencione a Jaime Nebot, el autoritarismo solo recae en la izquierda o sirve para estigmatizar a gobiernos que han tenido una férrea oposición desde las élites empresariales y financieras. Claro, nadie de ese grupo puede tachar de autoritario a Lenín Moreno porque él extiende la mano y entrega todo el poder, bien repartido entre quienes lo sostienen para garantizar sus negocios. ¿Quién repartió los hospitales? Ningún autoritario, solo una “demócrata” lo pudo hacer. ¿Quién perdonó impuestos a las empresas y ahora quiere vender las grandes empresas públicas? ¿El mayor demócrata de toda la historia del republicanismo ecuatoriano? Es parte de la esencia neoliberal. El neoliberalismo, como afirma Fisher, “se ha vendido a sí mismo como el único modo ‘realista’ de gobierno. El sentido de ‘realismo’ es aquí un logro político obtenido con mucho esfuerzo, y el neoliberalismo ha impuesto exitosamente un modelo de realidad moldeado por las prácticas y los presupuestos provenientes del mundo de los negocios.”
Ese autoritarismo ya ni siquiera viene de una persona o líder. Ahora está por fuera del Estado, se instala en un conjunto de acciones y de mensajes para garantizar la imposición de pensamientos que denigran el valor de la misma democracia, ensalzar la privatización y la exclusión del poder legislativo, pero sobre todo para que el Estado sea una empresa más de las corporaciones de algunos multimillonarios. Como dice Franco Berardi:
“El Estado se identifica cada vez más con las grandes agencias de control informático, de captura de enormes cantidades de datos. No existe más como entidad política, territorial. Sigue existiendo en la cabeza de los soberanistas de derecha y de izquierda. No existe la política, ha perdido toda su potencia; no existe el Estado como organización de la voluntad colectiva, no existe la democracia”.
Y siguiendo con la línea de pensamiento de Berardi, también es cierto que ese autoritarismo está por ahora fuera del Estado:
“El lugar del poder no es el Estado, una realidad moderna que se acabó con el fin de la modernidad. El lugar del poder es el capitalismo en su forma semiótica, psíquica, militar, financiera: las grandes empresas de dominio sobre la mente humana y la actividad social”.
Hay un modo autoritario que no se discute: el de los poderes fácticos y de las élites. Más que autoritario es totalitario. Para ellas, los pobres no pueden estudiar en colegios caros u obtener becas en grandes universidades. Solo pueden entrar a sus clubes privados los que comulgan con sus ideas y no cuestionan sus negocios, no importa si eres periodista de medio pelo o alterno de un asambleísta. Las élites se resisten a “distribuir la riqueza” y por eso su autoritarismo financia campañas millonarias para impedir una ley de herencias o un impuesto a la ganancia exacerbada desde la plusvalía. Como David Harvey ha sostenido, el neoliberalismo es un proyecto que busca, desde sus inicios, reafirmar el poder de clase. Y, por supuesto, subordinar el Estado al poder del capital.
Claro, todo lo hacen en nombre de la libertad, esa libertad que supuestamente perdieron en diez años de correísmo, ahora recuperada gracias al beneplácito de Moreno. Esa pérdida, para las derechas representadas por esos antiguos izquierdistas de los medios y las élites (muchos de ellos salidos de la Flacso o de la Andina), tuvo un responsable, un “tirano” y un “dictador” llamado Rafael Correa. Pero, volviendo a Berardi:
“El enemigo de la libertad no es el tirano político, sino los vínculos matemáticos de las finanzas y los digitales de la conexión obligatoria. Hay una libertad ontológica que significa que Dios decidió no determinar la dirección de la vida humana, dejando así el libre albedrío a los humanos”.
Ese autoritarismo se expresó con toda claridad en octubre pasado, con racismo, xenofobia y mentiras. Nadie podía cuestionar la eliminación de los subsidios a los combustibles. Si salías a protestar, aparte de terrorista y delincuente, eras antipatria, un resentido social o simplemente un correísta (calificativo con el cual ahora quieren endilgar todos los males morales de la sociedad). Y ahora se va a expresar en los comicios: van a desmontar todo lo que impida a la derecha llegar al poder en febrero, vaciarán de sentido y de contenido estos tres años marcados por la peor crisis económica, política y sanitaria, para insistir (como lo hacen con desparpajo Roldán y Romo) que Moreno nos devolvió la libertad y la democracia.