Por Abraham Verduga
Otro fin de semana sangriento en Ciudad Gótica… Ahora fueron doce crímenes violentos. Entre las trágicas muertes se cuenta la de Sebastián, un menor de edad alcanzado por una bala perdida en un enfrentamiento entre policías y delincuentes. ¡Pim! ¡Pam! ¡Pum! Dolor.
(“El señor Iza no sabe que siempre gana Batman”, decía el presidente Lasso con sonrisa socarrona –Bruce Wayne Style- durante el masaje mediático con Carlos Vera el pasado 13 de octubre).
Este lunes, al caer la noche, el caballero oscuro de zapatos rojos anunció desde la remodelada baticueva su plan para combatir las fuerzas del mal, – “las garras de la delincuencia”– para hacer prevalecer la ley y el orden. “¡Actúen, señores integrantes de la fuerza del orden, con la valentía que los caracteriza!”, decretó.
“Juntos en una sola fuerza llevaremos la batalla al hampa donde sea que se esconda” (¿incluye guaridas fiscales?), sentenció poco antes de implorar a Dios que arroje bendiciones sobre la gente buena, esa gente que no puede desarrollarse porque “sin seguridad no habrá creación de oportunidades posible”. Casi nos conmueve su reflexión sobre “las otras aristas” del problema; en un derroche de extrema sensibilidad nuestro Bruce Wayne criollo advirtió del riesgo de que las Lorenzas se conviertan en Dos Caras, Pingüinos, Jokers o, algo peor, en el Bane de Nolan, producto del consumo de drogas… Es que “en las calles del Ecuador hay un solo enemigo: el narcotráfico”. Eso y el “triunvirato de la conspiración”, por supuesto.
Lasso encarna la renuncia de la responsabilidad de pensar. A su modo heroico, estilacho Batman, dicha abdicación se descubre por su carácter unilateral, por la forma en que reduce la idea de justicia a una simple cuestión de fuerza y por la asunción arrogante, ajena a cualquier proceso de instrucción o experiencia, de que posee un “conocimiento sin fallo sobre todos los temas”. Era McLuhan quien decía que “cuánto más pequeño y más mezquino sea el hombre, más anhela poseer (…) poderes sobrehumanos”.
Ni las soluciones violentas, ni la filantropía (valga la redundancia) atacan el problema de fondo, lo perpetúan. Lo sugiere cínicamente la propia caracterización distópica –realismo capitalista- de Ciudad Gótica, un organismo vivo donde la maldad es parte del hábitat y se reinventa una y otra vez, ad infinitum. No se imprimirían más cómics si se corrigieran los desarreglos sociales que justifican la existencia del hombre murciélago. Hay un mercado que cuidar, una buena historia que vender.
¡Boom! Bang! Crash! Pow!… y de repente nos encontramos en estado de excepción. ¡Qué conveniente! En la vida real, “estado de excepción” es un buen nombre para alimentar el mercado de la seguridad ciudadana, se trata de un negocio rentable también en términos políticos. Una jugada jodidamente perversa, pero maestra al fin. Oportunidad inmejorable para ejercer el control social en nombre de la paz y el orden. Una chance de oro para tomar atajos en la Asamblea.
Como toda táctica situacional la figura se sustenta en el combate de las condiciones exógenas que “motivan” el surgimiento de “conductas antisociales”, con TODO lo que quepa en esa categoría… Se buscará aumentar los riesgos- reales o ficticios- para los potenciales delincuentes, para evitar que se propicien circunstancias favorables para sujetos con “tendencia al crimen”, o- a efectos prácticos- para neutralizar a cualquier desubicado con tendencia a la manifestación social. Sin darnos cuenta, asistimos a un nuevo tablero donde lo inaceptable se presenta como inevitable, y donde lo despótico se revela como necesario. El llamado Plan Nacional de Seguridad tiene un tufo insoportable a necropolítica.
“Le arrebataremos Gotham a los corruptos, a los ricos. A los opresores de generaciones que os han tiranizado con falsas oportunidades y os la devolveremos a vosotros. Al pueblo”. En historietas como la de Batman solo un villano –antisistema y populista- como Bane pronunciaría un discurso como este; o este otro:
“En una sociedad donde haya un margen de pobreza muy grande uno se tiene que preguntar cómo va la economía, si es justa, si es social o simplemente busca intereses personales. (…) «Invertir en el bien común, no esconder en los paraísos fiscales”. La frase es de un tal Bergoglio, ese “antihéroe” de capa blanca conocido también como el papa Francisco. Agrega: “La inversión es dar vida, es creativa. Uno esconde cuando no tiene la conciencia limpia o está rabioso».
No hay que mirar para otro lado, la “grave conmoción interna” de la que habla Lasso tiene relación directa con la creciente DESIGUALDAD, palabra ausente en el último Mensaje a la Nación del Presidente de la República. ¡Es la desigualdad, estúpido! El problema de fondo es la insultante desigualdad y Guillermo Lasso es, para nuestra vergüenza, cómplice de ese sistema macabro cuya expresión más nítida está en los paraísos fiscales. El mundo entero se escandaliza y… ¿nosotros qué?
Debemos entender de una puñetera vez que los paraísos fiscales no son realidades abstractas, mucho menos distantes, sus efectos son muy tangibles y repercuten directamente en nuestros derechos más básicos. Según Oxfam Intermón, se estima que cada año los países en vías de desarrollo pierden 100.000 millones de dólares en presupuestos públicos por la elusión fiscal de grandes empresas a través de sociedades offshore. Con tal cantidad de dinero se podría garantizar asistencia sanitaria esencial para salvar 8 millones de madres, bebés, niños y niñas, y escolarizar a 124 millones de infantes.
¿Por qué estamos tan cohibidos ante situaciones tan chocantes?¿Qué nos hace pensar que un banquero evasor de impuestos va a velar por el interés general de la Patria?
“Cuando estoy en el banco les digo que soy Bruno Díaz y en la oficina de CREO les digo que aquí está Batman”, bromeaba el candidato Lasso en entrevista con diario Expreso en la campaña electoral. Aunque los fanáticos saben que Bruno Díaz (Bruce Wayne, en inglés) es archimillonario tienden a olvidar que su riqueza proviene de la fabricación de armas, la especulación en el mercado de valores y la evasión de impuestos en paraísos fiscales. Ese es el verdadero secreto bajo la máscara de Batman, ese buen capitalista que se dedica a la financiación de orfanatos…