Cuando algunos gobiernos latinoamericanos crearon en sus gabinetes el ministerio de cultura, en temporales aperturas democráticas o bien en gobiernos de facto, lo hicieron bajo la perspectiva monocultural sobre la que se construía su imagen de Estado Nacional. Es decir, sostener la ideología de la colonización en nuestras sociedades, que las hagan lo más universales posible, y se acerquen a la idea de que lo “culto” es lo que el mundo colonial produjo, y nosotros debamos imitar lo mejor posible (a manera de ejemplo, la música culta es la música clásica del primer mundo).
En esa perspectiva colonial hasta ahora vigente, la cultura es una serie de lecturas, conocimientos y títulos que mientras más nos acercan al ideal occidental del conocimiento, “nos hacen más cultos”. La contrabalanza se encontraba en la promoción de la folklorización de danzas y costumbres de los pueblos indígenas y originarios, que eran parte del plan económico vinculado al turismo. En definitiva el sentido de lo cultural en el mundo republicano y luego neoliberal, estaba dado por la promoción de “una sola cultura” que nos acerque de mejor manera al ideal del mestizaje, necesario para la construcción del Estado nacional, mientras se utilizaba como renta turística el folklore, considerado como un exotismo de “usos y costumbres de los indios” pero que para ellos, tenía muy poco que ver con la construcción del país y del Estado.
Tuvo que ocurrir una transformación social con el proceso de cambio, para que las culturas se hicieran parte del llamado Estado Plurinacional, para que los pueblos IOC impregnaran con su identidad los espacios públicos y de representación, para que empecemos a hablar de Culturas, en plural como buscando reivindicar la negación colonial de tantos años sobre la identidad de los pueblos indígenas. Y los pueblos diversos y plurinacionales invadieron los espacios exclusivos de la bolivianidad republicana y neoliberal, para sellar con su presencia el nuevo país que deseamos construir donde no se niega a nadie y todos están convocados a participar.
Pero esta irrupción cultural no tuvo un acompañamiento revolucionario por parte de la institucionalidad estatal del “Ministerio de Culturas”, que cumplió una labor de promoción hacia el mundo de la revolución que ocurría en Bolivia, del presidente indio que expresaba un modelo alternativo y complementario frente al mundo competitivo del mercado. Sin embargo hacia el país, hacia la plurinacionalidad en revolución, sólo tuvo un papel de organización de espectáculos y ceremonias, de legalización de políticas culturales que ponían vigentes las prácticas culturales antes negadas, más no el de detonar el potencial revolucionario de las culturas que hicieran justamente el que la revolución ideológicamente se definiera en las calles y en las cabezas como un acontecimiento cotidiano que se iniciaba y que no pararía; que le diera a los pueblos toda la palestra y apoyo para que su identidad impregnara al Estado Plurinacional, no sólo con su representación política, sino con todo su ajayu que nos muestre que no sólo vivíamos un cambio de gobierno sino un cambio de época en el que se expresara como la columna vertebral de la revolución.
Nunca terminaron de encontrarse en el Estado, las carteras de Descolonización y Culturas; la primera, cercada y aislada tal si fuera un “Ministerio de asuntos campesinos” del pasado dictatorial; y la segunda, ahogada en el escenario político, sin construir contenidos y menos políticas culturales que hagan de la revolución una movilización de la ciudadanía intercultural.
Tras el golpe, la cartera de Culturas volvió al viejo esquema republicano y neoliberal, de ser un espacio de uso político nombrando convenientemente a una dirigente de El Alto, cuya primera medida cultural fue la de hacer y reglar frazadas con su imagen estampada, o bien la de corromper a dirigentes alteños con ofrecimientos y prebendas, junto a la cantidad de parientes y dirigentes cooptados que llegaron para ocupar un puesto de trabajo en el ministerio.
Por eso no sorprende el que finalmente la presidenta de facto, siguiendo los lineamientos del FMI como condicionante para la obtención de los préstamos solicitados, hubiera decidido cerrar este ministerio junto al de deportes; tal como ya ocurriera con Macri en Argentina y con Bolsonaro en el Brasil. Las argumentaciones para tal cometido, son absolutamente ideológicas pues nos hablan de inoperancia y “gasto absurdo”, lo que es absolutamente coherente desde su perspectiva de creer que la inclusión cultural de las mayorías es un tema del MAS y no del país, pues “ellos” vuelven a reivindicar su colonialismo cultural respecto al primer mundo y todavía más con fuerte sesgo evangélico que expresa la religionización de la política, como la única cultura a la que deberíamos someternos como Estado y como país (pues como dice la presidenta Añez, “eso del Estado Laico, es un invento del MAS para alejarnos de dios”), en una nueva cruzada evangélica que nos recuerda la llegada de los primeros evangelizadores-colonizadores al continente.
Menuda tarea revolucionaria la que nos espera ahora, en medio de la pandemia y la crisis política, que se refiere no sólo a los gestores culturales que tenían o tuvieron relación con políticas culturales, o con la promoción turística del país, que es lo formal y que definitivamente se encontraba abandonada bajo la excusa de las prioridades estatales, pero que ha generado una reacción movilizada de estos actores sociales. Nos referimos sobre todo al desconocimiento de facto a la plurinacionalidad del Estado, a la construcción de la ciudadanía intercultural, a la ausencia del Estado en ese acompañamiento de construir juntos un nuevo país. Será pues una nueva bandera de lucha, quizás una de las más importantes para seguir, pues la realidad nos ha demostrado que sólo una revolución cultural e ideológica, descolonizadora, podrá dar sustento a lo nuevo por construir. Podemos tener mejores condiciones de vida pero sino transformamos nuestra manera de relacionarnos, de convivir, de construir con el otro en condiciones de equidad, de Democracia Intercultural, de verdad que solo daremos lugar a más golpistas que solo buscan fomentar el racismo y la división entre los bolivianos.