El 28 de junio se celebró el 50 desfile del orgullo GLBTQI en el mundo entero. Han pasado 50 años desde la terrible opresión en Stonewall que marcó el inicio de una movida cultural y social que ha trascendido fronteras y ha visibilizado el maltrato y la violencia estructural que sufren durante milenios, seres humanos que tienen orientaciones sexuales diferentes a las que determinados dogmas religiosos consideran “normales”. Así también han pasado 23 años desde que, en Cuenca, se inició la movilización social que terminó por lograr, en 1997, la despenalización de la homosexualidad. Lucha social en la que participaron activamente, no solo personas GLBTQI, sino sus propios familiares, hartos de ver cómo sus hijos e hijas, hermanos y hermanas, tíos o tías eran sujetos de persecución constante del aparato de represión del Estado, víctimas de la ignorancia intencionada que sostenía que la homosexualidad era una enfermedad, y, además, era contagiosa (a pesar de que ya en 1991 la Asociación Americana de Psiquiatría la retiró del cuadro de enfermedades mentales).
La marcha en el Ecuador de este año no pudo ser más paradójica. Mientras los grupos GLBTQI desfilaban con más orgullo que nunca por haber obtenido una victoria muy significativa en su lucha por acceder a los mismos derechos que otros miembros de la sociedad, grupos conservadores salían a la calle a protestar en contra y por lo mismo. Mientras los primeros celebraban con júbilo que el amor en todas sus formas sea reconocido sin prejuicios en el sistema jurídico, los segundos protestaban, con claras muestras de odio, por la pérdida de privilegios insensatos.
Si se hace un esfuerzo por mirar con objetividad la situación tenemos que encontrar, necesariamente una discusión en la que participan, por un lado, la razón y la igualdad; y por otro la ignorancia y la aparente supremacía religiosa. El problema de esta discusión es que, aunque la razón tenga los argumentos para ganar la batalla dialéctica, jamás podrá ganar al fanatismo y la emoción negativa. Es sencillo mirar los espacios de debate que se han dado en los medios de comunicación, con abierta agenda conservadora, y darse cuenta de que; por un lado, la defensa de la igualdad ante la ley se hace con datos científicos, información contrastada y doctrina teórica basada en la filosofía y la ética laica humanista; mientras que por el otro, la defensa de la “familia tradicional” se hace basada en datos falsos (como un tuit de Amparo Medina en el que indica que en los últimos 100 años se practicaron 100 billones de abortos en el mundo, es decir que hubo 275 millones de abortos diarios durante los últimos 100 años), opinión disfrazada de información (como decir que la homosexualidad es anti natura, desconociendo que es una orientación sexual presente en más de 400 especies diferentes de mamíferos) y doctrina religiosa (que en otras partes considera a la mujer un objeto de segunda clase, que no tiene sustento historiográfico y que contiene un sinfín de incongruencias y hechos física o químicamente imposibles en este plano universal).
Y en el afán de mantener con orgullo la ignorancia con la que miran el problema que se discute, continúan posicionando datos y generalizaciones que, por ser tan malintencionados, dejan muy mal parados a quienes los enuncian. Por ejemplo, repiten hasta la saciedad, y sin datos, que todas las parejas homosexuales quieren adoptar hijos para violarlos (vaya estulticia), obviando el hecho de que el 60% de las niñas menores de 15 años son violadas por sus propios progenitores heterosexuales (según datos oficiales del sistema de justicia del Ecuador); o peor aún, creando falsos dilemas: muchas personas se declaran a favor del “diseño original”, como si eso involucraría estar abiertamente en contra del “diseño no original” (supongo que se podría decir también, mejorado) o viceversa.
En ninguna parte del fallo de la Corte Constitucional (de dudosa reputación y conformación) se afirma que, al permitir que parejas del mismo sexo contraigan matrimonio, se prohíbe al mismo tiempo, el matrimonio de parejas heterosexuales. El alegato de los grupos GLBTQI ha sido el de acceder a los mismos derechos que tienen las personas hetero, nunca tener más. Es un sinsentido asumir que es un privilegio cuando solo buscan el mismo exacto derecho. En esta discusión no hay ningún dilema. Estar a favor del “diseño mejorado” no involucra oponerse al “diseño original”. Las personas heterosexuales podrán casarse con quien les venga en gana, como lo han hecho desde tiempos inmemoriales; y las personas GLBTQI, también, como debió ser también desde esos mismos tiempos.