Nicolás Villavicencio
La crítica a la identidad de género debe ser en extremo cuidadosa, por cuanto puede significar un golpe a la susceptibilidad de ciertos grupos sociales, pero, sobre todo, por la rigurosidad reflexiva que debe guardarse al momento de abordar el tema. Comenzaremos separando los términos que componen esta categoría, en base a los que desarrollaremos esta breve crítica.
En primer lugar, definimos la identidad en función de la caracterización que hace de esta Bajtín, quien supera la concepción egocéntrica de la construcción identitaria (la relación del yo, consigo mismo) y a su vez la dualidad identidad-alteridad, comprendida como la mera construcción del yo a partir de la negación del otro, para esto amplía la definición de alteridad, otorgando a su relación con la identidad un carácter de intersubjetividad, es decir, que la identidad es entendida por Bajtín, no como la simple articulación de una subjetividad en contraposición con la de un otro, sino que aquella se constituye por el tipo de relación que guarda con ese y varios otros, esto nos obliga a considerar la identidad más allá de las simples relaciones subjetivas, y a pensar en las estructuras que condicionan las relaciones entre distintas subjetividades que, por tanto, delimitan las posibilidades de construcción de identidades.
En segundo lugar, definimos el género de la mano de Bordieu, referenciado en Palomar, como “la imbricación de las determinaciones sociales y biológicas traducida en códigos simbólicos y concretada en la construcción de las identidades sexuales”, es decir, la construcción social, histórico-concreta, de roles atribuidos a los sexos biológicos, roles que, si seguimos a Bajtín, trascienden la separación de la identificación con lo masculino o lo femenino a partir de manifestaciones como la forma de andar, vestir o hablar, poniendo de manifiesto que estas manifestaciones derivan de complejas relaciones sociales (con un claro tinte jerárquico) que definen la distinción masculino-femenino.
En este sentido cabe hacerse la pregunta, ¿es posible identificarse deliberadamente con un rol socialmente construido como impropio?, responderemos negativamente, dado que la cuestión de la identidad rebasa al sentimiento de pertenencia, que para el caso del género se vincula directamente con las pequeñas manifestaciones ya señaladas, la identidad implica una participación del papel asignado dentro de las relaciones sociales en una sociedad concreta, hecho que no se logra con la sola afinidad hacia las estructuras impuestas para aquellos con una condición biológica distinta, esto explica por qué al momento de autodenominarse como perteneciente a un grupo biológico-social distinto, no se produce una inserción real de estas personas a las estructuras propias del género opuesto, sino que la estructura general se ve en la necesidad de ampliarse y crear categorías distintas para quienes de una u otra forma no se sienten identificados con los roles históricamente impuestos.
El problema que deriva del intento de superar la inconformidad con el rol impuesto para determinado sexo tiene dos aristas que nos interesan, en primer lugar, un reduccionismo de lo biológico a lo meramente social, lo que hace un daño terrible a la ciencia por cuanto impide la comprensión de la realidad como la propone Morin, como una realidad compleja, que no es comprensible sino a través de la interdisciplinariedad, no se puede entender la vida como únicamente social, biológica, etc., sino como una coalición de todas estas maneras de habitar en ella. Por otro lado, lo que más nos es relevante, el intento de superar dicha inconformidad “identificándose” con el rol asignado históricamente al sexo inverso, lo cual no hace más que (ante la imposibilidad real de fungir el papel socialmente determinado para tal o cual sexo), legitimar discursivamente las estructuras -que como hemos mencionado, son profundamente desiguales- a las que pretende adherirse.
La lucha feminista debe orientarse precisamente a la deconstrucción de las estructuras de relaciones sociales cristalizadas en los roles desiguales, que han sido históricamente legitimadas y naturalizadas, la ideología de género pone un freno contundente a la lucha contra estas estructuras, la única manera de romper la inconformidad ante la pertenencia a un rol socialmente impuesto es destruirlos, no aceptarlos como naturales.