Hernán Reyes Aguinaga
Sin duda, son pésimos tiempos para las iniciativas y acumulados históricos progresistas. Como una continuidad a los sucesivos ascensos de gobiernos de corte neoliberal en la Región, seis de éstos han dado un siguiente paso concertado y quizá letal: han decidido apartarse indefinidamente de UNASUR, la Unión de Naciones Sudamericanas, gestando un descomunal golpe al más interesante y reciente proyecto de integración regional, de carácter alternativo.
Ciudadanía sudamericana y movilidad intrarregional, cooperación económica y socio-cultural, términos de paridad y simetría, la construcción de Latinoamérica y el Caribe como una zona de paz, fueron entre otros los ejes de la misión de UNASUR cuando ésta se creó en 2008, tras ocho años e ingentes esfuerzos que a la larga posibilitaron su creación formal. Hoy, esas metas tienen a quedar máximo como buenas intenciones fallidas o simplemente quedarán en el tacho de basura, barridas por el realismo de la hegemonía del modelo de libre mercado y por la presión del populismo bilateralista y de sojuzgamiento avasallante de Donald Trump
Tras las turbulencias y metas incumplidas de otros organismos de cooperación regional como el Pacto Andino y más recientemente el MERCOSUR y la ALBA. La actual Comunidad Andina de Naciones fue paulatinamente absorbida por una visión pragmatista y de enfoque netamente comercial, que privilegió los aspectos económicos y preservó la hegemonía de los países más fuertes en este sentido; mientras la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) surgió asentada principalmente en afinidades de carácter político-ideológico con una Venezuela estable políticamente y aún con posibilidades de apuntalar mediante recursos propios, procesos de fortalecimiento de infraestructura energética. Frente a estas opciones paralelas, UNASUR parecía ser el espacio alternativo a la OEA, tutelada desde siempre por Estados Unidos, dominio más acentuado aún con la presencia de Almagro como su Secretario General.
Por otro lado, parecería ser que lo determinante en la configuración de estos procesos ha sido y seguirá siendo lo económico. Hasta hace unos años, se mantenía en la Región la esperanza de enfrentar cooperativa y solidariamente las crisis financieras globales, como la del 2008. En aras de lo que en ese entonces se llamó “gobernanza financiera global” varios gobiernos latinoamericanos optaron por este camino mediante varias iniciativas: el Banco del Sur, el Sistema Unitario de Compensación Regional (SUCRE), el Sistema de Pagos en Monedas Locales entre Argentina y Brasil (SML) y el Banco de la ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América).
A la larga, estas iniciativas no pudieron frenar el peso de la arquitectura financiera global puesto que como planteaba un estudio al respecto del experto Claudio Lara Cortés por “las asimetrías en las relaciones crediticias tienden a profundizarse hasta límites impensados, dejando expuestos a los deudores a la expropiación financiera, al abuso y la usura”. El mismo análisis planteaba entonces que “la integración financiera debe comenzar por integrar estas situaciones, tiene que construirse ‘desde abajo’ junto a los expropiados”.
Ahora la imprevista salida de la mitad de los países miembros de un solo golpe, parece colocar en el campo de la UNASUR los capítulos finales de la narrativa trágica del avasallamiento de los procesos de integración regional desde el poder “del norte y de los de arriba”. No sabemos qué final tendrá lo que se había avanzado en esta línea, pero más allá del cinismo de unos cuantos que han llegado a difundir en redes sociales unos burdos memes de burla a propósito del uso del edifico de UNASUR construido en la Mitad del Mundo, lo que sí está claro es que los sueños de Bolívar parecen transmutarse cada vez más en las pesadillas de nuestro tiempo.