Lucrecia Maldonado

Una de las imágenes imborrables para quienes votaron por Lenín Moreno en la segunda vuelta de las pasadas elecciones es aquella en la que él lleva la voz cantante de una “barra”, y grita: “¡Ra-fa-el! ¡Ra-fa-el! ¡Ra-fa-el!” con esa mala pronunciación labial de la ‘efe’ propia de la Sierra del Ecuador, que tal vez le presta un aire pintoresco a la situación. Si bien en su momento la escena pudo ser alentadora, con el paso de los meses se ha vuelto macabra. Cabe una pregunta: dentro de esa cabeza cana, que se agitaba en medio de la euforia pre electoral, promocionando el nombre del que después tanto denostaría, ¿qué ideas se cocinaban en aquel momento? ¿Ya habría recibido el libreto para sus acciones ‘si ganaba’? ¿Ya habría recibido por ello la confirmación de que si no ‘trabajaba’ bien se cumpliría alguna de sus peores pesadillas, o, en su defecto, le habrían entregado, aunque sea una parte, del ‘premio’ que sus acciones le granjearían después, sea de la naturaleza que fuera? ¿O, aunque parezca imposible, el plan que iba a ejecutar en pocos meses respondería a alguna especie de rara ‘convicción’ que lo empujaba a torcer la senda para inmediatamente irse con todo?

Difícil comprender las causas del comportamiento humano, más cuando se apartan de aquello que se consideraría no ni siquiera lo ético, sino lo normal. El actuar esperable de un ser humano sin mayores problemas psicológicos ni morales. Difícil evaluar qué puede conducir a una persona a engañar no a su pareja, no a su familia, no a sus amigos, sino a todo un país, llevándose por delante el proyecto que resultó ganador en las elecciones y que, con toda la caradura del mundo, fingió defender durante la campaña electoral sin que siquiera le latiera un párpado por el temor a ser sorprendido antes de hora en la monumental mentira.

Al ‘googlear’ en busca de la definición del término “índice de maldad”, lo primero que se encuentra es la referencia a una conocida serie de televisión en donde se presenta el perfil de diversos tipos de asesinos, y unas cuantas listas de clasificación de los veintidós niveles, que van del asesinato en defensa propia hasta el que se efectúa con tortura, saña y horror.

En estos últimos trece meses el pueblo del Ecuador ha asistido, lamentablemente impávido en su mayor parte, a un bochornoso espectáculo de manipulaciones, excusas mal dadas, justificaciones absurdas, chabacanerías eróticas colindantes no solo con lo pornográfico sino con lo francamente perverso, desprestigio sin sustento, y sobre todo la persecución despiadada a quienes, con errores humanos, solamente buscaron el bienestar y la reconstrucción de un país al que se pretende regresar sin hacerle ninguna concesión a la buena fe ni a ningún tipo de respeto a la institucionalidad. No les importa siquiera el ridículo que hacen con sus burdas inculpaciones, pues de nuevo están en el poder aquellos que ostentan un índice de maldad difícil de catalogar, aparte de que entre estas y las otras ya se cuenta con una decena de muertos.

Sin embargo, en una escala de maldad relacionada con engaño, mentira, cinismo y trafasía, en esa pequeña escala de veintidós puntos, nuestros criollos líderes de la artería y la falsedad, obtendrían como poco un doscientos veinte. Y eso todavía se queda corto. Tal vez solo superado por el índice de impavidez de una comunidad que todavía traga cuentos como ruedas de molino y es incapaz de observar la realidad inmediata porque prefiere creer las bien urdidas mentiras de los medios.

 

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