El presidente Lenín Moreno acudió el pasado viernes 24 de mayo a la Asamblea Nacional para presentar su informe a la nación, tal como lo establece el artículo 147, numeral 7, de la Constitución de la Republica que señala: Son atribuciones y deberes de la Presidenta o Presidente de la República, además de los que determine la ley: Presentar anualmente a la Asamblea Nacional, el informe sobre el cumplimiento del Plan Nacional de Desarrollo y los objetivos que el gobierno se propone alcanzar durante el año siguiente.
Se trató de un ejercicio retórico soso, hueco, amargo, lleno de lugares comunes, promesas vacuas, ambiguo, con cifras al aire, imprecisas y –en muchos casos- falsas, muy al estilo del desgobierno que sufre el Ecuador desde el 24 de mayo de 2017.
Los ecuatorianos que observaron y escucharon a Moreno no tenían frente a sí a un estadista, un capitán que marca con claridad el rumbo del barco, sino a un vendedor de humo, un blacaman, un embaucador que por arte de birlibirloque nos presentó un país próspero, optimista y en paz (pero que en realidad atraviesa por una crisis económica e institucional con miles de desempleados y con una economía al garete).
Destacó el acuerdo legislativo alcanzado entre cuatro bancadas en la Asamblea Nacional, pacto que está pegado con saliva y que a pocas horas de anunciado ya empezó a mostrar fricciones.
“El pasado no va más”, dijo quien está gobernando justo con el más nefasto pasado que recuerde el país.
“La única forma de cambiar el pasado es impedir que influya sobre el futuro”, lo sostiene quien creó las condiciones para llevarnos en 24 meses a un pasado que pensábamos ya superado. Un gobierno que renunció a su soberanía, que está a punto de establecer la precarización laboral, que resucitó a un grupo de cadáveres políticos que hoy por hoy están influyendo en el presente y, con seguridad, en el futuro.
Se jactó del programa de austeridad que fusionó o eliminó trece ministerios o secretarías, además de institutos y entidades de menor rango; la reducción del salario de autoridades estatales, empezando por él mismo, pero no dijo nada de los tres sueldos que cobra desde el inicio de su mandato ni del jugoso contrato de 4,4 millones para publicidad.
Lenín Moreno, quien llega a la mitad de su periodo de gobierno con el 16,08% de credibilidad (según Perfiles de opinión) no informó a los ecuatorianos si se cumplió otro de sus pomposos anuncios: vender los dos aviones del Estado y los “autos de lujo”.
Destacó como logros del actual régimen, el financiamiento del Metro de Quito y del tranvía de Cuenca, compromisos que fueron respaldados, en realidad, por el gobierno de su predecesor Rafael Correa. Habló de obras que no están en ejecución, y que tampoco las construirá directamente su gobierno sino que se construirán a través de concesiones, como el corredor vial Quito-Guayaquil, el gaseoso “Tren Playero”, el metroférico de Quito, la vía Guayaquil-Machala, el viaducto sur de Guayaquil y el corredor vial Juján-Quevedo-Santo Domingo.
Subrayó los 10.200 millones de dólares de financiamiento externo, “a largo plazo y bajo interés”, para financiar el “Plan Prosperidad (como se denomina la política económica del régimen)”, pero omitió informar los términos y condicionamientos de ese préstamo ni las consecuencias para los ecuatorianos derivados del mismo.
El presidente se presentó como “un fiel creyente” de la libertad de prensa y de expresión y, en ese sentido, relievó las reformas a la Ley Orgánica de Comunicación, así como la firma de la Declaración de Chapultepec y a la creación del Comité de Protección para Periodistas.
Sin embargo, pura farfulla, no dijo nada de la persecución a periodistas críticos del régimen, el silenciamiento de Radio Pichincha Universal, de Ecuadorinmediato, de las cuentas de internet que –en ejercicio responsable de la libertad de expresión- cuestionan las acciones de su gobierno. Tampoco sobre la absurda y prolongada “prisión preventiva” del sueco Ola Bini quien va para dos meses sin evidencias tangibles por el delito de que se lo acusa.
No dio respuestas tampoco al uso de la antigua SENAIN para levantar información de políticos o activistas de oposición que resultan incomodos para el poder estatal.
Una de las mentiras flagrantes del mandatario es su afirmación de que los femicidios han bajado a la mitad. Lo cierto es que en el primer trimestre de 2018 se registraron 25 asesinatos a mujeres y en el mismo periodo de 2019, la cifra es 35 femicidios.
Enredado en sus propias mentiras y en sus políticas arbitrarias de caridad, Moreno aseguró que medio millón de ‘viejecitos’ recibió la pensión “Mis Mejores Años”, cuando en realidad se atendió a 105 mil adultos mayores.
También se jactó de haber entregado 160 mil ayudas técnicas a personas con discapacidad, lo cierto es que hasta diciembre de 2018 se entregaron 27.000 implementos y en lo que va de 2019, solo 600 hasta el mes de marzo, de acuerdo a la verificación de Ecuador Chequea, portal que hizo un seguimiento en tiempo real de los datos lanzados por el presidente que develó al menos 8 falsedades del discurso oficial.
En la línea de su discurso fantasioso de ochenta minutos, Moreno culminó con una letanía de frases fofas: que cree en los milagros, hizo un llamado a “hacer juntos este sueño que llamamos patria”, que su meta es “un Ecuador de trabajo para todos”, blablablá blablablá.
Un insulto para los miles de ecuatorianos desempleados, perseguidos políticos, estigmatizados, desarraigados, ciudadanos desilusionados y golpeados por su desgobierno, por un farsante encaramado en el poder.